Jason Stanley nos recuerda en su ensayo Facha que Adolf Hitler, en Mi lucha, insiste en que “el objetivo de la propaganda es remplazar los argumentos razonados en la esfera pública por los miedos y las pasiones irracionales”. Y, a renglón seguido, cita una entrevista a Steve Bannon en que este confiesa que el triunfo de Donald Trump se produjo por la rabia, pues “la rabia y el miedo hacen que la gente salga a votar”.
Desde la primera línea de su libro, Stanley crea un puente aéreo entre los años de la expansión del fascismo por Europa y los nuestros: “Como en los años treinta, el mundo está reaccionando negativamente contra la globalización”. Y al frente de esa reacción hubo, y vuelve a haber, un grupo de dirigentes que no buscan soluciones que alivien la inquietud, sino que en cambio la espolean, “porque la política fascista solo puede sobrevivir y prosperar en un estado de ansiedad y miedo constante”.
No solo entre Adolf Hitler y Steve Bannon: entre Gabriele d’Annunzio y Donald Trump también puede existir una genealogía. O viceversa. Porque las genealogías —como nos enseñó Borges— solamente son válidas si son reversibles. Y porque en los nuevos discursos de la extrema derecha global hay ecos y reformulaciones que remiten tanto a los líderes políticos como a los ideólogos literarios del fascismo italiano. Este año es el centenario, de hecho, de la aventura militar y experimento artístico del Estado Libre de Fiume, donde D’Annunzio sentó el primer precedente de la viabilidad práctica de la teoría fascista.
De esa historia parte Reinaldo Laddaga en su nueva —y mejor— novela, Los hombres de Rusia, que recurre al mecanismo del manuscrito encontrado (precisamente en un foro de votantes de Trump) para narrar en clave antropológica y simbólica cómo un joven es abducido por una secta guerrillera, cómo alguien cambia de bando e ingresa en las filas del extremismo. El proceso en que uno de los nuestros se vuelve uno de los otros.
Cuando Laddaga desplaza la atención de la ultraderecha estadounidense a la rusa, cita a Eduard Limónov, una de las voces más incómodas de la literatura contemporánea. Acaba de publicarse en español El libro de las aguas, tal vez su obra más poderosa, como consecuencia directa del gran éxito de Limónov, de Enmanuel Carrère.
No es casual que las obras más leídas y premiadas tanto de Carrère como de Javier Cercas hayan enfocado, durante los últimos veinte años, a terroristas de la convivencia, del orden social y de la democracia: El adversario, Soldados de Salamina, Limónov o El impostor comparten la fascinación por figuras oscuras, violentas, totalitarias, manipuladoras. Reales e infames. Ambos autores se adelantaron a una tendencia global que ha catalizado el auge de la extrema derecha: la de dar voz a nuestros enemigos.
Después de que algunos de los grandes cronistas mexicanos contaran en sus libros el drama de las víctimas de la guerra contra el narco y la épica, la picaresca y sobre todo la crueldad de los principales narcotraficantes del país, justamente este año Pablo Ferri y Daniela Rea han publicado los resultados de su investigación modélica en el tercer vértice del triángulo. El Ejército. Los otros victimarios.
En La Tropa: Por qué mata un soldado los periodistas consiguen entrar en la cárcel para entrevistar a soldados de rango menor, para escucharlos y para tratar de entenderlos. Comparten la miseria de sus orígenes, la ilógica del sistema militar, la necesidad de justificar lo injustificable.
Un ejemplo elocuente, entre los muchos que ofrecen Ferri y Rea, podría ser este: “‘Luz verde significa que te dan la libertad de hacer lo que tú quieras, sin pedir permiso o autorización’, explicaba el soldado Ramiro una mañana, bajo un árbol frondoso, junto al campo de fútbol de pasto natural de Lomas de Sotelo. ‘Por ejemplo, por reglamento las camionetas de los soldados (cuando van en convoy) no se pueden separar. Con luz verde, se pueden separar; si ves a un sospechoso se puede revisar y disparar antes de que ellos disparen porque un hombre armado es un peligro para el soldado’”.
