La desgracia de los milenials que #AmanSuTrabajo

La desgracia de los milenials que #AmanSuTrabajo
La generación de esta cultura parece obsesionada con estar al límite. FOTO/ New York Times

La cultura que ama el ajetreo  y el trabajo sin parar

Al inicio de mi semana laboral, ni una sola vez —ni en la fila para comprar mi café matutino ni en mi trayecto lleno de gente en el metro ni mientras comienzo a revisar el sinfín de correos electrónicos que ya hay en mi bandeja— me he detenido para susurrar: #GraciasADiosEsLunes, #ThankGodItsMonday, ¡TGIM!

Al parecer, eso me convierte en una traidora para mi generación. Me quedó claro durante una serie de visitas recientes a las sucursales de WeWork en Nueva York, donde los cojines de las oficinas en renta y de uso colaborativo les imploran a los ocupados locatarios: “Haz lo que amas”. Los letreros neón exigen “Trabaja más duro” y los murales recitan ese evangelio. Incluso las rebanadas de pepino que le dan sabor a los garrafones de agua en WeWork promueven una agenda. Hace poco alguien talló el mensaje “No te detengas cuando estés cansado, detente cuando acabes” en la pulpa de los vegetales flotantes. Las metáforas sobre tragarte todo lo que te venden rara vez son tan literales.

Bienvenido a la cultura que celebra el ajetreo y el trabajo sin parar. Es una cultura obsesionada con el esfuerzo, incansablemente positiva, sin sentido del humor y en cuanto empiezas a notarla queda claro que está en todas partes. “Rise and grind”, levántate y esfuérzate, es el tema de una campaña publicitaria de Nike y el título del libro de uno de los empresarios inversores de Negociando con tiburones (Shark Tank). Las empresas de medios emergentes como The Hustle, que produce un popular boletín de negocios y una serie de conferencias, y One37pm, glorifican la ambición no como una forma de alcanzar un fin, sino como un estilo de vida.

“El emprendedurismo va más allá de la profesión”, declara el sitio web de One37pm. “Es la ambición, la determinación y el esfuerzo. Es una actuación en vivo que enciende tu creatividad, una sesión agotadora en el gimnasio que libera endorfinas, algo visionario que expande tu mentalidad”. Desde este punto de vista, no hay que dejar de esforzarse nunca ni dejar este arrebato laborioso: el propósito principal de hacer ejercicio o de ir a un concierto es obtener la inspiración que te lleve de vuelta al escritorio.

No es suficiente aguantar tu empleo, ni siquiera que te guste. Los trabajadores deben amar lo que hacen y después demostrar ese amor en las redes sociales, con lo que prácticamente fusionan sus identidades con las de sus empleadores.

Big shock that @WeWork are promoting burnout culture. pic.twitter.com/ZBcamKRRhg

Es la marca “desvivirse en el trabajo es glamuroso”, y es algo cada vez más comercial. WeWork, por ejemplo, quiere convertirse en el Starbucks de la cultura laboral: con oficinas en 27 países y 400.000 inquilinos, entre ellos un tercio de las compañías en la lista Global Fortune 500, ha exportado su concepción de que la adicción al trabajo es algo para presumir, con todo y los pepinos que te exigen dar más.

Visto así, el trabajo infernal retratado en Office Space (Enredos de oficina) hace veinte años parece hasta ciencia ficción porque, en la actualidad, es difícil imaginarse a un obrero desencantado como Peter Gibbons, quien declara: “No es que sea perezoso, es que no me importa”. Hoy en día la indiferencia laboral no puede promoverse en redes sociales con una etiqueta.

Es fácil notar que la cultura del esfuerzo es una estafa: convencer a una generación de trabajadores de convertirse en hormiguitas es conveniente para los que están en la cima.

“La mayoría de las personas que promueven la obsesión con el trabajo no son quienes realizan ese trabajo”, dijo David Heinemeier Hansson, cofundador de la empresa de software Basecamp y autor del libro It Doesn’t Have to Be Crazy at Work, sobre la creación de culturas empresariales saludables. “Son los administradores, los financieros y los propietarios”.

Heinemeier Hansson comentó que, a pesar de los datos que muestran que pasar muchas horas en el trabajo no mejora ni la productividad ni la creatividad, los mitos sobre el trabajo extenuante persisten porque justifican la riqueza extrema de la que disfruta un pequeño grupo de élite de expertos en tecnología. “Es una cultura sombría y explotadora”, dijo.

La industria informática y de la tecnología habría puesto en marcha esta cultura de fervor laboral al inicio del siglo, cuando empresas como Google ofrecieron alimentar, dar masajes e incluso costearles el doctor a sus empleados dentro de las oficinas. Con esos beneficios las empresas querían atraer al mejor talento… y mantener a los empleados más tiempo en sus escritorios. Parecía envidiable: ¿quién no querría un empleador que se encarga de tu ropa sucia?

