SAN DIEGO, Estados Unidos — Como la mayoría de los estadounidenses, vi devastada cómo se desarrollaban las noticias. Otra masacre. Esta vez en El Paso, en Texas, y poco después, en Dayton, Ohio. En El Paso, más de veinte personas fueron asesinadas y decenas más, entre familiares y miembros de la comunidad, siguen sufriendo por lo ocurrido.
La violencia desatada en El Paso no es consecuencia de las políticas migratorias de Estados Unidos. Se debe a la retórica del presidente Donald Trump que incentiva odio, miedo y polarización. En los últimos tres años, Trump ha intentado trazar un retrato aborrecible de los hispanos. “Cuando México nos manda gente, no nos mandan a los mejores”, dijo Trump cuando anunció su candidatura a la presidencia en 2015. “Nos mandan gente con un montón de problemas, que nos traen drogas, crimen, violadores”, también dijo. En 2016, acusó al juez que llevaba el caso contra la Universidad Trump, quien nació en Indiana, de ser parcial por tener ascendencia mexicana.
Como presidente, Trump solo ha intensificado su retórica antiinmigrante. Se ha referido a algunos latinos como “animales” y ha comparado a la migración desde el sur de Estados Unidos con una invasión. Cada palabra de odio que ha pronunciado contra nosotros, cada vez que se ríe cuando sus seguidores bromean sobre hacernos daño, deshumaniza a los latinos y revela su verdadera naturaleza.
Peor aún, la retórica de Trump parece estar envalentonando a los supremacistas blancos. El manifiesto del tirador, publicado poco antes de atacar un Walmart y asesinar a personas inocentes, replica el lenguaje de Trump: “Este ataque es una respuesta a la invasión hispana de Texas”.
En los últimos años, Trump no solo ha adoptado el discurso del movimiento nacionalista blanco, ha actuado en consecuencia. Ha intentado limitar nuestro derecho a votar, restringir nuestro acceso a la vivienda y a la seguridad médica, ha hecho esfuerzos para impedir que seamos contados en el censo de población y les ha dado la espalda a los puertorriqueños. En lugar de enfocarse en tantos problemas importantes para los estadounidenses, se ha dedicado a perfeccionar sus ataques a los latinos y personas migrantes, y ha ejercido su poder ejecutivo para poner en marcha sus posturas profundamente intolerantes.
La estrategia de tres fases de Trump está clara. La primera, deshumanizar a los latinos con su discurso de odio. La segunda, la eliminación de las protecciones federales que garantizan nuestros derechos y promueve políticas que marginan a nuestras familias. Y, por último, agudizar la división, miedo y violencia en el país. En estos años debimos haber trabajado para mejorar a Estados Unidos; en cambio, nos hemos tenido que centrar en garantizar que el progreso que habíamos logrado hasta ahora no se pierda por completo, mientras intentamos responder a acciones crueles que traumatizan a menores de edad, causan dolor y destruyen comunidades.
Trump no ha hecho esto solo. Sin duda tiene a un poderoso grupo de facilitadores entre los líderes del Partido Republicano, algunos de quienes calificaron su discurso de odio cuando era candidato como “intolerante, ofensivo y antiestadounidense”, pero que actualmente parecen incapaces de tener una postura personal o coherencia política. Con su silencio prolongado son cómplices del aumento del odio.
Por años, muchos habíamos temido que pasara lo que ocurrió el sábado. Lo que vimos en El Paso está directamente relacionado con la retórica y las políticas motivadas por el odio que salen de la Casa Blanca. La violencia es el resultado más aterrador pero menos inesperado de lo que sucede cuando el líder de nuestro país trata de normalizar el odio.
Por lo mismo, no sorprende que la violencia relacionada con las armas de fuego sea, por primera vez en las encuestas que realizamos en Unidos US, una de las cinco grandes preocupaciones de los votantes latinos. La comunidad latina teme por sus familias y por su país. Y tienen razones para tener miedo.
Pero la encuesta también reveló que los electores latinos apoyarán de manera contundente al candidato a la presidencia que prometa restaurar nuestros valores estadounidenses, especialmente quien recuerde que la diversidad es la mayor fortaleza del país y quien se comprometa a unir a todos los estadounidenses. Los votantes latinos también son pragmáticos: están interesados en que se propongan soluciones y prefieren que los funcionarios electos trabajen de manera bipartidista —aunque hagan concesiones— a que profundicen las divisiones. Estos datos me dan esperanza, porque en verdad creo que la mayoría de los estadounidenses queremos lo mismo y rechazamos el miedo, el odio, la polarización y la violencia que han estropeado a nuestro gran país.
En Unidos US, la organización de la que soy presidenta, creemos que ya es hora de un diálogo serio que involucre a todas las comunidades enfrentadas entre sí y que busque no solo desafiar el discurso de odio, sino elevar los valores de la sociedad pluralista estadounidense y promover la igualdad de oportunidades para todos. Y les puedo asegurar que si otras comunidades están dispuestas a unirse a nosotros, los latinos están preparados para liderar el camino.