Un día nublado de junio, Kaori Shibo recorre el bosque, lupa en mano, y se detiene cerca del tronco de un árbol caído. Se acerca un poco más, observa… y entra en éxtasis
“¡Oh, el esporófito aparece, nunca había visto nada así antes!”, exclama Shibo, de 41 años, en medio de la vegetación de Yatsugatake, en el centro de Japón.
A unos días de que empiece la temporada de lluvias en el archipiélago, Shibo, junto a 20 senderistas, escruta los minúsculos detalles de hepáticas y antóceras en árboles y rocas.
“Es como un microuniverso. Cuando miras un pequeño trozo de verde, es el punto de partida de un vasto mundo que se extiende”, considera Masami Miyazaki.
El profundo bosque que rodea el lago Shirakomanoike se extiende por la cadena montañosa del norte de Yatsugatake.
Allí pueden contemplarse más de 500 variedades de musgo o de especies cercanas a este, según Masanobu Higuchi, el mayor especialista japonés de briología.
– La naturaleza en miniatura –
“Soy una apasionada del musgo, no solo porque son bonitas formas y colores, sino porque pueden encontrarse por todas partes alrededor de nosotros, sin que nos demos cuenta nunca de hasta qué punto son magníficos”, a menos que se los observe muy de cerca, explica Shibo.
Y aunque el boom del musgo sea relativamente nuevo entre los jóvenes senderistas y los amantes de los terrarios, las pequeñas plantas que crecen bien en el clima húmedo de Japón llevan siglos encantando a los jardineros de ese país.
“El espectáculo de la extensión y de la diversidad de la naturaleza doméstica en un espacio reducido, esa es la esencia de los jardines japoneses”, explica Chisao Shigemori, un reputado diseñador de este tipo de espacios, a menudo pegados a los santuarios.
Para él, el musgo permite recrear en miniatura la diversidad de la naturaleza.
“El paisaje montañoso y sus matices de verde pueden expresarse totalmente a través del musgo”, subraya a la AFP frente al jardín japonés Ikkai-in, en el templo de Tofokuji (Kioto).
– Musgo de la suerte –
Oichi Kiyomura, de 64 años, es otro japonés obsesionado con el musgo, si bien su forma de disfrutarlo es algo distinta: él recoge el musgo salvaje y lo transforma en dinero contante y sonante.
Establecido en las montañas de Nikko, al norte de Tokio, Kiyomura pasa la mayor parte del día en sus tierras o en otras, cuando le dejan. Baja y sube cuestas, recorre acantilados y va recogiendo puñados de musgo aquí y allá para llenar cientos de bandejas.
Kiyomura se dio cuenta del rendimiento que podía sacarle a su afición al imponerse como un proveedor de primer orden de musgo para campos de golf en los años 1980, una época en la que se construía multitud de estos.
En la actualidad, vende variedades de musgo a templos, paisajistas de jardines tradicionales y cultivadores de árboles en miniaturas (bonsáis) en tarros, así como a los amantes de los terrarios.
Este empresario también ha desarrollado un sistema para reverdecer superficies utilizando el musgo, cubriendo los techos de los edificios de las grandes ciudades y creando un sistema natural de enfriamiento que permite un menor uso de los sistemas de climatización.
Apodado el “rey del musgo” gracias al éxito de sus negocios, Kiyomura admite que a veces le insultan por internet a causa de su comercio fácil.
Sus detractores no pueden entenderlo, explica, porque no ven la belleza del musgo.
“Me encanta el musgo, todavía más que las mujeres”, bromea.