Sin embargo, la cultura de la tecnología ya permea todos los rincones del mundo de los negocios, con himnos a las virtudes del trabajo incansable que me recuerdan a la propaganda de la era soviética, la cual mostraba hazañas casi imposibles de realizar para motivar a los trabajadores e incentivar la productividad laboral. (Claro que esa propaganda era anticapitalista, así que vaya giro que la de hoy enfatiza las ganancias… que terminan quedándose en manos de los inversores).

“Crea el supuesto de que nuestro único valor como seres humanos es qué tan productivos somos; nuestra capacidad para trabajar queda por encima de nuestra humanidad”.

Quizá todos estamos deseosos de tener un propósito. La participación en sistemas de religión organizada va en caída, sobre todo entre los milénials estadounidenses. En cambio, el concepto de productividad ha adoptado casi una dimensión espiritual, como lo he atestiguado en San Francisco, donde vivo.

Aidan Harper, quien creó la campaña 4DayWeek para reducir la semana laboral en Europa, explicó: “Todo esto crea el supuesto de que nuestro único valor como seres humanos es qué tan productivos somos; nuestra capacidad para trabajar queda por encima de nuestra humanidad”. Criticó que es particularmente nocivo que ahora la mercadotecnia haga creer a los trabajadores que su propia explotación es provechosa. “Vas cada día a la oficina, tu iglesia, a rendirle culto al altar del trabajo”.

Para los fieles de la Catedral del Ajetreo Laboral Perpetuo, pasar tiempo en cualquier cosa que no esté relacionada con el trabajo incluso se ha convertido en un motivo de culpa. Bernie Klinder, consultor de una gran empresa tecnológica, comentó que es fácil volverse adictos al estrés laboral en esta era. “Si tus compañeros y pares son competitivos, trabajar una ‘semana laboral normal’ te hace parecer flojo”, escribió. Aunque dijo que él se mantiene centrado para reducir sus horarios porque siempre recuerda: “Si mañana me muero, todos mis premios de acrílico por ser buen empleado se van directo a la basura y en el periódico se publicaría antes el anuncio de que están contratando para suplir mi plaza que mi obituario”.

El desenlace lógico del trabajo ávido en exceso es el desgaste. Un ensayo al respecto de Anne Helen Petersen, la crítica cultural de BuzzFeed, se volvió viral hace poco: aborda de manera sesuda una de las incongruencias de la obsesión que muchos jóvenes tienen con el trabajo. A los milénials los han calificado como una generación perezosa que cree tener derecho automáticamente a todo, pero entonces ¿por qué están tan obsesionados con desvivirse y ser los mejores siempre en sus empleos?

Petersen argumenta que los milénials simplemente están desesperados por cumplir con sus propias expectativas altas. La generación fue educada para esperar que sus buenas calificaciones y amplios logros extracurriculares les conseguirían empleos satisfactorios que alimentaran sus pasiones. En cambio, la gran mayoría terminó en un empleo precario y poco motivante, además de con una enorme deuda por los préstamos universitarios. Y es por eso que hay tanta pose sobre el esfuerzo y el éxito en sus redes sociales; el festejo de que sea mañana del lunes —¡TGIM!— es un mecanismo de defensa.

Muchas empresas aún pregonan las virtudes del trabajo empaquetado con mensajes moralistas. Por ejemplo, Spotify, una plataforma para escuchar música, afirma que su misión es “liberar el potencial de la creatividad humana”. Dropbox, que te permite almacenar archivos en la nube, dice que su propósito es “liberar la energía creativa del mundo diseñando una forma más eficiente de trabajar”.

Sin embargo, más recientemente la industria de la tecnología está experimentando un rechazo general y feroz —respecto de temas como el comportamiento monopolístico, la divulgación de desinformación y la incitación a la violencia— y los trabajadores están descubriendo cuánto poder tienen. En noviembre, cerca de 20.000 empleados de Google participaron en una huelga para manifestarse contra la manera en que la compañía ha lidiado con denuncias de acoso sexual, y varios de los trabajadores de la empresa ejercieron presión para que Alphabet, la compañía matriz, cancelara un contrato para ayudar al Pentágono a desarrollar inteligencia artificial que pudo haber hecho más letales a los drones militares.

Heinemeier Hansson, el autor de It Doesn’t Have to Be Crazy at Work, dijo que esas manifestaciones son evidencia de que los empleados milénials podrían terminar por rebelarse en contra de la cultura del trabajo excesivo. “La gente no va a tolerar esta mierda”, dijo, “ni se tragará la propaganda de que la felicidad eterna pasa por monitorear y restringir hasta tus pausas para ir al baño”.

Al final, los trabajadores deben decidir si admiran o rechazan este nivel de devoción.

En algún nivel, debes respetar a quienes dan todo su esfuerzo porque ven un sistema funesto y entienden que el éxito en esta circunstancia requiere una participación total y desvergonzada. Si estamos condenados a afanarnos hasta morir, por qué no fingir que nos gusta. Incluso los lunes.

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