En el desierto de Atacama, en el norte de Chile, el volcán Llullaillaco es como Marte en la Tierra (o lo más parecido al planeta rojo). A 6700 metros sobre el nivel del mar, ese el segundo volcán activo a mayor altitud en el mundo.
La mayor parte de la montaña es un paisaje árido y rojo de rocas y polvo volcánicos, con aire seco y ligero, luz solar intensa y vientos que arrancan tu tienda de campaña para lanzarla cuesta abajo.
Mientras que el suelo se puede calentar hasta llegar a los 32 grados Celsius, la temperatura del aire rara vez está por encima del punto de congelación. Cuando la nieve cae, se convierte en gas en el momento que toca el suelo. Ocasionalmente, la nieve se puede acumular en bancos donde el viento la deposita, que luego se derriten en agujas heladas de casi 5 metros. Los españoles las llamaban nieves penitentes porque lucen como monjes encapuchados haciendo penitencia.
Estas condiciones en lo alto del volcán hacen que parezca tan carente de vida como Marte. Sin embargo, un equipo de investigadores liderados por Steven K. Schmidt, un microbiólogo en la Universidad de Colorado que estudia la vida extrema, ha descubierto microbios que viven dentro y alrededor de las nieves penitentes a casi 5300 metros sobre el nivel del mar, alrededor de 300 metros más arriba del punto en que deja de existir vegetación en el volcán Llullaillaco.
Las descripciones de los científicos, publicadas recientemente en la revista Arctic, Antarctic, and Alpine Research, ejemplifican cómo la vida en la Tierra constantemente rompe con los límites esperados, y puede incluso ofrecer pistas sobre cómo o dónde puede existir vida en entornos similares en cualquier lugar del sistema solar.
Schmidt pensó que el volcán podría ser un lugar ideal para estudiar los límites de la vida en la Tierra después de que se enteró que tres niños fueron desenterrados alli en 1999. Las momias de 500 años estaban perfectamente preservadas sin la intervención de ningún agente para embalsamar.
Cuando fueron enterradas, las momias eran “enormes bolsas de microbios” llenas de agua. El hecho de que no se hayan descompuesto indica que las condiciones muy por debajo del suelo del volcán estaban constantemente a temperaturas demasiado frías y secas para que cualquier forma de vida funcionara.
Sin embargo, ¿qué pasa más cerca de la superficie, donde las condiciones ambientales varían?
Schmidt sabía que los microbios habían sido hallados en el piroclasto superficial, o tierra volcánica, del mismo volcán, así como en uno cercano de ligeramente menos elevación. Sin embargo, poco se sabía sobre las cimas o las penitentes.
Al descubrir qué condiciones permitían la existencia de áreas de vida entre las alturas estériles de esta montaña, tal vez verdaderamente podría entender los límites de la vida.
En marzo de 2016, el equipo esperaba recolectar muestras de suelo de la cima del Llullaillaco. Sin embargo, después de un viaje de una semana desde la costa hasta el desierto, el mal tiempo los impulsó a explorar los cambios de las nieves penitentes del volcán. Este no era el entorno más extremo del volcán, pero aun así era bastante árido y se ubicaba a mucha mayor altura de la que parecía que la vida podía persistir.
Cuando alguien de la expedición notó por casualidad nieve roja en la base de algunas penitentes, se preguntaron si podía ser nieve de sandía, una alga descubierta en otros entornos helados.
Los científicos piensan que las penitentes son un resultado de una inusual mezcla de condiciones, las cuales involucran viento, fluctuaciones de temperatura y los rayos ultravioletas del sol. A medida que pequeñas hendiduras en bolsas de nieve se derriten, las penitentes crecen. Esto también libera el elíxir vital de la vida: agua líquida.
Análisis microscópicos y genéticos confirmaron que las manchas rojas en la parte inferior de las penitentes eran algas de nieve. Los científicos también encontraron cianobacterias —bacterias capaces de realizar fotosíntesis oxigénica—, levadura e incluso microbios más complejos en el hielo y en el piroclasto superficial colina abajo del lugar donde las penitentes se derritieron.
“Vemos a las penitentes como un oasis en este paisaje árido”, dijo Schmidtt, ya que ofrecen agua y protección de los elementos a microbios que viajan en el aire y que probablemente estaban inactivos antes de que el agua los reanimara.
Debido a que las penitentes también se encuentran en las cordilleras de los Himalayas, del Pamir, en el Hindú Kush, así como en Plutón y Europa, uno de los satélites de Júpiter, una mirada más profunda podría señalar el camino para descubrir oasis con vida también en otros mundos.
“Estoy emocionada sobre este hallazgo por sus implicaciones astrobiológicas”, escribió en un correo electrónico Lynn Rothschild, una astrobióloga de la Universidad Brown que no estuvo involucrada con el estudio.