Después de una visita al mercado para comprar una caja de mangos, un poco de pescado y un trozo de trapo, Binta Ba, una mujer senegalesa, necesitaba transporte para regresar a casa. Entonces miró a su alrededor en busca de su medio de transporte favorito: un caballo y una carreta.
Fue fácil encontrar uno, pues hay decenas de calesas tiradas por caballos haciendo fila cerca del mercado, ubicado en Rufisque, un suburbio pintoresco de Dakar famoso por su arquitectura colonial.
Se montó en una calesa, cuyo conductor esperó pacientemente a que un tercer pasajero ocupara el último asiento. Cuando esta se llenó, salió a trote, acelerando en ocasiones hasta el galope. Los pasajeros pagaron aproximadamente 50 centavos de dólar por un viaje de diez minutos, una fracción de lo que costaría tomar un taxi.
“Tomar un taxi es para ricos”, dijo Ba. “Nosotros preferimos apoyar a estas personas porque son parte de la comunidad”.
Esta opinión es muy común en Dakar, la capital de Senegal, pero las calesas de la ciudad tiradas por caballos, que desde hace mucho tiempo han sido una de las principales formas de desplazarse por la ciudad, se encuentran bajo la amenaza naciente de carruajes motorizados.
Algunos funcionarios de la ciudad consideran a las carretas tiradas por caballos un vestigio de un país más pobre, incompatibles con las modernas carreteras en una capital que empieza a prosperar económicamente. A su parecer, las calesas son demasiado lentas, bloquean el tráfico y ocasionan accidentes. Los caballos también ensucian las calles.
El cambio a los mototaxis recibió un impulso mayor después de una visita reciente del presidente Macky Sall a India, donde vio que se usaban ampliamente y eso le gustó. El presidente solicitó al Estado que le obsequiara 250 vehículos para poner a prueba un experimento de transporte con energías limpias en Dakar, y se le otorgaron.
En la ciudad, las calesas de madera tiradas por caballos avanzan entre el tráfico junto a los taxis pintados de amarillo con negro, autos todoterreno que parecen tanques y llamativos autos deportivos. Quienes los apoyan afirman que son una adaptación útil a las calles que, con frecuencia, quedan enterradas bajo la arena que vuela desde la costa cercana o a los caminos que son demasiado angostos para que pasen los camiones.
Las carretas o charrettes, como se denominan en francés, funcionan como camionetas de carga, pues transportan cemento a las zonas de construcción y arroz a las tiendas de víveres, además de recoger basura de las casas en los lugares donde no pueden pasar los camiones de basura.
La versión para pasajeros, la caléche o calesa, a menudo transporta a mujeres desde el mercado hasta su hogar, en barrios en los que los niños juegan libremente en medio de la calle, a sabiendas de que los autos se quedarán varados en la arena si intentan pasar.
Desde hace mucho tiempo, estos vehículos han estado prohibidos en el centro de la ciudad, donde el perímetro está marcado con señalamientos que muestran la imagen de una calesa tirada por caballos tachada por una diagonal.
De vez en cuando se habla de prohibirlas en más caminos.
No obstante, en el suburbio de Rufisque, muchas personas las defienden pues las consideran parte de la identidad cultural de Senegal.
“En nuestras ciudades, el caballo es un animal sagrado”, comentó Sidy Mbaye, secretario general de Rufisque, una ciudad que tiene cientos de carretas tiradas por caballos y ningún plan de prohibirlas. “Eso explica por qué el logotipo del presidente de la república es un caballo. Culturalmente, la gente los ama”.
En Ngor, un próspero barrio frente al mar en Dakar, hay un sistema informal (funcionarios locales afirman que es clandestino) que se dedica a recoger la basura de las casas y a llevarla a un depósito cercano. Los dueños de las casas pagan una modesta cuota mensual por este servicio y evitan tener que llevar la basura al depósito ellos mismos.
Cuando la policía multa a las calesas de la basura, los conductores entregan sus caballos en fianza. Al cabo de un día o dos, la policía, que no cuenta con los recursos para cuidar de los caballos, se ve obligada a liberarlos.
No obstante, al igual que en la mayor parte de Dakar, el barrio de Ngor también está considerando una forma de reducir la dependencia de las calesas. Hay un plan, que aún no cuenta con financiamiento, para remplazarlas por una flota de motocicletas municipales, las cuales arrastrarían los botes de basura detrás de sí. Este enfoque también serviría para emplear a los jóvenes.
La incómoda coexistencia de las calesas y el desarrollo dice mucho acerca de la ambivalencia de Senegal hacia su pasado rural y su futuro urbano.
Durante generaciones, los conductores de las calesas han provenido del grupo étnico serer, que sigue teniendo una firme relación con la vida agrícola.
Existen personas como Wague Diouf, que conduce una calesa en una ruta de recolección de basura en Ngor. Su esposa y sus cinco hijos viven en su pueblo natal de Mbélakadiaw, en la región de Fatick, y él regresa a ese lugar una vez al mes para verlos y cultivar mijo, cacahuate y maíz durante la época de cultivo. Diouf creció rodeado de caballos y disfruta tener una probadita de la vida campirana en la ciudad.
Una muestra de lo mucho que quiere a su caballo es su nombre, Toyota, al que le ha mandado a hacer un adorno hecho a mano para su arnés que es parecido al emblema de Toyota. Uno de sus caballos anteriores se llamaba Bob Marley.
Diouf ve lo que se aproxima.
“¿Cuál es el futuro de estos caballos?”, musitó. “En breve, esto será obsoleto. Debemos estar dispuestos a enfrentarlo”.
Anemona Hartocollis es una corresponsal nacional, que cubre educación superior. También es la autora del libro Seven Days of Possibilities: One Teacher, 24 Kids, and the Music That Changed Their Lives Forever. @anemonanyc