El proyecto gubernamental IntegraArte busca integrar a las privadas de libertad en el mundo de la moda, donde 25 mujeres ponen a trabajar toda su creatividad desde los talleres del Centro Femenino
En un pequeño cuarto de una prisión a las afueras de la capital panameña, Kathia Thomas toca con cuidado la pequeña pantalla de una máquina digital donde escoge los colores y el tipo de bordado de su próxima prenda de vestir.
Acompañada de otras mujeres, y entre máquinas de coser, hilos, patrones y alguna imagen religiosa, Thomas, con 43 años y cinco hijos, prepara la próxima colección.
Ella forma parte del proyecto gubernamental IntegrArte, una marca de ropa, accesorios y artículos de decoración elaborados por personas privadas de libertad.
Thomas, quien se encuentra cumpliendo una condena por venta de droga, dedica ocho horas diarias a la confección, especialmente al bordado, mientras descuenta los tres años que aún debe permanecer en prisión.
Vive junto a decenas de reclusas en una de las casas con patio, sala, cocina, lavandería, baño y dormitorios de los que consta el centro penitenciario Cecilia Orillac de Chiari, donde hay cerca de 800 internas.
“Aquí el problema que tú tienes es el encierro, eso provoca muchas cosas, por eso me gusta siempre hacer algo para mantener la mente ocupada. La moda te libera”, dijo Thomas.
En este penal, 25 mujeres trabajan para IntegrArte, mientras que otras 50 reciben cursos de costura.
Hasta el momento ya han sacado la primera colección, denominada “Paraíso Étnico”, una combinación de estilos de los años 70 y 80 con técnicas tradicionales de los trajes típicos del país.
“Hacer moda me encanta porque es una manera de sentirme completamente normal”, aunque en la prisión “nos faltan materiales y se trabaja básicamente con las uñas, con lo que hay”, manifestó la colombiana Claudia Luna.
En total, poco más de 100 presos escogidos por una junta técnica trabajan en cuatro centros penitenciarios del país en este programa de resocialización, creado hace un año y apoyado por las Naciones Unidas.
En esta cárcel, las mujeres elaboran ropa, sombreros, collares y carteras, mientras que en los otros tres centros los hombres hacen artículos para el hogar y artesanías.
Los detenidos que trabajan para IntegrArte pueden conmutar penas y obtener una remuneración por la venta de los productos que elaboran, según la gerente de la marca, Hania Fonseca.
Por el momento, venden sus artículos en ferias y a través de catálogos, aunque las autoridades buscan crear un punto fijo de venta.
El programa “involucra a estas mujeres en las diferentes etapas de elaboración y venta de los productos”, dijo la vicepresidenta panameña Isabel de Saint Malo.
Con ello, se impulsa una mayor participación de las mujeres en la actividad económica, algo “fundamental en el esfuerzo de igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres”, añadió.
Varias jerarcas de Panamá ya han lucido estas prendas, entre ellas De Saint Malo, cuyo vestido fue confeccionado por Luna, quien se encuentra detenida por narcotráfico.
“Vestir a la vicepresidenta es el logro más importante que he tenido acá porque afuera ni pensar que vas a conocer a una persona de estas”, manifestó Luna.
“Cada producto que desarrollamos trae una historia de la persona que lo realiza”, dijo Fonseca.
Además, las propias detenidas ejercen de modelos a la hora de presentar la línea de ropa.
En un pequeño patio varias reclusas, maquilladas y con diversos peinados, ensayan con nuevas piezas y diseños. Algunas de ellas eran las más rebeldes, “de las que se trepaban en los techos y hacían las huelgas”, según la directora del penal, Lizeth Berrocal.
Ahora, han cambiado las peleas por la ilusión de modelar una vez que salgan de prisión.
“Esto le da la oportunidad a la persona privada de libertad de demostrar que puede ser diferente, que puede cambiar y ser mejor”, dijo Teresa Santamaría, presa desde 2015, mientras modela un top blanco bordado.
Su compañera Stefani Edwards, de 34 años, improvisa una pasarela para mostrar un colorido vestido afroantillano de una sola pieza.
“Modelar siempre ha sido mi sueño, pero no he tenido el apoyo económico ni familiar. Pienso que al salir de aquí esa va a ser mi meta”, afirmó Edwards, encarcelada desde 2014 y a la espera de juicio.
Otras privadas de libertad manifiestan que la costura y el modelaje les han permitido conocer destrezas que tenían escondidas. También creen que la moda las libera, por momentos, de la dura realidad que enfrentan.
Thomas apura la máquina digital de bordar mientras lamenta: “Hay mujeres que necesitan, más que un regalo o castigo, que las escuchen. Aquí no hay mujeres malas”.