Isadora Zubillaga está liderando un valiente esfuerzo para representar a su país —no a su dictador— en el extranjero.
PARÍS — Cuando conocí a Isadora Zubillaga en Nueva York hace 20 años, ella era una joven profesional que trabajaba como capitalista de riesgo, invirtiendo en empresas emergentes latinoamericanas. Yo era una joven reportera que daba cobertura a noticias de América Latina. Nunca habló de política. Poco tiempo después, perdimos el contacto.
Por eso me quedé sorprendida cuando Zubillaga me escribió un inesperado correo electrónico para comentarme que era la nueva embajadora de Venezuela en Francia, el país donde vivo, y luego me invitó a salir por un café para ponernos al día.
En poco tiempo terminé sumergida dentro de esa vorágine surrealista y trágica que es Venezuela en la actualidad, y me quedé pensando en qué será de ese país.
Cuando me reuní con Zubillaga, ahora de 51 años, en un café en el centro de París, seguía igual de exuberante que en mis recuerdos. Me puso al corriente de las últimas dos décadas usando el mismo inglés con acento, pero muy bien articulado que recordaba. Resulta que luego de pasar una temporada en Estados Unidos, trabajando con una organización sin fines de lucro en pro de los derechos humanos, Zubillaga regresó a Caracas, su ciudad natal, en 2005. Allí trabajó para el líder emergente de la oposición Leopoldo López, y finalmente le ayudó a fundar un partido político que desafió a Hugo Chávez, el entonces presidente.
Hoy en día, es una diplomática: me entregó una tarjeta de presentación con su título, me mostró una fotografía de su reciente encuentro con el embajador estadounidense aquí, y me describió sus reuniones informativas en el Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia.
Luego de presionarla un poco, Zubillaga admitió la razón por la que nos habíamos reunido en un café, en vez de vernos en la Embajada de Venezuela que está ubicada al otro lado de la ciudad. En realidad, ella no trabaja allí. Un hombre que también se hace llamar embajador está allí. Zubillaga eligió este café porque cuando tiene reuniones en París, se queda a dormir en el sofá de un amigo que vive cerca.
“Venezuela tiene dos presidentes en este momento. Uno es Guaidó, el presidente legítimo y el otro es el presidente ilegítimo, Maduro”, explicó. Y agregó un detalle clave: “El control del territorio y los activos están en manos de Maduro”. Se refiere a Nicolás Maduro, el sucesor de Chávez, quien preside un gobierno homicida y cleptocrático, con una economía colapsada que ha ocasionado una escasez crónica de alimentos y medicinas y el éxodo desesperado de unos cuatro millones de ciudadanos.
Zubillaga forma parte de un cuerpo diplomático paralelo —una especie de tribunal en espera— que representa a Juan Guaidó. En enero, Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, decretó que según la Constitución y debido a que las elecciones presidenciales del 2018 habían sido fraudulentas, él era el presidente interino. En la actualidad, aproximadamente 60 países, incluyendo Francia y Estados Unidos, lo reconocen como tal.
Guaidó —Zubillaga lo llama “presidente Guaidó”— tiene 38 enviados, la mayoría en países de Europa y América Latina, por lo general en lugares donde Maduro también tiene embajadores. El bando de Guaidó quiere que Maduro distribuya libremente la ayuda alimentaria y médica, que libere a cientos de presos políticos y renuncie para que un gobierno de transición pueda supervisar la realización de nuevas elecciones justas.
Pero como Guaidó no controla el país —Zubillaga no puede ni renovar su pasaporte venezolano— sus enviados operan en una zona gris diplomática. Muchos de ellos tienen otros empleos. La representante sueca, por ejemplo, da clases en una escuela de comercio. El de Israel es rabino. Por lo general son venezolanos cultos que pueden costear vivir en países lejanos.
“Hasta el momento hemos trabajado como voluntarios”, afirmó. “Yo pago por todo. No hay un presupuesto asignado”.
El estatus de los enviados depende del contexto. El emisario de Guaidó en Washington, Carlos Vecchio, es reconocido como embajador y —tras un enfrentamiento— ahora tiene el control de la embajada. Zubillaga lleva el título de “embajadora” entre el Grupo de Lima, compuesto por países latinoamericanos, y Canadá.
