En un artículo publicado a principios de este año en Nature Human Behavior, algunos científicos pidieron a quinientos estadounidenses su opinión acerca de los alimentos que contenían organismos genéticamente modificados, OGM.
La gran mayoría, más del 90 por ciento, se opuso a su consumo. Esta convicción difiere con el consenso de los científicos. Casi el 90 por ciento de ellos cree que los OGM son seguros… y que pueden ser muy benéficos.
El segundo descubrimiento del estudio fue más revelador. Aquellos que se opusieron con más empeño a los alimentos genéticamente modificados creían saber mucho más que otros acerca de este tema y, aun así, obtuvieron las peores notas en pruebas reales de conocimiento científico.
En otras palabras, aquellos con un menor entendimiento de la ciencia, tuvieron las opiniones más opuestas a esta, pero pensaban que sabían más al respecto. Para evitar que alguien piense que se trata de un fenómeno que solo sucede en Estados Unidos, el estudio también se realizó en Francia y Alemania, con resultados similares.
Si no te gusta este ejemplo (es muy poco probable que lo afirmado aquí cambie la opinión de las personas y quizá pueda enfurecer a algunos lectores), está bien porque no es el único que existe.
Un pequeño porcentaje del público en general cree que las vacunas son verdaderamente peligrosas. Quienes están convencidos de ello (lo cual es erróneo) también creen saber más que los expertos acerca de este tema.
Muchos estadounidenses toman suplementos vitamínicos, pero las razones por las que lo hacen son variadas y no están relacionadas con ninguna evidencia sólida. La mayoría de ellos afirmaron que no les afectan las declaraciones de los expertos que contradicen las afirmaciones de los fabricantes. Solo una cuarta parte aseguró que dejaría de tomar suplementos si los expertos dijeran que no son efectivos. Seguro piensan que saben más.
Parte de esta tendencia cognitiva está relacionada con el efecto Dunning-Kruger, nombrado así en honor a dos psicólogos que escribieron un ensayo seminal en 1999 titulado Unskilled and Unaware of It (Incompetentes e inconscientes de ello).
David Dunning y Justin Kruger hablaron de las muchas razones por las que las personas más incompetentes (un término empleado por ellos) parecen creer que saben mucho más de lo que saben en realidad. Escribieron que la falta de conocimiento hace que a algunas personas les falte la información contextual necesaria para reconocer errores y su “incompetencia los priva de la capacidad de darse cuenta de ello”.
Esto ayuda a explicar en parte por qué los esfuerzos para educar al público fracasan con frecuencia. En 2003, investigadores analizaron la forma en la que las estrategias de comunicación acerca de los OGM terminaban por ser contraproducentes, cuando su intención era ayudar al público a darse cuenta de que sus convicciones no correspondían con las de los expertos. Al final, todos los esfuerzos hicieron que fuera menos probable que los consumidores eligieran alimentos OGM.
Brendan Nyhan, un profesor de Dartmouth y colaborador de The Upshot, ha sido coautor en una gran cantidad de ensayos con descubrimientos similares. En un estudio de 2013 publicado en Medical Care, ayudó a demostrar que intentar ofrecer información correctiva a los votantes acerca de lo que se conoció como “comités de la muerte” terminó por aumentar la creencia existente entre los simpatizantes de Sarah Palin que sabían de política.
En un estudio de 2014 publicado en Pediatrics, Nyhan ayudó a demostrar que una variedad de intervenciones, cuyo objetivo era convencer a los padres de que las vacunas no provocaban autismo, derivó en que aún menos padres preocupados quisieran vacunar a sus hijos. Un estudio de 2015, publicado en Vaccine, demostró que proporcionar información correctiva acerca de la vacuna contra la influenza hizo que los pacientes más preocupados por los efectos secundarios mostraran menos probabilidades de aplicarse la vacuna.
Una gran parte de la comunicación científica sigue dependiendo del “modelo de déficit de conocimiento”, la idea de que la falta de sustento para formular buenas políticas, y crear ciencia confiable, solamente refleja una falta de información científica.
No obstante, los expertos han estado proporcionando información acerca de cosas como el uso excesivo de servicios médicos de bajo costo durante años, con pocos resultados. Un estudio reciente analizó la forma en la que se comportaban los médicos cuando también eran pacientes. Presentaron las mismas probabilidades que el público en general de recurrir a la atención médica de bajo costo y de no ser constantes con sus tratamientos médicos para enfermedades crónicas.
En 2016, algunos investigadores argumentaron en un ensayo que quienes pertenecían al ámbito científico tenían que darse cuenta de que quizá el público no procesaba la información igual que ellos. Aseguraron que los científicos deben tener una capacitación formal en habilidades comunicativas y también deben darse cuenta de que el modelo de déficit de conocimiento genera políticas sencillas, pero no necesariamente produce buenos resultados.
Parece importante involucrar más a la sociedad y ganarse su confianza por medio de una interacción continua y más personal, usando muchas plataformas y tecnologías distintas. Que el conocimiento vaya cayendo desde lo alto (el método de muchos científicos) no funciona.
Cuando algunas áreas de la ciencia son polémicas, queda claro que “los datos” no son suficientes. Bombardear a las personas con más información acerca de estudios no es de utilidad. Podría ser mucho más importante observar cómo se propaga y se debate la información que aparece en ellos.
Aaron E. Carroll es profesor de Pediatría en la Facultad de Medicina de la Universidad de Indiana y en el Instituto Regenstrief, y publica artículos acerca de investigaciones y políticas relacionadas con la salud en el blog The Incidental Economist, además de hacer videos en Healthcare Triage. Es autor de “The Bad Food Bible: How and Why to Eat Sinfully”.