Aunque estaba cerca de igualar el récord del primer ministro con más tiempo en el cargo, establecido por el líder fundador de Israel, David Ben-Gurion, varios nuevos enemigos acechaban.
Benajamín Netanhu, estaba frente a las elecciones con un retador inesperadamente fuerte, Benny Gantz, un exjefe del ejército y soldado de carrera que fácilmente podría socavar las credenciales básicas de Netanyahu como el Señor Seguridad de Israel.
El fiscal general buscaba imputarlo por corrupción, al acusarlo de traficar favores y usar el aparato del Estado para obtener coberturas noticiosas favorables. Un nuevo escándalo surgió poco después: se reveló que Netanyahu había aprobado en secreto la venta de submarinos avanzados a Egipto y había mentido al respecto. Hasta sus simpatizantes de la derecha israelí empezaban a cuestionar su obsesión consigo mismo.
Pero si la elección en Israel de este martes 9 de abril iba a ser un referendo sobre el historial de Netanyahu, él parecía más que dispuesto a postular de ese modo.
El primer ministro ha estado en una racha: estableció vínculos con países musulmanes en África, ha mejorado las relaciones con los líderes sunitas árabes, reforzado sus alianzas con Europa del este y mejorado los intercambios comerciales con América Latina y con Asia. Se colgó como medalla la decisión del presidente estadounidense, Donald Trump, de reconocer a Jerusalén como la capital israelí y también el anuncio estadounidense de mediados de marzo sobre la soberanía de Israel en los Altos del Golán.
El jueves 4 de abril aprovechó su cercanía con el presidente ruso Vladimir Putin para conseguir la ayuda de Moscú en las negociaciones para recuperar los restos de un soldado israelí asesinado en Líbano hace casi 37 años.
Gantz, su rival electoral, ha buscado que los votantes se enfoquen en la corrupción, la arrogancia y los contratos otorgados a amigos de Netanyahu que manchan sus logros. Frente a la manera divisiva de Netanyahu de hacer política –derecha contra izquierda, judío contra árabe, religioso contra secular, clase obrera contra los ricos, zonas periféricas contra Tel Aviv, nietos de quienes abandonaron sus tierras árabes contra nietos de los pioneros de los kibbutznik– Gantz ha ofrecido un mensaje de unidad y de restauración, de “Israel ante todo”.
Ninguno de los dos candidatos ha dicho mucho sobre propuestas políticas concretas. Como resultado, una de las elecciones más significativas en Israel han sido de las más sucias y superficiales.
No hubo debates ni entrevistas sustanciales con los principales candidatos. Los mítines para movilizar a votantes fueron remplazados por videos en Facebook y Twitter y mensajes de texto de remitentes anónimos.
Aunque la pelea entre Netanyahu y Gantz atrajo atención hacia las elecciones como si fuera un cara a cara, en el sistema parlamentario caótico y confuso de Israel hay un abanico de pequeños partidos que pueden inclinar la balanza. Si el resultado es ajustado, los partidos que tienen control de apenas unos escaños pueden darle a un lado o el otro suficiente respaldo para tener una mayoría y gobernar.
El político que inesperadamente tiene más poderío para definir así al ganador es Moshe Feiglin, quien ha abogado por una agenda de ultraderecha y por anexar toda Cisjordania, con todo y una toma de poder delMonte del Templo.
Ahora este político iconoclasta, quien ha atraído la atención mediática reciente con su llamado para legalizar la marihuana, está conquistando a miles de jóvenes votantes con una plataforma de libre mercado que afirma reduciría los costos de vida: un solo impuesto fijo, la privatización de los hospitales, el fin de los aranceles a las importaciones y una reforma agraria para reducir los costos de vivienda.
En el otro extremo del electorado también ha habido drama. El histórico Partido Laborista israelí estaba en peligro de extinción con su nuevo líder, Avi Gabbay, exministro de Medioambiente de centroderecha a quien la gran mayoría del centro más sionista y liberal del partido rechazó. Un fuerte impulso de anuncios electorales ha recuperado algo la relevancia del partido y muchos votantes parecen listos para hacer caso omiso de las divisiones en la cúpula laborista respecto a Gabbay para que esa fuerza regrese al parlamento.
Por la derecha, hubo una movida estratégica del ministro de Educación Naftali Bennett y la ministra de Justicia Ayelet Shaked, quienes rompieron con el partido La Casa Judía para formar un partido relativamente más secular, Nueva Derecha. Eso podría resultarles contraproducente: los dos políticos jóvenes que alguna vez fueron considerados parte de la línea de sucesión de Netanyahu estarían cerca de quedarse sin sus escaños, sin mencionar sus cargos ministeriales.
El voto de los árabes israelíes también es un tema incierto. De haber una alta participación de ciudadanos palestinos en Israel, que suman el 20 por ciento de la población, aumentará también el umbral necesario para llegar al parlamento, lo que pone en peligro a los partidos pequeños de derecha y de izquierda. Es un peligro especialmente evidente en el caso del partido de Avigdor Lieberman, el duro exministro de Defensa que impuso esas mismas reglas electorales, originalmente para dejar en desventaja a los partidos árabes.
Sin embargo, los votantes árabes han dado indicaciones de que la elección los emociona aún menos que a los votantes judíos. Una campaña para boicotear el voto ha surgido con fuerza en el último mes, como expresión de la frustración popular con los políticos árabes como Ayman Odeh y Ahmed Tibi, cuya pequeña lucha de poder hizo que la coalición árabe quedara fracturada en distintas facciones.
Gantz ha alardeado sobre la cantidad de combatientes palestinos que mató en la Franja de Gaza en 2014, lo cual también ha atemperado cualquier posible entusiasmo entre los votantes árabes para respaldarlo con el fin de sacar a Netanyahu.
Gantz tiene que presentarse como un político muy duro para intentar vencer a Netanyahu. Entre su equipo está Yair Lapid, popular exconductor de un programa de televisión y antes boxeador aficionado, así como dos exlíderes del ejército, Moshe Yaalon y Gabi Ashkenazi. En sus apariciones en las fronteras con Gaza y Líbano, los cuatro –vestidos con jeans y chaquetas Uniqlo– han intentado calmar a los israelíes como diciendo que sí, que puede haber un Israel seguro y estable sin Netanyahu como primer ministro.
Pero la asociación de Gantz con Lapid también incluye la promesa de rotarse el cargo de primer ministro: Gantz primero y Lapid después de dos años y medio. Es un arreglo que algunos votantes criticaron como muestra de que Gantz no tiene suficiente determinación. De hecho, la humildad que ha mostrado Gantz en el transcurso de la campaña, en considerable contraste a la presentación de Netanyahu como un político indispensable, también ha sido riesgosa.
La mayoría de los israelíes prefieren que sus líderes sean perros alfa rapaces, de acuerdo con Mitchell Barak, encuestador estadounidense que alguna vez trabajó con Netanyahu. “Se puede decir mucho sobre Bibi”, explicó Barak, usando el apodo del primer ministro, “pero él quiere ese puesto más que ningún otro. Lo quiere tener más que nada en este mundo”.