Uno pensaría que los recientes acontecimientos —las convulsiones en los mercados de valores, la desaceleración del crecimiento, las caídas en producción manufacturera— deben estar produciendo algún examen de conciencia en la Casa Blanca, en especial en lo que respecta a la opinión de Donald Trump de que “las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar”. Uno pensaría eso… si no ha prestado atención a cómo se ha comportado Trump en el pasado.
Porque lo que en realidad está haciendo el presidente estadounidense es asegurar que los problemas de la economía se deben a una enorme conspiración de gente que está en su contra. Y sus comentarios recientes sugieren que más bien está preparándose para abrir un nuevo frente en la guerra comercial, en esta ocasión en contra de la Unión Europea (UE), pues, según él: “Nos trata horrible, con barreras, aranceles, impuestos”.
Lo curioso es que hay algunos aspectos de la política europea, en especial de la política económica alemana, que sí dañan a la economía mundial y merecen ser repudiados. Sin embargo, Trump va tras lo equivocado. Europa, de hecho, no trata mal a Estados Unidos; sus mercados son tan abiertos a los productos estadounidenses como los nuestros a los europeos (exportamos a la UE alrededor de tres veces más de lo que exportamos a China).
El problema más bien es que los europeos, los alemanes en específico, se tratan mal a sí mismos, pues tienen una ruinosa obsesión con la deuda pública. Y los costos de esa obsesión afectan al mundo en general.
Algunos antecedentes: alrededor de 2010, los políticos y los críticos en ambos lados del Atlántico se contagiaron de un feo virus de austeridad. Algunos incluso perdieron el interés en combatir el desempleo, aun cuando este continuaba siendo catastróficamente elevado, y exigían más bien recortes al gasto. Además, estos recortes en el gasto, sin precedentes en una economía débil, lentificaron la recuperación y retrasaron el retorno del empleo pleno.
Sin embargo, aunque el alarmismo sobre la deuda reinó tanto en Estados Unidos como en Europa, acabó por quedar claro que había una diferencia fundamental en los motivos subyacentes. Nuestros vigilantes de los déficits eran, en la práctica, hipócritas que perdieron todo el interés en la deuda tan pronto como un republicano llegó a la Casa Blanca. Los alemanes, por otra parte, hablaban en serio.
Es cierto, Alemania obligó a las naciones del sur de Europa que estaban en apuros debido a su deuda a efectuar punitivos recortes al gasto que golpearon a la sociedad, pero también se impuso a sí misma una gran dosis de austeridad. Los economistas académicos dicen que los gobiernos deberían incurrir en déficits cuando hay un alto desempleo, pero Alemania en esencia eliminó su déficit en 2012, cuando el desempleo en la zona del euro superaba el 11 por ciento, y luego comenzó a crecer cada vez más el superávit público.
¿Por qué es un problema? Porque Europa padece de una escasez crónica en la demanda privada: los consumidores y las corporaciones no parecen querer gastar suficiente para mantener el empleo pleno. Las causas de esta escasez son tema de mucho debate, aunque la presunta culpable es la demografía: la baja fertilidad ha dejado a Europa con un declive en el número de adultos en sus años laborales más productivos, lo cual se traduce en una baja demanda de nuevas viviendas, nuevos edificios de oficinas, y así sucesivamente.
El Banco Central Europeo ha tratado de combatir esta debilidad económica con tasas de interés extremadamente bajas; de hecho, ha impulsado tasas por debajo del cero por ciento, lo cual los economistas solían pensar que era imposible. Y los inversionistas de bonos esperan claramente que estas políticas extremas duren mucho tiempo. En Alemania, hasta los bonos públicos de rendimiento a largo plazo —¡de hasta treinta años!— pagan tasas de interés negativas.
Algunos analistas piensan que estas tasas de interés negativas afectan el funcionamiento del sector financiero. Soy agnóstico en ese respecto, pero lo que está claro es que, con la política monetaria extendida hasta sus límites, Europa no tiene manera de responder cuando las cosas salen mal. De hecho, buena parte de Europa bien podría ya estar en recesión y hay poco, si no es que nada, que el banco central europeo pueda hacer.
No obstante, hay una solución evidente: los gobiernos europeos, y Alemania en particular,deben estimular sus economías pidiendo préstamos y aumentando el gasto. El mercado de bonos está suplicándoles en la práctica que lo hagan; de hecho, está dispuesto a pagarle a Alemania para que obtenga un préstamo, concediéndole un pago de intereses negativo. Además, sobran cosas en las cuales gastar: Alemania, al igual que Estados Unidos, tiene una infraestructura en ruinas que necesita repararse desesperadamente. Pero no quieren gastar.
La mayoría de los costos de la obstinación fiscal alemana recaen en Alemania y sus vecinos, pero hay algunos excedentes para el resto de nosotros. Los problemas de Europa han contribuido a que haya un euro débil, lo cual hace que los productos estadounidenses sean menos competitivos; esto es una razón por la cual la manufactura estadounidense está en declive. Sin embargo, caracterizar esto como una situación en la cual Europa está sacando partido de Estados Unidos es una mala interpretación y no ayuda.
¿Qué sería útil? Siendo realistas, Estados Unidos no tiene capacidad de presionar a Alemania para que cambie sus políticas domésticas. Podríamos tener un ángulo de persuasión moral si nuestro propio liderazgo tuviera alguna credibilidad intelectual o política, cosa que, claro está, no tiene. Hay un sentido en el que todo el mundo tiene un problema con Alemania, pero corresponde a los alemanes mismos resolverlo.
Una cosa es segura: comenzar una guerra comercial con Europa realmente sería un plan en el que todos perdemos, todavía más que con la guerra comercial con China. Es lo último que Estados Unidos o Europa necesitan. Lo cual significa que Trump probablemente va a llevarlo a cabo.
Paul Krugman se unió a The New York Times como columnista de opinión en 1999. Es profesor distinguido de la Universidad de la Ciudad de Nueva York y en 2008 fue galardonado con el Premio Nobel de Ciencias Económicas por sus trabajos sobre el comercio internacional y geografía económica. @PaulKrugman