Muchas veces, al ver “Familia de medianoche”, sientes que no puedes seguir mirando la pantalla ni un segundo más. Pero tampoco puedes mirar hacia otro lado.
Esa tensión refleja las fuerzas opuestas de este documental, un retrato inquietante de una familia de paramédicos de emergencias en Ciudad de México. Porque, mientras participas en otro salvaje paseo nocturno, en otra carrera más de vida o muerte, la ambulancia de la familia parece convertirse en un emblema de su realidad y de tu propia posición como espectador.
El documental se centra en la familia Ochoa, que posee y opera una de las muchas ambulancias privadas que prestan servicio en Ciudad de México. El director Luke Lorentzen te lleva directamente al interior de la ambulancia, apretujándote junto a los Ochoa y otras personas mientras atienden a las víctimas de traumas y, ocasionalmente, a algún familiar de los pacientes. No es sorprendente que este sea un trabajo profundamente angustiante. Sin embargo, también es muy alarmante cuando los Ochoa compiten con alguna ambulancia rival para atender el próximo accidente y, en ese momento, el documental ingresa a una zona inquietante donde los placeres de la persecución (y el buen cine) chocan con la sensibilidad ética, lo cual es precisamente el objetivo de Lorentzen.
Es posible que tu estómago comience a saltar (y tus pensamientos también) incluso antes de que la película y la ambulancia inicien su recorrido. Después de abrir con una escena sobria, en la que un hombre aparece lavando la sangre esparcida sobre una camilla de color amarillo brillante, Lorentzen muestra algunos de los pocos detalles informativos del documental. “En Ciudad de México”, dice el texto sobre una pantalla oscura, “el gobierno opera menos de 45 ambulancias de emergencia para una población de 9 millones de personas”. Gran parte de la atención médica de emergencia de la ciudad, continúa la narración, es manejada por “un sistema insuficiente de ambulancias privadas”. Los Ochoa pertenecen a esta red informal, que cada año atiende a cientos de pacientes desde el interior de sus ambulancias de colores rojo y blanco.
Lorentzen también fue el director de fotografía, por lo que pasa mucho tiempo en la parte trasera de esta camioneta, un espacio en el que te instalas mientras los trabajadores y pacientes entran y salen. Regularmente apunta la cámara hacia el parabrisas, dándonos acceso directo al caos. De vez en cuando, se enfoca en las ventanas de la puerta trasera, como si buscara un escape. Otra cámara, montada encima del tablero del vehículo, ofrece una visión del interior de la camioneta donde generalmente se encuentra Fer, el patriarca de los Ochoa, quien se sienta al lado de su hijo, Juan, un joven de 17 años con un meticuloso corte de pelo y las habilidades de conducción de un piloto de NASCAR.
Cuando las sirenas suenan y las luces se encienden, pareciera que Fer y Juan se convierten en un formidable equipo de luchadores que, a veces, también resulta sombrío. “¡Déjame pasar, bicicleta!”, grita Fer por el altavoz de la ambulancia en una escena al principio del filme, mientras Juan parece enfocarse intensamente en la conducción y otro de los hijos de Fer, Josué, de unos 10 años y un semblante infantil, intenta estabilizarse en la parte trasera. Mientras Lorentzen pasa de los ocupantes de la camioneta a la calle nocturna con luces de colores, y vuelve a la camioneta, le dice a todas las personas y los vehículos reciben instrucciones de dónde deben estar. “¡Muévete, muévete, autobús!”, grita Fer, antes de empezar a reflexionar como un filósofo callejero. “¡Por eso la gente se muere!”, dice, y la cámara se enfoca de manera persistente en Josué. “¡Porque la gente como tú no se mueve!”.
La yuxtaposición de la cara de Josué y las palabras de Fer son representativas del método de Lorentzen. Usa un enfoque de observación familiar, pero tampoco te explica de una sola vez lo que pasa en “Familia de medianoche”, sino que deja que sus elecciones cinematográficas transmitan sus pensamientos sobre los Ochoa y el mundo mercenario en el que habitan (Lorentzen editó el documental y también es uno de los productores). El director nunca explica cómo encontró a la familia, que no solo le dio un acceso aparentemente total a su ambulancia, sino que también lo invitó a su casa. Es más expansivo en las notas de producción donde dice que se presentó con ellos después de ver a José limpiando la camioneta, mientras Josué jugaba con un balón de fútbol.
“Familia de medianoche” puede ser difícil de ver, pero nunca se siente como un proyecto sin principios ni indulgentemente explotador. Algunos de los incidentes más traumáticos ocurren, por supuesto, antes de que la ambulancia se encienda, pero no todos. Incluso cuando sucede lo peor, Lorentzen no convierte el derramamiento de sangre y las lágrimas en un espectáculo, y resulta instructivo que algunos de los momentos más terribles ocurran fuera de cámara o se den a entender a través de la jerga médica en el protocolo de intervención de la clínica o en conversaciones posteriores. También tiende a oscurecer los rostros de los heridos y, ya sea por motivos legales o éticos, esta discreción es un alivio. Es un gesto de humanidad hacia las víctimas (tengan en cuenta que estos incluyen niños) y hacia el espectador.
Uno de los obstáculos recurrentes en la narración visual es cómo representar el sufrimiento de los demás sin añadirle algo externo, una dificultad que Lorentzen ha sopesado claramente. Eso es evidente en su punto de vista, en lo que te muestra y lo que no, y resulta obvio en su retrato empático de los Ochoa. Son una atractiva, e inquietante, colección de almas, y tú terminas queriendo lo mejor para ellos, incluso cuando comprendes su papel en un sistema plagado de desigualdades de clases, servicios inadecuados, sobornos y problemas. Aquí, cualquier derramamiento de sangre llega a los bolsillos de todos: la policía, los paramédicos y los hospitales. Se trata de una verdad que hace que este documental se sienta, a fin de cuentas, terriblemente universal.
Información adicional:
‘Familia de medianoche’ no ha sido clasificada. En español, con subtítulos. Tiempo de duración: 1 hora 21 minutos.