Alfred Hill, falleció un 20 de abril de 1992, vivió 68 años haciendo reír al mundo, sin que se le reconociera como la primera gran estrella británica hecha famosa por la televisión
A finales de la década de los 80’s había algo qué agradecerle al señor Alfred Hill desde Darién, La Chorrera, Panamá, San Cristóbal, Antón, Río Abajo, Calidonia, en fin… todo el país.
Sin importar los temas políticos, la crisis económica o social y los límites de entendimiento entre el régimen y sus consecuencias, en cada barrio, a cierta hora de la noche, lo único que se escuchaba era una carcajada familiar con las sexy ocurrencias de un grupo de comediantes que, desde que iniciaban aquellos créditos de “Thames Televisión” y el inolvidable “Yakety Sax”, de Boots Randolph, no paraban de ofrecer un banquete de irreverente hilaridad.
En esos días, en Gran Bretaña, se preparaban para acabar con ese espacio llamado “El Show de Benny Hill”, descrito como un Tabú, o “el tipo de programa sexista que hay que erradicar”, mientras tanto, para el resto de los espectadores de 119 países que se divertía cuando solía darle palmaditas en la cabeza a su compinche, el comediante irlandés Jackie Wright, era la dosis necesaria que ponía a un lado tanto problema real desde esa cajita alucinante llamada TV.
Curiosamente, Benny, quien disfrutaba enormemente del vodevil, y esa pasión la trasladó a su estilo de comedia, era fanático del comediante Jack Benny (de allí su nombre artístico). Su gran debut para la televisión fue el skecth titulado: “HERE’S MUD IN YOUR EYE”.
De hecho, fue uno de los primeros actores y productores que vieron futuro en la televisión, a tal punto que, desde la década del cincuenta, enviaba guiones a la BBC y las puertas formales se le abrieron para que arrancara su propio show hacia 1955.
Para Hill, la televisión le permitía esconder una de sus principales debilidades: colocarse ante una audiencia viva lo ponía muy nervioso y no lo dejaban ser.
En el cine, Hill también tuvo sus grandes momentos. Participó en dos exitosas producciones: “Chitty Chitty Bang Bang”, aquella popular comedia con Dick Van Dyke, basada en un libro del género fantástico escrito por Ian Fleming, el creador de James Bond, y en la primera versión del filme “The Italian Job”, que años más tarde la popularizaron Mark Walbergh, Charlize Theron y Jason Statham, bajo la dirección de F. Gary Gray, el mismo director de “Rápidos y Furiosos 8”.
Charlie Chaplin era un gran admirador de su trabajo, a tal punto que se conoció de una visita de Hill al estudio de Chaplin, y de allí el que el mítico comediante dijera que él coleccionaba en vídeo los programas de Benny.
“Hacía falta alguien como Benny Hill para renovar el slapstick”, comentaba Chaplin; sin embargo, algunos sectores de la sociedad de la época le atacaba tildándolo de sexista, irrespetuoso de la imagen de la mujer y chabacano, a lo que el comediante respondía: “Si mis comedias enseñan algo es que para el varón, el sexo es una trampa. ¿Dónde está la perversión en todo esto?”
Sus momentos reconocidos, a parte del golpecito a la calva de Jack, eran el famoso “running gag”, en el cual los personajes molestos con la ocurrencia de Hill lo correteaban, las secuencias en cámara rápida en un plano opuesto para acentuar el tono hilarante, y definitivamente el “yaketi sax”que quedaba en la mente de cualquier seguidor de la serie.
Cuando Thames Televisión le hizo la oferta de transmitir su show, Benny sintió mayor libertad para crear y en las siguientes temporadas superó la meta de audiencia: 20 millones de espectadores, pero pero se le cuestionaba mucho sobre las mujeres semi desnudas que aparecían como parte importante de su show, que provenían de revistas británicas de la época y luego se hacían famosas ante millones de espectadores que disfrutaban las ocurrencias del equipo de Hill.
Otro lugar común en su acto era el constante anhelo del hombre por conseguir algo sexual o morbosamente afectivo de la mujer.
“Mis aspirantes a amante nunca triunfan; un hombre con éxito no es divertido, un hombre que fracasa sí lo es”, respondía el actor y productor sobre la relación entre sus personajes y las mujeres que eran parte de cada escena que al final tildaban de sexista.
Eso sí, Benny siempre demostró ser un hombre muy culto, refinado, estudiado y actualizado en todos los temas de interés general y ello se ve reflejado en cada parodia producida durante las temporadas de su show.
Cuando niño vivió con su familia en Southampton, uno de los principales puertos de Reino Unido, fue lechero, conductor y mecánico en los momentos más difíciles de Inglaterra, por los años anteriores y posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Una vez logró la fama, se hizo conocer como francófilo y políglota, pues manejaba bien el español, holandés, alemán y el italiano. Eso sí, se dice que prefería estar fuera del radar de la fama, pues gozaba del anonimato visitando cafés, parques y viajando en transporte público. No tenía auto y vivió alquilado en un apartamento.
Su genialidad era tan aplaudida entre los mejores cómicos del mundo, al punto que Hal Roach, uno de los responsables de la carrera de los míticos Laurel y Hardy comentaba: “Yo creo que hay solo un Benny Hill”, refiriéndose a los grandes del pasado y presente en el género.
Benny Hill era un maestro del mejor vodevil que, desde la televisión presentaba una gran variedad de actuaciones que provocaban desternillante asombro en el público, empujándolos al terreno de lo irreverente; tal vez por esa razón, sumado al hecho de mantenerse en la línea de explotar la sensualidad femenina dentro de su comedia, su estilo fue por muchos años un tabú para ciertas sociedades.
Revisando su carrera, uno va encontrando ciertas perlas que dicen mucho de su talento, sólo por el hecho de que figuras de fama mundial como Michael Jackson, quien lo visitó durante una convalecencia en 1992 y el propio Chaplin, admiraban su creatividad.
Alfred Hill falleció un 20 de abril de 1992, sentado frente a su televisión y su cadáver fue hallado cinco días más tarde en su apartamento den Teddington, donde vivía con su mamá, que había fallecido poco antes que él. Tenía más de diez millones de dólares como parte de su patrimonio, pero vivió 68 años haciendo reír al mundo, sin que se le reconociera como la primera gran estrella británica hecha famosa por la televisión, siempre creadora, inventora e innovadora, pero incomprendida y fuera de la órbita de doble moral, para abrirle el camino a aquellos que se han atrevido a romper esquemas en la diversión.