Robert Ballard es quien encuentra las cosas perdidas. En 1985 descubrió el Titanic en lo profundo del océano Atlántico. Él y su equipo también localizaron dónde había quedado el buque de guerra nazi Bismarck y hace poco ubicaron dieciocho barcos naufragados en el mar Negro.
Ballard siempre ha querido encontrar los restos del avión que pilotaba Amelia Earhart cuando desapareció en 1937. Sin embargo, temía que su búsqueda terminara siendo una de las tantas similares emprendidas en vano.
“Lo tienes como en espera en tu mente”, dijo Ballard, fundador del Ocean Exploration Trust.“Pero sigues pensando: ‘No, no, es un área de búsqueda demasiado grande’”.
Hasta que, hace unos años, otro grupo de exploradores encontró algunas pistas tan persuasivas que Ballard cambió de parecer. Ahora no solo está seguro de que sabe dónde están los restos del avión: ya zarpó junto con su equipo hacia un atolón remoto en la República de Kiribati, en el Pacífico, con el objetivo de recuperarlos.
Si la expedición es exitosa no solo resolverá uno de los mayores misterios del siglo XX; en el transcurso de la misión, Ballard, un explorador de 77 años, también le transferirá su legado de descubrimientos a una nueva generación de detectives oceánicos.
Hasta hace poco, Ballard había aceptado la versión de la Marina estadounidense sobre el paradero de Earhart. El 2 de julio de 1937, cuando faltaba poco para que terminaran su vuelo por todo el mundo, la aviadora y el navegador Fred Noonan desaparecieron sobre el Pacífico. Después de una búsqueda costosa, la Marina concluyó el 18 de julio de 1937 que los dos fallecieron poco después de caerse al océano.
Sin embargo, en 2012, un viejo amigo de Ballard le presentó una posible y sorprendente alternativa.
Kurt M. Campbell, quien fue el subsecretario de Estado para asuntos de Asia del Este y del Pacífico durante el gobierno de Barack Obama, invitó a Ballard a una reunión. Los dos se conocen desde hace años; estuvieron juntos en la Oficina de Inteligencia Naval.
En una entrevista reciente, Ballard recordó que Campbell lo apuró para que entrara a su oficina, donde le dijo que cerrara la puerta. “Quiero enseñarte una fotografía”, le dijo.
Era una imagen en blanco y negro granulosa. “’¿Qué ves ahí?’”, contó Ballard que le preguntó Campbell. “Le respondí: ‘Una isla con un barco sobre un arrecife’. Y me dijo: ‘No, ¿qué ves a la izquierda?’”.
Ballard notó la mancha. Entonces Campbell le entregó otra fotografía: la misma imagen, pero con mejoras digitales. Campbell le dijo que la mancha era el tren de aterrizaje de un Lockheed Electra L-10, y que el arrecife era parte de la isla Nikumaroro, parte de las prácticamente deshabitadas islas Fénix.
Ahí estaba: un sitio preciso y acotado para la búsqueda del avión de Earhart.
La fotografía fue captada por el oficial británico Eric Bevington en octubre de 1937, tres meses después de la desaparición de Earhart. Bevington y su equipo estaban explorando la isla Gardner, la que ahora se llama Nikumaroro. Años antes había naufragado un carguero británico en la esquina noroeste de la isla, y Bevington tomó una foto de eso.
El joven oficial no cayó en cuenta de que también había captado algo asomándose por el agua. El Objeto Bevington, como fue llamado, ocupaba de menos de un milímetro en el marco, una mancha pequeñísima.
Décadas después, el Grupo Internacional para la Recuperación de Aviones Históricos (The International Group for Historic Aircraft Recovery, o Tighar), recibió las imágenes tomadas por Bevington. La organización sin fines de lucro está dedicada a la arqueología de aviones y a la preservación de aeronaves. Ha estado muy involucrada en la búsqueda de Earhart cerca de Nikumaroro.
La fascinación en torno a la desaparición de Earhart ha generado varias teorías algo descabelladas, como que era una espía estadounidense y fue capturada por los japoneses o que sobrevivió y pasó el resto de sus días con una falsa identidad como ama de casa en Nueva Jersey.
Los que creen en que cayó por Nikumaroro afirman que tiene sentido porque por ahí estaba la ruta de navegación planeada por Earthart.
