Todos los padres cuyos bebés prematuros pasaron por una unidad de cuidados intensivos recuerdan los molestos sensores pegados a sus hijos y enchufados a los aparatos de control de las constantes vitales a través de una maraña de cables.
Un equipo estadounidense de ingenieros y médicos de la región de Chicago ha creado nuevos sensores de silicona finos como el papel, flexibles y, sobre todo, inalámbricos, para permitir que los padres puedan tomar a sus bebés en brazos sin problemas, lo cual se considera muy importante para la salud del niño.
Los creadores de esos dispositivos presentaron su invención en la edición del viernes de la revista estadounidense Science.
En lugar de los cinco electrodos que suelen pegarse a la piel de un bebé para vigilar los latidos de su corazón, su respiración, la oxigenación de su sangre y su temperatura, el equipo diseñó dos sensores de cinco y dos centímetros de largo, para el pecho y para el pie.
Éstos no tienen pilas y se pegan al niño con un gel adhesivo más ligero, hecho a base de agua. Los datos se transmiten mediante una antena minúscula a un receptor situado bajo la incubadora.
Los sensores que se utilizan en las incubadoras no han cambiado desde los años 1960, dice John Rogers, director del centro de electrónica biointegrada de la Universidad Northwestern en Estados Unidos.
Hacia 2016, su equipo especializado en la integración de componentes electrónicos en el cuerpo humano empezó a trabajar con pediatras del servicio de neonatalogía del hospital infantil Lurie de Chicago.
“Queríamos hacer algo en el ámbito neonatal, ya que es ahí donde nuestros aparatos pueden aportar más valor”, explica el ingeniero a la AFP. “Los bebés prematuros son frágiles, requieren una vigilancia permanente, y su piel está subdesarrollada, es muy sensible y se daña fácilmente”.
Su equipo comparó la calidad de los datos transmitidos de forma inalámbrica con la información enviada mediante cables en más de 80 bebés al día. Su conclusión fue que su tecnología era tan precisa como la antigua. Ahora falta conseguir la autorización de las autoridades sanitarias estadounidenses, algo que no ocurrirá antes de 2020, según Rogers.
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