Homar Veloz vive en el sur de Texas, pero del lado equivocado del muro fronterizo, separado del resto de Estados Unidos por una larga hilera de barras verticales de acero de más de 5 metros de altura.
BROWNSVILLE, Texas —Su casa en los números 1600 de la calle Milpa Verde está ubicada en una franja extraña de Brownsville, que se ubica entre el muro fronterizo y el río Bravo, una especie de inframundo que oficialmente es parte de Estados Unidos, pero que, de algún modo, quedó rezagado en el lado mexicano del muro.
Los visitantes a menudo se sienten confundidos, incluida la hija de Veloz, quien se sintió nerviosa la primera vez que visitó la casa y le recordó que no había traído su pasaporte.
“Me dijo: ‘Papá, no me digas que estamos en México’”, recordó Veloz. “Porque habíamos cruzado la valla”.
Una vecina hizo un cartel casero que colocó en su entrada para aclarar las cosas: “Somos parte de Estados Unidos”.
En tramos largos de la frontera, un límite claramente visible separa a Estados Unidos y México. En partes del sur de California y el desierto de Arizona, toma la forma de un muro que se extiende a lo largo de esa línea, con un país de cada lado.
Sin embargo, en el sur de Texas, las cosas se ponen más confusas. La frontera aquí, por tradición y convenio internacional, es el río Bravo, y nadie ha ideado una manera para construir un muro en medio de un río. Como resultado, la valla que en otras áreas sigue el borde sureño de Estados Unidos se desvía –al igual que en el vecindario de Veloz– más de un kilómetro al norte del río.
Esto ha creado una zona extrañamente aislada de hogares, rancherías, sitios industriales y reservas naturales que la gente del lugar llama tierra de nadie y que se ubica entre la barrera y la frontera —un lugar que decenas de texanos consideran su hogar—.
Los planes de seguridad fronteriza del presidente estadounidense, Donald Trump, exigen que se agreguen kilómetros de nuevo cercado fronterizo en el sur de Texas, la mayoría en el valle del río Grande, el cual se ha vuelto un lugar de paso clave para la migración no autorizada hacia Estados Unidos. La propuesta del muro fronterizo ha suscitado preguntas en todo el país acerca de costos y efectividad, pero aquí en Texas uno de los problemas más importantes es la manera en que el plan afectaría a esta tierra de nadie, una región rara que ha divertido, enfurecido y aislado a las personas que viven y trabajan ahí.
“Fue culpa de un montón de zoquetes en D.C.”, dijo Cuban A. Monsees Júnior, de 71 años, que vive al norte del cercado, cerca de Veloz, pero es propietario de más de 1,6 hectáreas en el lado sur. “Para empezar, debería estar más cerca del río”, dijo Monsees sobre la valla. “Debió haber estado a 45 metros de la orilla del río, en cambio, en algunas áreas, está a más de un kilómetro de distancia”.
Este inframundo entre el final del territorio mexicano y el principio visible del estadounidense es un lugar sutilmente desubicado y distinto de cualquier otro en Estados Unidos.
Los residentes, propietarios y granjeros del sur de Texas tienen acceso a la zona por medio de decenas de aperturas y verjas; en muchos casos deben ingresar códigos secretos de acceso en un teclado. Una casa del lado sur del cercado en Brownsville puso su buzón de correo del lado norte, supuestamente para facilitarle la vida al cartero.
El ritmo es lento, las propiedades son baratas: Veloz renta su casa por 350 dólares al mes. Otro residente no tiene buzón porque el correo nunca llega, y quema su basura porque el recolector nunca se aparece por ahí.
El cercado que creó este inframundo se instaló durante el gobierno de George W. Bush, pero los límites que indicaban dónde podía construirse la barrera son mucho más antiguos.
Un tratado firmado por Estados Unidos y México en 1970 y después ratificado por el presidente Richard Nixon, cuyo fin era resolver algunos litigios fronterizos, prohíbe la construcción de cualquier estructura que obstruya el flujo normal del río Bravo. Esto no solo aplica al cauce principal del río, sino también a los terrenos adyacentes, de ahí la decisión de mantener la valla alejada del río.
El propósito del cercado era mantener al margen a los traficantes de drogas y los migrantes no autorizados. No obstante, de cierta forma ha complicado los intentos del gobierno de Trump por frenar las olas de familias de migrantes provenientes de Centroamérica que han estado cruzando la frontera recientemente. Los que cruzan en el valle del río Grande no tienen que saltar un muro fronterizo para solicitar asilo, pues llegan directamente a suelo estadounidense y adquieren ese derecho en cuanto cruzan el río. Así que, para ellos, la situación sería la misma con o sin un muro o valla.
Han estallado varias batallas legales entre el gobierno de Trump y los propietarios a lo largo del río, respecto de los planes que tiene el gobierno de instalar barreras adicionales al norte del río que bloquearían y fragmentarían ranchos, centros naturales y lugares históricamente emblemáticos.