La Marina incluso siguió varias pistas a partir de llamadas de emergencia y movilizó al buque de guerra Colorado desde Pearl Harbor, en Hawái, para buscar por las islas Fénix. Pero Ballard y los investigadores de Tighar creen que la marea habría llevado el avión hacia aguas más profundas para cuando el buque llegó a Nikumaroro.
De acuerdo con el reporte oficial, un piloto de rescate vio muestras de “asentamiento reciente” allí. Pero, como nadie les hizo señas, el equipo de búsqueda se fue y la Marina descartó esa teoría. Lo que no sabían los que iban a bordo del Colorado es que esa isla no había sido habitada en cuarenta años.
Otros afirman que es poco probable que la vida de Earhart haya terminado en esa isla.
No obstante, en 2010 resurgió la idea de Nikumaroro como el sitio indicado cuando Jeff Glickman, analista forense de imágenes en Tighar, notó la mancha de la foto de Bevington y concluyó que su forma era consistente con las partes del Lockheed Electra.
Richard E. Gillespie, director de Tighar, contactó a Campbell, aficionado de los logros de Earhart, para pedirle su opinión.
Campbell compartió la foto con expertos de la Agencia Nacional de Inteligencia-Geoespacial estadounidense, que usaron tecnología de uso clasificado para ampliar la fotografía. La enviaron a analistas del Pentágono, que concluyeron de manera independiente que sí parecía ser el tren de aterrizaje de un Lockheed modelo L-10 Electra, dijo Campbell.
Entonces Campbell llamó a Ballard.
Más allá de sus sesenta años de experiencia en misiones similares, Ballard cuenta con la embarcación Nautilus. Tiene una serie de cámaras de alta definición, un sistema de mapeo tridimensional y vehículos submarinos de operación remota (ROV), uno de los cuales puede ser desplegado hasta 6000 metros bajo el mar.
Nikumaroro, vista desde arriba, luce pequeña y plana. Sin embargo, la isla es solo la parte alta de una montaña submarina que surge desde el suelo marino hasta unos 3000 metros. Ballard cree que Earhart aterrizó en el extremo de la isla y que, con el alza de las mareas, su avión se deslizó por la montaña.
Esta tiene crestas; hay varias caídas y valles que pueden afectar las búsquedas con un sonar y radares. Así que el equipo, después de usar la tecnología de mapeo tridimensional a bordo para ver los bordes de la montaña submarina, deberá hacer una búsqueda visual con videos que capten los ROV, en turnos de doce horas cada persona.
“Hay que imaginárselo como revisar los lados de un volcán por la noche, tan solo con una linterna”, dijo Ballard.
Gillespie, de Tighar, teme que ya no haya más que algunos restos desperdigados del Electra. Sin embargo, está esperanzado por la tecnología del Nautilus. Incluso quienes tienen dudas sobre la validez de la teoría de Nikumaroro creen que la búsqueda con alta tecnología del equipo de Ballard podría por lo menos comprobar definitivamente que Earhart nunca estuvo ahí.
La expedición ha sido financiada por la Sociedad Geográfica Nacional (National Geographic), que registrará el progreso del Nautilus y su tripulación para un programa, a transmitirse el 20 de octubre.
Los esfuerzos de la tripulación serán complementados por un equipo que estará en la isla, encabezado por Fredrik Hiebert, el arqueólogo con residencia de la Sociedad Geográfica Nacional.
Y para la expedición, Ballard compartirá el liderazgo de Nautilus junto con Allison Fundis, una exploradora que espera que tome su lugar en el futuro.
Fundis dijo que está muy emocionada por la expedición.
“[Earhart] tuvo una vida tan destacada y era una persona notable, con un sentido de valentía que tumbó barreras y expectativas en momentos en que la sociedad creía que una mujer no podía o no debía lograr lo que ella pudo”, dijo Fundis.
Los dos exploradores están confiados en que encontrarán el avión Electra.
“Los científicos de exploración son como un gas”, dijo Ballard, en tono de broma. “Pueden expandirse hasta ocupar cualquier volumen de espacio y solo trabajan bien cuando están bajo presión”.
Se rio. “Y en estos momentos hay mucha presión”.