Rodgil Flores mira con severidad a su pequeño equipo de mujeres en bikini que se esfuerzan por encontrar la pose perfecta en uno de los estudios cubiertos de espejos, donde se fabrican las “misses” de los concursos de belleza, en los que Filipinas se ha vuelto especialista.
Encaramadas sobre sus tacones de 17 centímetros, las aprendices de reinas de belleza contonean sus caderas dando grandes zancadas, un ejercicio difícil pero esencial para poder caminar de forma natural el día del concurso.
“Por la corona. Por el país”, reza el lema del estudio Kagandahang Flores (Flores Belleza) que Rodgil Flores, de 50 años, fundó en 1996. Fue el primero de los “beauty boot camps” -campos de entrenamiento de belleza- que proliferaron desde entonces en Filipinas.
La representante de Filipinas, Catriona Gray, logró en diciembre pasado el cuarto título de Miss Universo para su país.
Gray, como Pia Alonzo Wurtzbach, coronada en 2015, se había entrenado en una estructura de este tipo.
Los concursos de belleza son sumamente populares en el archipiélago. Los más de 100 millones de habitantes ven en ellos una oportunidad de olvidar momentáneamente la pobreza, las catástrofes naturales y la corrupción endémica que azotan al país.
Ganar un título de Miss puede abrir a las jóvenes filipinas las puertas de la publicidad, el cine o la moda.
“La multiplicación de los ‘campos de entrenamiento’ ha convertido Filipinas en una verdadera fábrica de candidatas para los concursos de belleza. E