Estos hundimientos continúan y se multiplican. Ravanel les dedicó su tesis y los registra sin descanso.
Los glaciares se derriten y la montaña pierde su rostro. En el macizo del Mont Blanc, cada vez hay más ascensiones míticas que se vuelven peligrosas, por no decir imposibles, debido al cambio climático, algo que parte el corazón a los alpinistas y amantes de las alturas.
“Va muy deprisa. Hace 10 años no habría podido imaginarme una aceleración como esta”, señala el geomorfólogo Ludovic Ravanel, quien registra cada modificación de altitud en la cuna histórica del alpinismo. Y “si se tienen en cuenta los anuncios de mis colegas climatólogos para dentro de 10 o 20 años, será aún peor”.
En 2005, el emblemático pilar Bonatti, una temible pared que domina la vertical de la localidad de Chamonix (este de Francia), se hundió provocando un terrible estruendo. 292.000 m3 de roca y un pedazo de la historia se vinieron abajo, arrastrando la posibilidad de escalarlo para guías más jóvenes.
Estos hundimientos continúan y se multiplican. Ravanel les dedicó su tesis y los registra sin descanso.
El permafrost –una capa permanentemente congelada, que sirve de cemento entre los bloques de piedra– está afectado. Y los glaciares, que también aguantan las montañas con una presión horizontal a sus pies, se retiran, debilitándolas aún más.
El verano pasado, se derrumbó una parte de la arista de Cosmiques, muy frecuentada. “A algunas paredes no les queda mucho tiempo”, advierte este investigador, dependiente del Centro francés de Investigación Científica (CNRS).
– Renunciar a caras míticas –
A 3.000 o 4.000 metros de altitud, la pérdida de los puntos de referencia climáticos hace más difícil evaluar los riesgos.
El verano acaba de comenzar y una cincuentena de montañistas se dispone a cenar en el refugio de Couvercle (2.687m), sobre el glaciar de La Mer de Glace (“el mar de hielo”), el más largo de Francia y que cada año pierde varios metros de espesor.
Alrededor de la mesa hay varias parejas guía-cliente y un cuarteto de aspirantes a guía de menos de 30 años. Y todos estos deportistas determinados exponen claramente sus temores.
Ninguno de ellos quiere ser citado, porque ninguno quiere ser el pájaro de mal agüero. Al fin y al cabo, lo que cuentan es por todos conocido. No han visto otra cosa que el devastador calentamiento, que destroza todo a su paso.
“El alpinismo en nieve es aleatorio. Antes, en junio, siempre era posible. Actualmente no siempre es el caso y en agosto, está muerto”, empieza a explicar Rémi.
De hecho, en primavera “hay más trabajo que antes. Es mejor que julio y agosto”, insiste su vecino. Pero hay que renunciar a algunas “caras míticas”, añade.
– Pérdida de referencias –
Los guías actuales “ya no practican el mismo oficio que mi padre”, destaca Ludovic Ravanel, de 37 años.
Su equipo recuperó la lista “Les 100 plus belles courses” del macizo del Mont Blanc, publicada en 1973 por el guía Gaston Rébuffat y convertida en la biblia de varias generaciones de alpinistas. En menos de medio siglo, la mayoría de los ascensos se vieron afectados por el calentamiento y tres ya no existen.
Las ventanas “óptimas” para realizar estos ascensos, que se volvieron “más peligrosos y difíciles”, se desplazaron “hacia la primavera o el otoño”.
Escalar siempre ha sido un deporte de riesgo, en el que uno se enfrenta al peligro de que caigan piedras o seracs, unos grandes bloques de hielo que se rompen regularmente con el movimiento natural de los glaciares, arrastrando todo a su paso. Pero estos fenómenos se están multiplicando.
– “El duelo” –
“Yo empecé a afrontar el duelo de bastantes cosas”, reconoce Yann Grava, de 33 años, quien termina su formación en un año. “De media, un guía ejerce unos 15 años. Yo creo que será más bien 10, porque las montañas se caen”, asegura.
En Couvercle, todo el mundo tiene una historia de terror relacionada con el calentamiento. Como la de una cordada escalando el Peigne, en las agujas de Chamonix. “El peñasco comenzó a vibrar […] No tengo muchas ganas de regresar”, recuerda con una sonrisa triste un guía de 40 años que no quiere dar su nombre.
Como muchos de sus colegas, tiene una segunda profesión, electricista. “Me planteo volver a ejercer ambas”.
En tres días de marcha, un equipo de la AFP localizó multitud de desperdicios vomitados por el “Mer de Glace”, desde latas de conservas oxidadas con ilustraciones de los años 1950 o un viejo esquí de los 1990.
“Todo vuelve a salir, porque el nivel del glaciar disminuye”, constata este guía electricista.