En la quinta noche de protestas, la violencia escaló a un nivel inusitado: resguardados en barricadas, miles de manifestantes acorralaron durante horas a los policías.
Unos turistas cenan apaciblemente en una terraza del centro de Barcelona cuando el pánico se apodera de ellos. A escasos metros, un grupo de radicales prende fuego a unos contenedores en una noche de caos en esta ciudad.
En la quinta noche de protestas, la violencia escaló a un nivel inusitado: resguardados en barricadas, miles de manifestantes acorralaron durante horas a los policías que emplearon balas de goma, gases lacrimógenos y una tanqueta de agua.
Cuando los dispersan, el caos se expande por todo el centro de la ciudad, con un olor a humo que dificulta el respirar. Sirenas de policía y disparos resuenan por sus amplias calles entre carreras de agentes persiguiendo a manifestantes.
Uno corre con un adoquín en la mano, otro con una botella de cerveza. El tercero lleva una plancha de madera que acabará lanzada contra los camiones de policía.
“Nos defendemos de ellos, los problemas empiezan cuando llega la policía”, grita un joven con la cara enmascarada a una periodista.
Es la cuarta noche de incidentes violentos en Barcelona después de la condena contra los dirigentes independentistas catalanes por el intento de secesión de 2017 que encendió a los sectores más radicales de este movimiento mayoritariamente pacífico.
“La gente catalana se ha cansado de poner la otra mejilla y nuestros hijos han dicho basta”, dice Miquel Toha, un empresario de 52 años tomando cerveza en una terraza sobre estas protestas protagonizadas por militantes muy jóvenes, algunos menores.
– Batalla de trincheras –
“Nos habéis enseñado que ser pacíficos no sirve de nada”, reza un graffiti en la pared de un inmueble del centro de Barcelona, a apenas una esquina de la plaza Urquinaona, donde tres enormes barricadas ardiendo iluminan a miles de manifestantes.
Atrincherados en quioscos, muros, marquesinas o árboles, cientos lanzan piedras, petardos y objetos metálicos contra un impotente cordón policial.
El rostro tapado y la ropa oscura es la estética habitual, a veces ornamentada por una bandera o alguna enseña independentista. Muchos van equipados con máscaras antigas, cascos y gafas.
Junto a la entrada de metro, un joven usa una plancha metálica como palanca para arrancar adoquines del suelo. Con un compañero los carga hasta su grupo que los rompe tirándolos contra el suelo para usarlo como proyectil.
Unos metros más allá, cerca de otra barricada ardiendo, varios arrancan una palmera para llevarla hasta una barricada en llamas junto a una esquina donde la acera ya se ha quedado sin adoquines.
Las calles alrededor de la plaza están bloqueadas por vallas y contenedores, impidiendo la llegada de refuerzos policiales.
Entre constantes disparos, en el cielo aparece una lluvia de botes de gases lacrimógenos. “¡Agua, agua! ¿Quién tiene agua?”, grita un hombre junto a una mujer que no para de toser.
La batalla de trincheras se alarga durante horas, hasta que la policía consigue dispersar a la multitud con furgones circulando a toda velocidad por la calzada y disparos contra la muchedumbre que huye en avalancha.
“Nos disparan por la espalda, y después nosotros somos los violentos”, protesta un joven con bufanda negra y gafas que dice llamarse Joan.
La multitud se dispersa y las escaramuzas se suceden en numerosos puntos de la ciudad. La policía recomienda en inglés por Twitter no acercarse al centro pero algunos son difíciles de convencer.
En la plaza Cataluña, el corazón de esta urbe junto al comienzo de las populares Ramblas, dos amigas extranjeras se hacen una selfie frente a un contenedor en llamas que levanta una espesa humareda hacia el cielo barcelonés.