BUENOS AIRES — El video, montado como tráiler de una serie de Netlfix, aborda el escándalo de los Panamá Papers: muestra a Pedro Almodóvar como su director y termina con una escena del presidente de la Argentina, Mauricio Macri. Pero es falso.
Al mismo tiempo, una imagen que circula por las redes sociales muestra un supuesto extracto bancario de la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner y una frase en la que se dan por ciertas y verificadas por la justicia argentina un par de cuentas a su nombre en un paraíso fiscal. Es falso, también.
Bienvenidos a la carrera presidencial 2019 de la República Argentina: una campaña que por ley debe comenzar el 12 de julio, pero que en la práctica ya comenzó y despunta como una de las más competitivas. Según miembros de equipos de campaña que consulté, esta será también una de las campañas más sucias desde el retorno de la democracia en el país, en 1983.
Informaciones falsas como las anteriores circulan por Twitter, Facebook, Instagram y WhatsApp desde hace semanas contra Macri y Fernández de Kirchner —las dos figuras más conocidas de la política argentina—, pero también contra otros precandidatos, como Roberto Lavagna o Sergio Massa. Ataques como estos se conocen ahora como “noticias falsas”, pero circulan desde hace décadas en la Argentina como “pescado podrido” o “fruta”. La diferencia es que, estos días, se distribuyen de manera imparable por las plataformas digitales, donde son nulos (o casi) los estándares de verificación de datos.
¿Qué se puede hacer para que en las elecciones argentinas de 2019 las noticias falsas no desborden la campaña electoral, como ha sucedido en Brasil? ¿Cómo hacer para que la distracción de la desinformación no consuma el debate político, tan necesitado de propuestas claras ante los desafíos hondos que afronta el país? Existen algunos proyectos como Chequeado, un sitio digital sin fines de lucro que se dedica a la verificación del discurso público y a alertar sobre datos falsos o tergiversaciones. Se trata de una iniciativa que actúa como un antídoto necesario, pero insuficiente para las pestes de falsedad electoral.
Ni las redes sociales, los gobiernos, las regulaciones en internet, las organizaciones independientes de verificación de datos ni los medios de comunicación con rigor periodístico están preparados para desmentir o frenar el flujo de tanta desinformación. Así que la solución tiene que estar en los votantes. Las capacidades técnicas de internet para distribuir masivamente información no verificada nos obliga a cambiar como ciudadanos: ser más cautos con lo que leemos y lo que distribuimos.
Las redes sociales y aplicaciones de mensajería, como WhatsApp —el canal en el que, según un estudio durante las últimas elecciones presidenciales de Brasil, más de la mitad de los mensajes enviados con contenido político contenían noticias falsas—, a menudo ofrecen dos atractivos a quienes quieren ensuciar a un rival. El primero es el anonimato: la oportunidad de lanzar una piedra y esconder la mano con escasas o nulas probabilidades de ser atrapado. El segundo es su efecto multiplicador: una buena mentira, bien contada, puede dar la vuelta al mundo aunque su emisor sea una persona con pocos seguidores.
A ese fenómeno de viralidad y anonimato se agrega una complejidad adicional: algunas versiones poco creíbles pero atractivas a menudo circulan más rápido que los artículos que las desmienten. Un ejemplo es el reportaje falso de una mujer que supuestamente se había implantado un tercer pecho. El artículo fue desmentido con rapidez con otro texto, pero esa aclaración registró un tercio del total de clics del artículo falso.
En este contexto, periodistas y expertos independientes en la Argentina se aprestan para una campaña electoral en la que posiblemente dedicarán sus energías a separar la verdad de las mentiras. Así pasó en las elecciones de Brasil, donde a la iniciativa Comprova —en la que participaron más de veinte redacciones de medios, Facebook y Google— se sumó un portal del Tribunal Superior Electoral para analizar noticias y verificar información. En Europa, se preparan para enfrentar la acumulación de noticias falsas en las elecciones de mayo con un proyecto de la International Fact Checking Network, que integran diecinueve medios de trece países.
En la Argentina, además de Chequeado, hay otros sitios como Transparencia Electoral se aprestan para sumarse a la cruzada pírrica de combatir la desinformación; Google y Facebook ya firmaron un acuerdo contra las noticias falsas durante las elecciones en Brasil, y varios medios de comunicación destinarán tiempo y recursos a separar la mentira de la verdad. Pero eso no alcanzará para detener lo que podría convertirse en un tsunami de desinformación. “Nadie está listo para enfrentar la velocidad y el volumen de este problema de noticias falsas”, dijo Fernando Neisser, coordinador de la Academia Brasileña de Derecho Electoral y Político.
Algunos candidatos —y muchos de sus seguidores más polarizados— buscarán que esta campaña electoral sea desagradable y caótica, pero dependerá de los ciudadanos que las mentiras no se multipliquen ni que ocupen lugares centrales en la conversación pública. No hace falta ser un experto electoral ni un consultor político para ejercitar el músculo de la disertación: si recibimos una acusación sobre un candidato, debemos optar por analizar, indagar y evaluar si la información es cierta o falsa.
Una manera de hacerlo es formulándonos cinco preguntas: ¿La “noticia” sale en algún portal informativo serio si se busca en internet o solo en páginas desconocidas o de dudosa seriedad? ¿La supuesta “noticia” coincide o se contradice con la información fiable hasta ahora conocida? ¿Los supuestos “datos” mencionados en la nota incluyen algún enlace que permitan corroborar si surgen de algún informe oficial? ¿El autor de esa supuesta “noticia” es anónimo o un periodista o analista conocido? ¿El remitente que le envió esa supuesta “noticia” es alguien responsable, un seguidor irredento de algún candidato o un difusor serial de todo lo que le llega?
Las elecciones de los últimos años han modificado el modo de experimentar la política. Los votantes debemos obligarnos a distanciarnos y plantearnos estas preguntas incómodas antes circular información.
Hugo Alconada Mon es abogado, prosecretario de redacción del diario La Nación y miembro del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ). Es autor de “La raíz (de todos los males)”.