Groenlandia, una isla de dos millones de kilómetros cuadrados rodeada en tres cuartas partes por las aguas del océano Ártico, está cubierta de hielo en un 85%.
A bordo de una vieja avioneta remodelada y rozando el desierto blanco de la costa este de Groenlandia, tres científicos de la NASA lanzan sondas en las aguas nacaradas del Ártico para medir el impacto de los océanos en el deshielo.
Joshua Willis dirige la misión Oceans Melting Greenland (OMG, ‘derretimiento de los océanos Groenlandia’), que desde 2015 supervisa este territorio autónomo danés víctima del cambio climático.
En su traje azul de astronauta, este oceanógrafo con pinta de Elvis Presley está al mando en esta jornada de agosto en la que se invitó a periodistas de la AFP a acompañar a la misión en el cielo polar.
Mientras sobrevuelan los rocosos fiordos, los deslumbrantes glaciares y los icebergs a unas decenas de metros de altitud, Willis y su equipo lanzan al vacío por turnos sondas de metro y medio de diámetro, llenas de sensores.
La ojiva se hunde en las aguas, en medio de un halo de espuma y sol boreal. En la línea de la costa, los glaciares en peligro, erosionados por el aire y el oleaje, se hunden y desarman, liberando en medio de un ruido ensordecedor bloques de hielo que parecen islotes de azúcar a la deriva.
“El nivel del mar podría aumentar probablemente en varios metros en los próximos 100 años, es una amenaza enorme para cientos de millones de personas en el mundo”, alerta Joshua Willis.
– Los océanos corroen el hielo –
Una vez sumergida, la sonda envía en tiempo real informaciones sobre la temperatura y la salinidad del océano, que se traducen en diagramas multicolores en las pantallas del laboratorio volador de los científicos.
“Mucha gente cree que el hielo se derrite debido al calentamiento del aire, como si fuera un cubito bajo un secador de cabello, pero en realidad los océanos también corroen el hielo”, recuerda el investigador estadounidense.
En un periodo de cinco años, el equipo de OMG compara los datos recopilados durante el invierno con los recabados a lo largo del verano, con el objetivo de afinar las predicciones de elevación del nivel del mar.
Groenlandia, una isla de dos millones de kilómetros cuadrados rodeada en tres cuartas partes por las aguas del océano Ártico, está cubierta de hielo en un 85%.
Este inmenso territorio se encuentra en la línea de frente del deshielo del Ártico, una región cuya temperatura aumenta el doble de rápido que en el resto del planeta. Si la banquisa y el hielo que cubren la base continental desaparecieran, el nivel de los océanos podría aumentar siete metros y sumergir islas y regiones costeras por todas partes del planeta.
La NASA empezó a interesarse por estos fenómenos en los años 1970, después de que sus presupuestos para exploración espacial se redujeran drásticamente. Actualmente utiliza más de una decena de satélites para observar la Tierra.
“La lejanía de Groenlandia es un desafío singular”, reconoce por su parte Ian McCubbin, otro de los científicos de OMG, encargado de la logística para estas misiones que parten del pequeño aeropuerto de Qulusuk, una comunidad del sudeste de menos de 300 habitantes.
“Es datos son preciosos porque, por primera vez, nos permiten vincular cuantitativamente los cambios de temperatura del océano con el deshielo”, explica, mientras que su compañero Ian Fenty desentraña las informaciones transmitidas por la sonda.
– Las peores consecuencias –
Este deshielo abre al tráfico marítimo las grandes vías del Norte, que permiten unir el océano Pacífico con el Atlántico, lo que aviva el apetito económico y geoestratégico de las grandes potencias, con Estados Unidos, China y Rusia a la cabeza.
Tanto es así que el presidente estadounidense, Donald Trump, propuso a Dinamarca comprarle Groenlandia, una oferta rechazada que provocó una minicrisis diplomática con su aliado en la OTAN.
Tras dos horas de vuelo, el DC3 reacondicionado, que había sido fabricado en 1942 para las fuerzas aéreas canadienses durante la Segunda Guerra Mundial, pone rumbo a Kulusuk. Por la ventanilla pueden verse cetáceos surcando la inmensidad plateada, entre los icebergs diseminados por el océano.
Ya en el terreno, en el único hotel del pueblo, Joshua Willis se maquilla por una buena causa. Ante un animado público compuesto por locales, científicos y periodistas, se convierte en un Elvis en el país de los osos polares, con su cazadora al hombro, sus gafas tintadas y el cuello de la camisa subido. Empiezan a sonar las notas de una conocida canción del “Rey del Rock”, con la letra modificada en “Climate Rock”.
“Como especialista del clima, mi responsabilidad es explicar al gran público lo que observamos. Tenemos que tomar decisiones difíciles si queremos evitar las peores consecuencias del cambio climático”, señaló.