Julia con 17 años ya se prostituía los fines de semana durante las vacaciones escolares y los miércoles cuando no tenía clase.
Julia lo hacía para ahorrar dinero “para cuando termine la secundaria”, Pauline cayó en la prostitución porque “todo el mundo lo hace”. Ambas adolescentes son víctimas, como tantas otras, de la prostitución, que aumenta considerablemente en la región de París.
Julia (todos los nombres fueron cambiados) con 17 años ya se prostituía los fines de semana durante las vacaciones escolares y los miércoles cuando no tenía clase.
Como sucede generalmente en estos casos, la joven se enamoró de un muchacho que le propuso rápidamente convertirse en chica “escort”. Él le encontraría clientes, fijaría las tarifas –100 euros la hora, 50 la media– y compartirían las ganancias. Como también sucede en la mayoría de los casos, la joven no vio ni un euro.
¿Por qué aceptar? ¿Cómo termina una el sábado por la noche tras cinco clientes seguidos? “No puedo responder”, dijo esta estudiante de secundaria a los investigadores luego de la detención de la pareja. “A veces todo va bien, a veces sólo veo pasar la hora y el dinero que voy a ganar”.
A diferencia de Julia, que vive en casa de sus padres, la mayoría de estas adolescentes, entre 14 y 18 años, no están escolarizadas, se encuentran en centros de acogidas o huyeron de sus casas.
Es el caso de Pauline, que llegó sola a la región parisina con 17 años. “Tenía una amiga que hacía esto con un tipo, me lo presentó”, explicó a AFP.
La joven describe microrredes efímeras controladas por pequeños delincuentes, reclutamientos en las redes sociales, los “planes” que las chicas comparten, los muchachos que “prueban” y se pasan a “las que más trabajan”. Gestionan los anuncios, los clientes, las reservas de hoteles y la “seguridad” desde el cuarto de baño. Se encargan de hacer venir comida, drogas y alcohol para las chicas.
Los clientes, cuenta Pauline, son de todo tipo, “jóvenes de los barrios humildes, empleados con traje y corbata”.
Las chicas a veces son muy jóvenes, afirma. “Se ponen falsas pestañas, una capa de maquillaje… No se puede saber si tienen 13 años”.
Chloé huyó de su hogar varias veces. Hasta que fue reclutada con 14 años por una amiga que le prometió “una tonelada de dinero”, explicó en el tribunal de Creteil, un suburbio de París, adonde testificó hace poco más de un año.
Pequeña, rubia, con cara de niña. Su padre la recuperó en un hotel haciéndose pasar por un cliente.
– La prostitución es “glamur” –
Este “proxenetismo de los bajos barrios” se acentuó de manera “considerable” los últimos años, explica Raphaëlle Wach, una referente sobre el tema en el tribunal de Creteil, que trata en este momento unos treinta casos similares.
Entre julio de 2016 y fines de 2018 hubo al menos 145 investigaciones en la región parisina. “La parte visible del iceberg”, según Lorraine Questiaux del Mouvement du Nid (Movimiento de Nido), que lucha contra la prostitución y lamenta la ausencia de cifras oficiales sobre el tema.
Su movimiento estimaba en 2015 en 37.000 la cifra global de prostitutas en Francia. La asociación Agir (Actuar) contra la prostitución infantil hablaba en 2013 de entre 5.000 y 8.000 menores. Adolescentes frágiles, vulnerables, con “gran falta de estima propia y en búsqueda de afecto” por su historia personal –violencia, familias complicadas, acoso–, según su secretario general Arthur Melon.
Para algunas de estas chicas, la prostitución se ha “banalizado”, es “glamur”, explica Wach que habla de los daños causados por el “fenómeno Zahia”, la exescort –entonces menor de edad– que saltó a la celebridad por haber sido el “regalo de cumpleaños” del futbolista Franck Ribéry en 2009. La joven se reconvirtió en la creación de lencería de lujo. Para ellas, “es un modelo de mujer exitosa”.
Pero su realidad pasa más bien en tugurios baratos de la región parisina. Un recepcionista describe chicas “sentadas en las escaleras” mientras una amiga está con un cliente, y cuenta cómo se repite la escena: “Un joven llega, toma la llave, se va, luego llega la joven, y empiezan las idas y las vueltas, y ahí entendemos”.
Yanis, empleada en un hotel de la región parisina que bordea un cruce de autopistas, reconoce a los clientes, que pasan con aire “perdido y cabizbajo”, a veces a los proxenetas. Pero “tienen documentos de identidad y reservaron en internet, estamos obligados a dar” la llave de la habitación.
En las habitaciones, dice una empleada de limpieza, encuentran preservativos usados, paquetes de comida, botellas vacías, a veces sangre en las sábanas.
– “Es mi cuerpo” –
Cuando se le pregunta cómo podía vivir de esa manera, Pauline alza los hombros. “No está mal… Entras en ese mundo, te acostumbras. Es dinero fácil. Podemos ganar 500 euros en un día, al día siguiente descansamos”.
Nunca recuperó gran parte del dinero que ganó para el último proxeneta con el que estaba, del cual estaba enamorada, pero sigue sin considerarse como una víctima, dos años después. “Era un trato, nadie está obligado”, sostiene. “Las chicas piden hacer esto, son ellas las que vienen. Es una moda, todo el mundo lo hace”.
Los proxenetas dicen lo mismo. “No soy un rufián. No las golpeé, no las dejé en la calle, nunca las obligué”, se irritó en su juicio el jefe de 22 años de una microrred, condenado en Creteil a cuatro años de prisión.
“No se dan cuenta de la violencia de este fenómeno de control” que las obliga a veces a enviar lo que ganan a sus “loverboys” que están en prisión, explica Wach.
Ante los policías que las interrogan, las jóvenes, muchas veces arrogantes y agresivas, niegan ser víctimas. Nunca hablan de prostitutas sino de “escort”. “Nos dicen ‘hago lo que quiero, es mi cuerpo'”, cuenta una investigadora.
“Cuando se les dice ‘hiciste de puta’, se enojan”, asegura. “Se creen princesas. Les decimos que no, que no son princesas, ‘vendes tu cuerpo y además te sacan el 50% de lo que ganas'”.