Muchos apostaban a que caería. Pero Nicolás Maduro, protagonista de la peor crisis de Venezuela en su historia moderna, demostró estar dispuesto a todo para perpetuarse, aun a costa de ser tildado de dictador.
Corpulento exchófer de bus de 56 años, con negro bigote, comenzará este jueves un segundo período de seis años desconocido por la oposición, Estados Unidos, la Unión Europea y varios países latinoamericanos.
Promete que ahora sí habrá prosperidad, pese a que durante su gobierno, iniciado en 2013, el tamaño de la economía de la otrora rica nación petrolera se redujo a la mitad.
Exsindicalista, Maduro recibió el peso de reemplazar a un Hugo Chávez (1999-2013) que se mostraba “insustituible” y, en principio, proyectó baja autoestima, dijo a AFP el politólogo Luis Salamanca.
“Ese Maduro ya no existe. Chávez es un recuerdo lejano”, sostiene.
Bajo su presidencia, Venezuela vivió protestas con unos 200 muertos, sanciones internacionales y una radicalización de la “revolución bolivariana”. Su rechazo llega a 80%, según la encuestadora Delphos.
“Sobrevive gracias a su autoritarismo. Cambió las reglas para no enfrentarse en una contienda electoral democrática porque sabe que perdería”, opina Salamanca.
Sus adversarios lo acusan de destruir la Constitución y la economía y de ser un “dictador” sostenido por los militares, a quienes otorgó poder en todos los frentes y considera la “columna vertebral” del país.
“Me resbala que digan que soy un dictador”, afirma Maduro, quien el pasado 4 de agosto denunció un intento de asesinato de opositores luego de que dos drones con explosivos estallaran cerca de una tarima donde encabezaba una parada militar.
Constantemente denuncia planes golpistas y se dice víctima de una “guerra económica” de Estados Unidos y la oposición, a los que culpa de la falta de alimentos y la inflación, proyectada por el FMI en 10.000.000% para 2019.