Los republicanos han pasado el último medio siglo haciéndonos creer que son más patriotas y están más comprometidos con la seguridad nacional que los demócratas. La victoria de Richard Nixon en 1972, la de Ronald Reagan en 1980 y la de George W. Bush en 2004 (la única elección presidencial de las últimas siete en la que un republicano ganó el voto popular) en parte dependieron de hacerse pasar por el candidato más preparado para enfrentar a los extranjeros amenazantes.
Y Barack Obama enfrentó acusaciones difamatorias constantes de ser demasiado deferente con los gobernantes extranjeros. ¿Recuerdan “la gira de las disculpas” o las afirmaciones de que había cedido ante los líderes extranjeros?
Sin embargo, ahora tenemos un presidente que realmente es antipatriota hasta el punto de traicionar los valores y los intereses estadounidenses. Desconocemos hasta dónde llegan las fechorías de Donald Trump; no sabemos, por ejemplo, hasta qué punto sus políticas han sido moldeadas por el dinero que gobiernos extranjeros han prodigado a sus negocios. Pero incluso lo que sí sabemos —su solicitud confesada de ayuda extranjera para encontrar información que pudiera desprestigiar a sus rivales políticos, sus elogios a los autócratas brutales— habría hecho que los republicanos aullaran que hubo traición, de haberlo cometido un demócrata.
Sin embargo, casi todos los políticos republicanos parecen no tener ningún problema con el comportamiento de Trump. Esto significa que es momento de llamar al superpatriotismo republicano por lo que es, incluso mucho antes de que Trump apareciera en la escena: un fraude.
Después de todo, un verdadero patriota está dispuesto a hacer algún sacrificio, renunciar a alguna meta personal o política, en aras del interés nacional. ¿Alguien puede señalar a alguna figura destacada del Partido Republicano moderno que haya hecho eso?
De hecho, los periodos en los que los republicanos se esmeraron en envolverse en la bandera y cuestionar la lealtad de los demócratas fueron también los períodos en los que el Partido Republicano redobló los esfuerzos de su agenda doméstica habitual de hacer más ricos a los ricos. Incluso mientras el gobierno de George W. Bush estaba promocionando la guerra contra el terrorismo y llevando a la guerra a Estados Unidos de manera fraudulenta, el partido ejercía presión para que se aprobaran recortes fiscales. Tom DeLay, el líder republicano en aquel momento, declaró: “Nada es más importante ante una guerra que la reducción de impuestos”.
Pero, si el superpatriotismo republicano siempre ha sido un fraude, ¿por qué tantos estadounidenses se lo creyeron? Después de todo, las encuestas indican que, a excepción de un breve periodo después de que quedó clara la magnitud del desastre de Irak, la gente ha considerado de manera sistemática que el Partido Republicano es más fuerte que el Demócrata en el tema de seguridad nacional.
Mi conjetura, aunque me encantaría ver una investigación seria realizada por politólogos, es que, durante la mayor parte del último medio siglo, la postura patriótica del Partido Republicano encajaba con su estrategia de política interna, que se centraba en la hostilidad hacia el Otro.
Los republicanos se posicionaron a sí mismos como los defensores de los blancos de los pueblos pequeños de Estados Unidos contra las personas de color y las élites urbanas cosmopolitas; también se hicieron pasar por defensores de la nación contra el comunismo internacional y el extremismo islámico, que en realidad no tenían ninguna relación, ni entre ellos ni con las tensiones raciales nacionales, pero de alguna manera encajaban psicológicamente por tratarse de personas extrañas con nombres raros.
La ironía es que en los últimos años esta fantasía paranoica, en la cual un partido político importante de Estados Unidos se alía de facto con un movimiento internacional hostil hacia los valores estadounidenses, en verdad se ha vuelto realidad. Sin embargo, el partido en cuestión es el Partido Republicano, que, bajo Trump, en la práctica se ha convertido en parte de una coalición transnacional de nacionalistas blancos autoritarios. Los republicanos nunca fueron los patriotas que fingían ser, pero a estas alturas se puede decir que ya cruzaron la raya para convertirse en agentes extranjeros.
¿Por qué han aceptado esto tanto los republicanos de profesión y como las bases del partido? Es necesario pensar en los enredos que Trump ha armado en el extranjero en el contexto de una clase dirigente del Partido Republicano que se da cuenta de que su agenda doméstica es muy impopular y una base que se ve en el lado perdedor del cambio demográfico y social. El resultado es un partido que está cada vez más dispuesto a jugar sucio y violar las normas democráticas para mantenerse en el poder.
Y una vez que un partido ha decidido hacer lo que sea necesario para imponerse políticamente, no hay motivos para esperar que el juego sucio se detenga a la orilla del precipicio. Si un partido está dispuesto a manipular los resultados políticos al evitar que las minorías voten, si está dispuesto a recurrir a fraudes electorales extremos para retener el poder, incluso cuando los electores lo rechazan, ¿por qué no estará igualmente dispuesto a alentar a las potencias extranjeras a subvertir las elecciones de Estados Unidos? Un poco de traición es solo parte del paquete.
Esto me lleva a la cuestión política del momento: ¿deberían iniciar los demócratas una investigación de juicio político? Es casi seguro que dicha investigación no culminaría en la destitución de Trump, porque los republicanos en el Senado no votarían para que se le condene. No obstante, esa no es la cuestión.
Lo que un proceso de impugnación presidencial haría ahora es sacar a la luz pública la verdad sobre quién se preocupa realmente por defender a Estados Unidos y sus valores, y quién no. Al obligar a los republicanos a tolerar de manera explícita el comportamiento que habrían llamado traición si lo hubiera cometido un demócrata, Nancy Pelosi y sus colegas pueden finalmente acabar con el largo simulacro del Partido Republicano de ser más patriota que sus rivales.