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Opinión: Donald Trump fue mi inspiración para entrenar

Opinión: Donald Trump fue mi inspiración para entrenar
El enojo contra el presidente nos ha llevado a muchos a la acción o, mejor aún, al activismo. Ahora que está por irse, ¿esos hábitos se quedarán? (Cristina Spano para The New York Times).

EL ENOJO CONTRA EL PRESIDENTE NOS HA LLEVADO A MUCHOS A LA ACCIÓN O, MEJOR AÚN, AL ACTIVISMO. AHORA QUE ESTÁ POR IRSE, ¿ESOS HÁBITOS SE QUEDARÁN?

Mi cumpleaños cayó en el día de las elecciones de 2016. El enorme pastel de zanahoria se quedó sin partir en nuestra fiesta para ver las elecciones cuando observamos que el estado de Ohio se pintó de rojo intenso. Luego, fue Florida. En algún momento después de que ocurrió lo mismo con Carolina del Norte, mis amigos empezaron a entonar con voz apagada la canción de ʺFeliz cumpleañosʺ. Soplé las velas, sabiendo que el mapa electoral me negaría mi deseo.

En los días siguientes, no pude sacarme de la cabeza a Donald Trump. No era una cuestión de política partidista; era que este futuro presidente había contendido con una plataforma que parecía opuesta a la idea misma de quien soy: mujer, persona de color, hija de inmigrantes.

Estaba estresada, angustiada… enojada. Entonces empecé a pensar en todos mis amigos optimistas corredores que a lo largo de los años habían profesado que lo que más les gustaba del deporte era que ʺaclaraba la menteʺ.

En realidad, nunca lo había entendido. Toda mi vida me había burlado del ejercicio vigoroso. En la escuela a la que asistí, se otorgaban letras de reconocimiento universitario por participar en el Modelo de las Naciones Unidas con la misma frecuencia que para los deportes (yo me fui por el camino más ñoño). Mi madre todavía les dice “zapatillas de Educación Física“ a los tenis, porque solo los compró para nuestras clases de Educación Física de la secundaria. Gracias a ella, tenía un metabolismo decente y una gran ineptitud para cualquier cosa remotamente atlética.

El lunes después de que Donald Trump ganó las elecciones, eso cambió. Con pocas opciones para escapar de mi propia mente, me puse un par de zapatillas de Educación Física que había comprado dos años antes y que todavía estaban como nuevas y entré a la “habitación roja“, una pequeña arena de entrenamiento conocida como Barry’s Bootcamp.

No se parecía a nada que hubiera visto antes: tenía luces como de discoteca, música a todo volumen, caminadoras y una aterradora pared de mancuernas del tamaño de mi cabeza. La clase estaba llena de personas que parecían atletas o modelos o ambos y que se contorsionaban en posturas que llevaban el nombre de objetos afilados como “navaja“.

En la caminadora 18, frente a un muro de espejos, corrí hacia un reflejo inspirador de mí misma: decidida, resplandeciente por el sudor, y ya no más derrotada en mi sofá. Me impulsaron los éxitos del pop remezclados a 135 pulsaciones por minuto y los cantos de un predicador musculoso apostado en el banco de pesas número 9. Al parecer, podía “hacer cualquier cosa durante 30 segundos“.

El entrenador continuó predicando: “Todos tenemos el poder de dejar atrás lo que sea que nos frene“. Yo le creí. Jadeé más fuerte y encontré un segundo aliento en mi búsqueda para superar a Donald Trump.

Durante esa hora, por primera vez en 5 días, 22 horas y 21 minutos, me libré de él.

Fue el comienzo de una extraña transformación inspirada por un presidente septuagenario cuyos ejercicios preferidos son escribir en Twitter, jugar una ronda de golf y levantar el control remoto para invocar su propia imagen en la pantalla del televisor. No es el #fitspo (la inspiración para entrenar) estándar de Instagram.

La habitación roja en Barry’s Bootcamp se convirtió en mi templo. Empecé a ir una vez a la semana, luego cada dos días y a veces más. Con el tiempo añadí otras clases de ejercicio a la rotación: Megaformer Pilates, una sesión de circuito en la que empujábamos y tirábamos de trineos como Rocky Balboa, e incluso un entrenamiento en el que usábamos trajes de licra de alta tecnología diseñados para estimular grupos musculares con pulsos eléctricos mientras nos poníamos en cuclillas y dábamos zancadas en un estudio en TriBeCa.

Cuando la pandemia prohibió las clases en los gimnasios, me compré bandas de resistencia y un minitrampolín. Me metí de lleno a una clase de cardio en casa por despecho, mientras condenaba las mentiras del presidente sobre el coronavirus y el daño que le estaba causando al país.

El ejercicio tomó la tristeza, la ira y la impotencia que sentí durante estos cuatro años y los convirtió en algo productivo. Me hizo más saludable de lo que jamás había estado. En el proceso, me di cuenta de que podía cambiar algo: a mí misma.

Así que también comencé a cambiar otras cosas. Me ofrecí como voluntaria con mayor frecuencia, me concentré en producir proyectos de cine y televisión que tuvieran algún propósito social y, por último, comencé a trabajar en The New York Times.

Sin proponérselo, este presidente nos cambió a muchos de nosotros. Tal vez tú, como yo, eras uno de los millones de votantes que no acudían a las urnas en las elecciones intermedias, pero que sí fueron a votar en 2018. Tal vez tú, conmovida por su abuso sin remordimiento hacia las mujeres, diste un paso al frente para contar tu pasado y dijiste: ʺYo tambiénʺ. Tal vez te convenció a ti, republicano o demócrata, de postularte a un cargo público. De ser un mejor padre. De verificar la veracidad de tus opiniones. De suscribirte a un periódico. O incluso de aprender sobre el condado de Maricopa, en Arizona.

Por supuesto que el compromiso cívico y sudar en el gimnasio no son lo mismo. Pero están conectados. Cuando sentimos que no podemos cambiar el curso de los acontecimientos que se desarrollan en la capital de nuestra nación, al menos podemos controlar qué hacemos con nuestras vidas.

Estoy segura de que muchos de nosotros daríamos lo que fuera por borrar su reinado (yo, sin duda, borraría todas las flexiones, las lagartijas y aquella vez que me caí de la manera más vergonzosa en la caminadora a 17 kilómetros por hora). Sin embargo, las pocas cosas buenas que hayamos encontrado durante su presidencia continúan resplandeciendo.

Me pregunto qué pasará una vez que se haya ido.

¿Se disipará toda esa motivación nacida del enojo, y nos hará sentir satisfechos? ¿Prevalecerá porque incluso después de cuatro años del supuesto liderazgo de Donald Trump esta elección fue más cerrada de lo que esperábamos? ¿O la acción y el activismo al que nos motivó sin darse cuenta simplemente se quedarán ahí como buenos hábitos?

En cuanto a mi propia rutina de ejercicios, creo que la mantendré. Esta vez no por Donald Trump, sino por mi persona. Resulta que mis molestos amigos corredores tenían razón. El ejercicio me aclaró la mente y me dio un propósito. Me hizo darme cuenta de que en toda esa desesperación podía encontrar la fuerza para hacer cosas que antes me parecían imposibles. No solo durante 30 segundos, sino durante cuatro años.

Tal vez incluso durante toda la vida.

 

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