Sin embargo, el gobierno francés la denomina “enviada especial” porque —aunque reconocen a Guaidó como presidente— consideran a la persona designada por Maduro como el embajador (según una fuente diplomática, esto permite que Francia pueda dialogar “con todos los actores de esta crisis”, a fin de ejercer presión a favor de una transición pacífica y lograr que la ayuda humanitaria ingrese al país).
Muchos de los diplomáticos de Guaidó son exiliados. Zubillaga huyó de Venezuela en 2014, luego de que ella y su familia fueron víctimas de un robo violento dentro de su casa y de que Diosdado Cabello, el segundo al mando en el país, la tildara de terrorista en televisión nacional. Estados Unidos ha acusado a Cabello de narcotráfico y de tener una red con la que malversa y lava fondos del Estado.
“Teníamos amigos que habían sido encarcelados y asesinados”, me dijo. “Desperté a los niños a las cinco de la mañana, cuando todavía estaba oscuro y les dije: ‘Hoy no vamos al colegio, nos vamos a Nueva York’”.
Luego se mudaron a Madrid, donde Zubillaga trabajó de medio tiempo con una compañía de aceite de oliva orgánico, y con el tiempo obtuvo un pasaporte español. En las noches trabajaba con la oposición venezolana, manteniendo contacto con las familias de los presos políticos. Zubillaga afirma que la enorme diáspora venezolana —el número de venezolanos en España, por ejemplo, se ha duplicado a 320.000 en los últimos cuatro años— ha brindado un apoyo fundamental.
Como Zubillaga ya conocía Francia —tiene una maestría de La Sorbona— empezó a representar a la oposición aquí. Zubillaga señala el progreso diplomático: en 2014, como representante de la oposición, ingresó al Ministerio de Asuntos Exteriores por la puerta de atrás. En 2018, fue parte de una delegación recibida públicamente por el presidente Emmanuel Macron. En la actualidad, como “enviada especial”, se reúne con regularidad con miembros del equipo de política exterior de Macron.
Gracias en parte a los esfuerzos de la oposición, “hay un consenso a nivel mundial de que tenemos un Estado fallido, una dictadura que ha destruido la economía y la gobernabilidad”, me aseguró Zubillaga.
Zubillaga afirma que el equipo de Guaidó quiere estar listo para empezar a reconstruir el país apenas tome el poder. “Necesitamos presentarnos como un nuevo gobierno serio, profesional y competente. Quiero que la transición sea muy civilizada y pacífica. Ellos se darán cuenta de que tienen que irse”, afirma.
Sin embargo, ¿estos valientes esfuerzos podrán hacer la diferencia?
Washington ha intensificado las sanciones económicas contra el gobierno de Maduro, pero no parece tener muchas ganas de emprender una intervención militar (o al menos de proteger a los venezolanos que buscan asilo). Frank Mora, especialista en América Latina de la Universidad Internacional de Florida, afirma que la presión internacional contra Maduro es fundamental, pero no es suficiente para derrocarlo, pues “las fuerzas del cambio tienen que ocurrir desde el interior del país”.
Pero dentro de Venezuela, el régimen reprime a la disidencia reteniendo alimentos, y arrestando, torturando y algunas veces asesinando a sus críticos. El gobierno de Maduro ha sido especialmente brutal con los desertores militares. Algunas organizaciones de derechos humanos afirman que desde 2017, escuadrones de la muerte facultados por el gobierno han ejecutado a miles de personas en barrios pobres, a menudo dentro de sus propias casas. Zubillaga y los millones de venezolanos que han huido de su país probablemente nunca regresen.
Zubillaga sigue adelante, convencida de que su bando prevalecerá al final. “Esto es una epopeya”, explica. “Hemos sufrido encarcelamientos, torturas; personas de nuestro equipo han sido asesinadas con disparos a la cabeza o al pecho, y todavía seguimos de pie sin perder nuestro compromiso con la democracia y con nuestra Constitución”.
Recientemente, Zubillaga obtuvo un título adicional —comisionada presidencial adjunta de Relaciones Exteriores— y fue parte de una delegación venezolana en la Asamblea General de las Naciones Unidas, en Nueva York. Sin embargo, un grupo de diplomáticos de Maduro también estuvo allí.
No pretendo saber qué sucederá si la oposición llega a gobernar a Venezuela, pero tendría que representar una mejora. Conmovida por la labor de Zubillaga y por obligación periodística, pagué la cuenta de nuestro café. “Gracias por ayudar a la democracia venezolana”, me dijo, antes de correr apurada a otra reunión. Era lo menos que podía hacer.