Cuando no está despotricando sobre cómo el Estado profundo está conspirando en su contra, a Donald Trump le gusta presumir sobre la economía, rubro en el que afirma haber alcanzado logros sin precedentes. Sucede que ninguna de sus afirmaciones es cierta. Si bien tanto el PIB como el empleo han registrado un crecimiento sólido, la economía de Trump sencillamente parece haber continuado una larga expansión que se inició durante el gobierno de Barack Obama. De hecho, si alguien analizara solo los datos de los últimos diez años nunca advertiría que hubo una elección.
Sin embargo, ahora está empezando a verse como si Trump realmente fuera a lograr algo único: puede bien ser el primer presidente de los tiempos modernos que presida una caída atribuible directamente a sus propias políticas, en lugar de a la mala suerte.
Siempre ha habido una profunda injusticia en la relación entre la economía y la política: los presidentes reciben tanto el crédito como la culpa por acontecimientos que suelen tener poco que ver con sus acciones. Jimmy Carter no ocasionó la estanflación que llevó a Ronald Reagan a la Casa Blanca; George H. W. Bush no causó la debilidad económica que provocó que Bill Clinton resultara electo; incluso se puede decir que George W. Bush es, como mínimo, tangencialmente responsable de la crisis financiera de 2008.
Más recientemente, la “recesión miniatura” de 2015-16, derivada del desplome de la industria manufacturera que quizá inclinó la balanza a favor de Trump, fue causada principalmente por una caída en los precios de la energía en lugar de cualquiera de las políticas de Barack Obama.
Ahora la economía de Estados Unidos está pasando por otra caída parcial. Una vez más, la industria manufacturera se está contrayendo. También estamos viendo un impacto serio en el sector agrícola, al igual que el del transporte. La producción general y el empleo siguen creciendo, pero, en la práctica, alrededor de una quinta parte de la economía está en recesión.
No obstante, a diferencia de los presidentes antes mencionados, quienes solo tuvieron la mala suerte de presidir depresiones, Trump se ha hecho esto a sí mismo, en gran parte debido a su decisión de librar una guerra comercial que insistió sería “buena y fácil de ganar”.
El vínculo entre la guerra comercial y los problemas en el sector agrícola es evidente: los agricultores estadounidenses dependen en gran medida de los mercados de exportación, especialmente el de China. Así que, en su caso, el daño ha sido particularmente grave, a pesar de un enorme rescate financiero que ya es dos veces más grande que el rescate a la industria automotriz del gobierno de Obama (tal vez parte del problema sea que el dinero del rescate está fluyendo de manera desproporcionada a las granjas agrícolas más grandes y ricas).
El sector transporte también puede ser una víctima evidente cuando los aranceles reducen el comercio internacional, a pesar de que no se trata solo de una cuestión internacional; el transporte interno también se encuentra en recesión.
El desplome de la industria manufacturera es más sorprendente. Después de todo, Estados Unidos tiene un gran déficit comercial de productos manufacturados, por lo que se podría esperar que los aranceles, al obligar a los compradores a recurrir a proveedores nacionales, serían buenos para el sector. Seguramente, eso es lo que Trump y sus asesores pensaron que sucedería.
Pero así no fue como resultaron las cosas. En cambio, la guerra comercial sin duda ha perjudicado al sector manufacturero de Estados Unidos. De hecho, el daño es mucho peor del que esperaban incluso los críticos de Trump, como su amable servidor.
Resulta que a los guerreros comerciales trumpistas se les olvidaron dos cuestiones clave. La primera es que muchos fabricantes de Estados Unidos dependen en gran medida de partes y otros insumos de importación; la guerra comercial está afectando sus cadenas de suministro. Y la segunda es que la política comercial de Trump no solo es proteccionista, es errática, dado que crea una gran incertidumbre entre las empresas, tanto aquí como en el extranjero. Y las empresas están respondiendo a esa incertidumbre aplazando los planes de inversión y creación de empleo.
Así que el tuitero en jefe ha metido la pata, provocando la caída de Trump, que, aunque no es una recesión en toda regla, al menos hasta ahora, sin duda lo va a dañar en lo político, sobre todo debido al contraste entre su discurso grandilocuente y la no tan grandilocuente realidad. Además, el daño ocasionado en la industria manufacturera parece estar golpeando particularmente fuerte a los estados indecisos que Trump ganó por un pequeño margen en 2016, y que lo llevaron a la victoria en el Colegio Electoral, a pesar de haber perdido el voto popular.
Si bien muchos presidentes se han enfrentado a la adversidad económica que causa un daño político, Trump es, como ya he dicho, singular, en el sentido de que verdaderamente se hizo esto a sí mismo.
Por supuesto, eso no quiere decir que va a aceptar la responsabilidad de sus errores. En los últimos meses ha estado tratando de echarle la culpa a la Reserva Federal de todos los males económicos, a pesar de que las tasas de interés actuales están muy por debajo de las que sus propios funcionarios predijeron en sus proyecciones económicas triunfalistas.
Sin embargo, mi opinión es que los ataques a la Reserva Federal resultarán ineficaces como estrategia política, sobre todo porque la mayoría de los estadounidenses probablemente tienen, en el mejor de los casos, una vaga idea de lo que es la Reserva Federal y qué hace.
Entonces, ¿qué pasará después? Siendo Trump como es, me inclino a apostar que pronto estará diciendo que los datos económicos preocupantes son noticias falsas. No me sorprendería ver que la presión política ejercida sobre las agencias estadísticas hiciera que estas maquillaran las cifras. Oigan, si puede ocurrir en el Servicio Meteorológico Nacional, ¿por qué no en la Oficina de Análisis Económico (que, por cierto, depende del secretario de Comercio Wilbur Ross)?
Y de una u otra manera esta resultará ser otra conspiración del Estado profundo, orquestada, tal vez, por George Soros.
Lo espeluznante de todo esto es que alrededor del 35% de los estadounidenses tal vez crean cualquier excusa que se le ocurra a Trump. Pero ni eso será suficiente para salvarlo.