La vida del lado sur de la valla construida en la época de Bush ha sido difícil para una organización sin fines de lucro llamada The Nature Conservancy. Esta organización es propietaria de la reserva Southmost Preserve cerca de Brownsville, un hábitat donde anidan aves poco comunes y sitio que alberga una de las últimas dos arboledas extensas de la palma de abanico, nativa del país. La mayor parte de la reserva —336 de sus 410 hectáreas— está al sur de la cerca.
Hubo una época en la que el gerente de la reserva vivía en una casa en el lugar, y muchos benefactores e investigadores iban de visita y se quedaban a pasar la noche. Sin embargo, tras la construcción del muro en 2009, la reserva quedó dividida, el gerente se mudó a otra parte por motivos de seguridad y las visitas de donantes e investigadores disminuyeron. También ha habido impactos ecológicos negativos, entre ellos alteraciones al libre desplazamiento de los ocelotes, una especie en peligro de extinción.
En un inicio, el gobierno federal le ofreció a The Nature Conservancy casi 100.000 dólares por un derecho de paso a través de la reserva, pero el grupo antepuso una demanda y recibió casi un millón de dólares, menos de la tercera parte de los 3,1 millones de dólares que invirtió en la compra de la reserva.
“El volumen de visitas en general no es como antes”, dijo Laura Huffman, directora estatal de The Nature Conservancy. “Cambió la historia de la reserva. Ahora, el diálogo en torno a la Southmost Preserve no es acerca de las palmas de abanico ni la protección del hábitat del ocelote, sino sobre el muro fronterizo, y ese no es el debate que nosotros queremos generar”.
En ciertos aspectos, esta región no es tan diferente de otras zonas rurales en Texas. Hay cultivos amplios y bien cuidados de maíz y caña de azúcar, establos de caballos, carreteras sin pavimentar, tendidos eléctricos y ganado que sacude la cola. Hay torres de radio y estanques pintorescos, casas con albercas y perros sin correa que persiguen autos.
Los funcionarios de Brownsville dicen que Veloz y sus vecinos en Milpa Verde reciben los mismos servicios municipales que los demás residentes.
“Nuestros tiempos de respuesta no se ven afectados”, dijo Jarrett Sheldon, jefe del Departamento de Bomberos de Brownsville. “La gente del otro lado del muro va a obtener la misma ayuda”.
De todas formas, los residentes al sur de la valla no tienen que depender únicamente del personal de respuesta a emergencias de Brownsville para su seguridad: viven en una de las comunidades más vigiladas del país. Los agentes de la Patrulla Fronteriza pasan con regularidad en vehículos y helicópteros, junto con ayudantes del alguacil, oficiales y policías estatales. Hay cámaras montadas en la parte superior del cercado, muchas apuntan a las aperturas y las verjas, y los residentes están acostumbrados desde hace mucho a ser fotografiados y grabados en el camino de ida y vuelta a sus hogares.
Veloz dijo que todo esto lo hace sentir más seguro. Es común ver a migrantes y traficantes. Hace años, relató, llegaba gente a tocar a su puerta. “Yo no atendía”, dijo, “porque no sé cuáles son sus intenciones”.
Sin embargo, al ser texanos, muchos de los que viven entre la valla y el río dicen que no dependen solo del gobierno para mantenerse a salvo. Una tarde reciente, un reparador de refrigeradores jubilado vestido con prendas de camuflaje paseaba al sur del muro con una pistola en una funda en su cadera. Monsees llevaba más armas mientras nos hablaba afuera de su casa, sentado en su camioneta.
“Esta es una calibre 410 de un solo disparo y esa es una calibre 22 de un solo disparo, y guardo la pistola entre los asientos”, explicó.
En otra de estas tierras junto al río unos 80 kilómetros al noroeste de Brownsville, en un camino lodoso afuera del poblado de Donna, Arturo Munoz, de 72 años, estaba sentado en la cochera de su casa, al sur de la valla fronteriza, bebiendo una Bud Light. Su perro Max estaba postrado a sus pies.
“Es prácticamente igual que en el lado norte”, dijo Munoz, un soldador jubilado y veterano de la guerra de Vietnam, aunque admitió que no tiene servicio de correo ni línea telefónica ni televisión por cable.
Mencionó que compró su propiedad hace casi quince años porque creció cerca de ahí y siente una conexión con la zona. Comentó que cuando empezó la construcción de la valla fronteriza el gobierno le hizo una oferta que podía rechazar, y lo hizo. Se quedó ahí, y el muro se edificó unos metros al norte de su casa de ladrillos blancos, justo detrás de una hilera de árboles en su patio trasero.
“Aquí es mucho más seguro que en la ciudad”, dijo. “Viví un tiempo allá. Rentaba, y se metieron a robar a mi casa tres veces”.
Contó que un día andaba en bicicleta cerca de su casa y vio a unos migrantes caminando por ahí. Dijo que los saludó y siguió pedaleando. Habían cruzado el río en su viaje para llegar a Estados Unidos, y lo habían logrado. Más o menos.