Tras cinco años desde que la Operación Lava Jato detonó un esquema de corrupción en Brasil, las esquirlas siguen esparciendo el escándalo en América Latina, donde no solo ha destronado a altas figuras de la política y los negocios, sino que se ha cobrado al menos una muerte, mientras otras siguen bajo investigación.
La región hizo propio el caso desde que la constructora Odebrecht, protagonista de la megacausa brasileña, admitió en 2016 haber pagado sobornos por 788 millones de dólares en una decena de países latinoamericanos y dos africanos.
Hasta entonces, el gigante de Brasil operaba en 26 países como proveedor de energía y agua, constructor de carreteras, aeropuertos y estadios y hasta como fabricante de submarinos. Pero fue la exportación de su modelo de corrupción lo que popularizó su nombre.
El reparto, que dejó la mayor suma en el país de origen y tuvo como principales destinos Venezuela, República Dominicana y Panamá, ha tenido repercusiones desiguales en las distintas naciones implicadas.