“La historia no se repite, pero las genealogías son importantes para entender el presente”, leemos en Del fascismo al populismo en la historia, de Federico Finchelstein, una lectura global de cómo el populismo nació como respuesta al fascismo en los años cuarenta y se fue convirtiendo en un posfascismo que ha llegado hasta los Estados Unidos. “A partir de 2017, el populismo norteamericano se ha convertido en el posfascismo más relevante del nuevo siglo”, afirma el escritor argentino y profesor de la New School for Social Research. Pero no el único: Venezuela, Brasil, Nicaragua, Rusia y diferentes Estados europeos también se encuentran en esa tensión entre populismo y posfascismo.
En el siglo XXI las tendencias se contagian y se agrandan, simultáneamente, en diversos lenguajes narrativos. Por eso no es de extrañar que no solo los libros, sino también las series de televisión, estén generando genealogías que nos permitan entender mejor la polarización radical de las sociedades actuales (en una paradoja muy propia de nuestra época: el interés y la atención hacia una realidad inquietante la convierten en un mercado y, enseguida, en una realidad mayor).
¿Cómo entender el brexit? ¿Cómo interpretar la llegada a la presidencia de Bolsonaro o de Trump? ¿Cómo comprender la vigencia de la posverdad? A través de narrativas sobre el pasado reciente que nos den claves, que transformen la masa inabarcable de hechos y datos (el Big Data) de la realidad histórica en una trama familiar, en un complot definido, en una biografía factual, en un relato seductor (en storytelling).
Porque, como dice el consultor de medios, empresario televisivo y depredador sexual Roger Ailes en La voz más alta —la serie que rebobina ante nuestros ojos cómo fue la fundación de Fox News a finales de los años noventa y sigue su peligrosa evolución hasta nuestros días— la mayoría de la gente “no quiere estar informada, sino sentirse informada”.
La búsqueda de genealogías políticas es global. Después de la serie italiana 1992, que contó el auge en esos mismos años de la Liga Norte y el proceso que llevó a Silvio Berlusconi a fundar Forza Italia en 1994, HBO España acaba de estrenar la serie documental El Pionero. La protagoniza Jesús Gil y Gil, quien además de llevar a cabo innumerables negocios inmobiliarios y de ingresar tres veces en prisión, fue presidente del Club Atlético de Madrid, alcalde de Marbella y al mismo tiempo columnista del berlusconiano programa de Tele5 Las noches de tal y tal, donde aparecía en una piscina rodeado de mujeres en biquini.
Paralelamente, en México se han estrenado Los días de Ayotzinapa, sobre esa herida que sigue abierta en pleno mandato de Andrés López Obrador; Un extraño enemigo, que narra el clima político y underground de 1968 a través de Fernando Barrientos, el turbio jefe de la dirección de seguridad nacional de la policía de México; y 1994, la docuserie de Diego Enrique Osorno sobre ese otro año clave de la historia reciente del país, el del asesinato de Luis Donaldo Colosio (candidato del PRI), el fin del gobierno de Carlos Salinas de Gortari, la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio y el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en Chiapas.
La centralidad del procedimiento de la genealogía en las narrativas actuales responde a la urgencia de encontrar explicaciones a nuestras angustias sobre todo políticas, pero también científicas, tecnológicas, culturales o ambientales. De generar (difíciles) sentidos. Muchos relatos documentales sobre el cambio climático o la inteligencia artificial, por ejemplo, también se articulan a través de líneas temporales que convierten fenómenos de una enorme complejidad en una secuencia comprensible de causas y efectos.
Por eso una de las series más relevantes de 2019 es Years and Years, que ha invertido esa lógica y ha creado una interesantísima genealogía inversa. En vez de usar los recursos habituales para reconstruir los motivos por los que nos encontramos en un futuro distópico —la investigación detectivesca, la arqueología, el flashback— Russell T. Davies nos cuenta la historia de la familia Lyons (y de Gran Bretaña y de Europa y del mundo) desde 2019 hasta 2034 acelerando hacia adelante.
En lugar de abordar la prehistoria del brexit, fabula sus consecuencias. Entre ellas, la central, es el ascenso de Vivienne Rook (Emma Thompson), una política populista que simula carecer de discurso para llegar al poder (e implantar un muy argumentado plan de genocidio).
Porque si la ciencia ficción es el nuevo realismo nos puede ayudar a identificar los Adolf Hitler, Gabriele D’Annunzio, Jesús Gil y Gil, Edvard Limónov, Silvio Berlusconi, Donald Trump o Jair Bolsonaro del inminente futuro.