El filósofo francés Alan Badiou en una conferencia dictada en la Universidad de Stanford en el año 2016 sostuvo que la crisis global política que sufre el mundo la constituyen cuatro características: 1. El capitalismo global y salvaje. Lo de salvaje se refiere a la desregulación de los mercados financieros y la extraordinaria riqueza generada por el mundo financiero ha permitido la conformación de una nueva élite mundial. 2. La descomposición de las élites políticas entiéndase partidos políticos y clase política. 3. La creciente frustración y desorientación que muchos sienten hoy sobre su presente y futuro y 4. la ausencia de visión alterna.
Esta crisis producto del nuevo paradigma que vivimos con la apertura de mercados, la integración de las economías, el desplazamiento manufacturero hacia países con menores costos laborales (alcanzar mejores eficiencias) el desarrollo tecnológico y logístico generan incertidumbre, inseguridad laboral, ansiedades a si las cosas empeoraran si no nos adoptamos o nos reinventamos. Hoy la ansiedad poblacional ha aumentado aun cuando las condiciones económicas de la humanidad han mejorado.
Algo similar pasa en Panamá con el fenómeno anti-partidos políticos. Algún sector de la ciudadanía busca algo fuera del sistema y presiento vendrá con alguna fuerza electoral relevante.
Lo lamentable de esas opciones que se promueven como antisistema solo sostienen un fundamento ético de la gestión pública y un compromiso con la legalidad. No atiende en realidad ninguno de las cuatro características que sostiene Badiou como causas del malestar general.
Y si bien todos los candidatos a libre postulación en esta vuelta son parte del establishment nada garantiza que, en ausencia de una visión alterna y la constante búsqueda de una opción distinta, esa oportunidad se la ofrezcan a un charlatán, un extremista o un populista que sacie temporalmente ese malestar con discursos divisorios y destruyendo el capital público y privado del país. Son los riesgos de nuestra siempre frágil democracia.
Fuera del tema ético en la gestión pública y la pobre administración de los servicios públicos, nuestro país ha tenido un avance extraordinario en los últimos treinta años. Somos tan parcos en reconocer nuestras capacidades como nación y tan despiadados contra algunos de nuestros males tradicionales que nos convencemos en la necesidad de destruir todo para volver a recomponer el andamiaje institucional y político.
La corrupción ha sido un mal centenario en nuestro Panamá Republicano igual que nuestra mediocre capacidad para administrar los servicios públicos. Yo sí creo en la oportunidad de corregir estos dos males endémicos en muy corto plazo siempre y cuando tanto la ciudadanía como la clase política y el sector privado se comprometan con enmendar estos entuertos.
Para alcanzar soluciones efectivas necesitamos un Gran Concordato Nacional que al final desemboque en una Constituyente que proponga nuevas reglas efectivas para realizar las transformaciones necesarias.