Durante algunos meses, lograron ser el escape del otro, pero sabían que esas visitas no durarían. A su alrededor, la muerte estaba por todas partes. Aun así, los amantes planearon una vida juntos, un futuro afuera de Auschwitz. Sabían que los separarían, pero tenían un plan, después de que acabara la guerra, se reunirían.
La primera vez que le habló, en 1943, cerca del crematorio de Auschwitz, David Wisnia se dio cuenta de que Helen Spitzer no era una prisionera cualquiera. Zippi, como la conocían, siempre estaba limpia y aliñada. Usaba una chaqueta y olía bien. Los presentó otro prisionero, porque ella se lo pidió.
Su mera presencia era inusual: una mujer fuera de la zona para mujeres hablando con un prisionero varón. Sin que Wisnia reparara en ello, ya estaban solos, y los prisioneros que los rodeaban se habían ido. Más tarde se dio cuenta de que esto no era una coincidencia. Planearon verse de nuevo en una semana.
El día de su cita, Wisnia fue a verla al cuartel entre los crematorios 4 y 5, como lo habían planeado. Subió a lo alto de una escalera improvisada hecha de paquetes de ropa de los prisioneros. Spitzer la había acomodado, un espacio entre cientos de pilas, con el tamaño suficiente para que cupieran ambos. Wisnia tenía 17 años; ella, 25.
Ambos eran prisioneros judíos en Auschwitz y ambos tenían privilegios. Wisnia, a quien en un principio obligaron a recolectar los cadáveres de los prisioneros que se suicidaban, había sido elegido para entretener a sus captores nazis cuando descubrieron que era un cantante talentoso.
Spitzer tenía un puesto de más poder: era la diseñadora gráfica del campo de exterminio. Se volvieron amantes y se reunían en su rinconcito a una hora determinada casi una vez al mes. Después del temor inicial de saber que estaban poniendo en peligro sus vidas, comenzaron a anhelar esas citas. Wisnia se sentía especial. “Me eligió a mí”, recordó.
Les tomó 72 años.
En una tarde reciente este otoño, Wisnia estaba sentado en la casa donde ha vivido durante 67 años en su ciudad adoptada de Levittown, Pensilvania, viendo fotografías viejas. Wisnia, todavía un cantante apasionado, pasó décadas como cantor en la congregación local. Ahora, casi una vez al mes, ofrece discursos en los que relata historias de guerra, generalmente a estudiantes y a veces en bibliotecas o congregaciones.
“Aún hay algunas personas que conocen los detalles”, comentó.
Spitzer fue una de las primeras mujeres judías en llegar a Auschwitz en marzo de 1942. Gracias a que podía hablar alemán, sabía de diseño gráfico y también por pura suerte, se hizo de un empleo de oficina.
Conforme crecieron las responsabilidades de Spitzer, obtuvo más libertad para trasladarse por algunas zonas del campo y a veces le permitían hacer excursiones. Sin embargo, Spitzer jamás fue colaboradora nazi ni kapo, aquellas personas judías encargadas de vigilar a otros prisioneros. En cambio, usó su puesto para ayudar a prisioneros y aliados.
A Wisnia le asignaron la “unidad de cadáveres” cuando llegó. Pero en cuestión de meses se corrió la voz de que Wisnia era un cantante talentoso. Comenzó a cantarles con frecuencia a los guardias nazis y le asignaron un nuevo puesto en un edificio que las SS llamaban el Sauna. Desinfectaba la ropa de los recién llegados con los mismos comprimidos que se usaban para asesinar a los prisioneros en las cámaras de gas.
Spitzer, que había visto a Wisnia en el Sauna, comenzó a hacer visitas especiales. Su relación duró varios meses. Una tarde, en 1944, se dieron cuenta de que probablemente sería su última reunión en su rincón. Los nazis estaban transportando a los últimos prisioneros del campo para matarlos mientras daban una caminata y destruían las pruebas de sus delitos.
Durante su última cita hicieron un plan. Se reunirían en Varsovia cuando terminara la guerra, en un centro comunitario. Era una promesa.
Wisnia se fue antes que Spitzer en uno de los últimos transportes que salieron de Auschwitz. Lo transfirieron al campo de concentración de Dachau en diciembre de 1944. Poco después, durante una marcha de la muerte desde Dachau, se encontró una pala. Golpeó a un guardia de las SS y escapó. Al día siguiente, mientras estaba oculto en un establo, escuchó lo que creyó que eran tropas soviéticas que se acercaban. Corrió hacia los tanques y esperó tener suerte. Resultaron ser soldados estadounidenses.
Aunque por ser polaco jamás pudo volverse soldado raso, Wisnia llevó a cabo varios empleos en el Ejército estadounidense después de la guerra. Trabajó en el Puesto de Intercambio del Ejército, que proporcionaba artículos básicos a los soldados. En cuanto se unió a los estadounidenses, su plan de reunirse con Zippi en Varsovia ya ni siquiera era una consideración. Estados Unidos era su futuro.
Spitzer fue una de los últimas en irse del campo viva. La enviaron al campamento de mujeres en Ravensbrück y a un subcampo en Malchow antes de que la evacuaran mediante una marcha de la muerte. Ella y una amiga escaparon de la marcha borrando la franja roja que habían pintado en sus uniformes, lo cual les permitió mezclarse con la población local que estaba escapando.
En medio del caos, Spitzer llegó al primer campo de personas desplazadas que albergaba a judíos en la zona estadounidense de la Alemania ocupada, donde, en la primavera de 1945, había por lo menos 4000 sobrevivientes.
Poco después, Spitzer se casó con Erwin Tichauer, el jefe de policía en funciones de ese campo. Una vez más, Spitzer, ahora conocida como Tichauer, se encontraba en una posición privilegiada. Aunque también eran personas desplazadas, los Tichauer vivían afuera del campo.
Los Tichauer terminaron por mudarse a Estados Unidos, primero a Austin, Texas, y en 1967 se asentaron en Nueva York, donde Tichauer se convirtió en profesora de bioingeniería en la Universidad de Nueva York.
Poco después de que terminó la guerra, un exprisionero de Auschwitz le dijo a Wisnia que Tichauer estaba viva. En ese entonces ya estaba muy involucrado en el Ejército estadounidense, con sede en Versalles, donde esperó hasta que por fin pudo emigrar a Estados Unidos.
Cuando sus tíos lo recogieron en el puerto en Hoboken en febrero de 1946, no podían creer que el chico de 19 años con uniforme de soldado raso fuera el pequeño David que vieron por última vez en Varsovia.
Apresurándose para compensar el tiempo perdido, Wisnia se adentró a la vida de la ciudad de Nueva York, y fue a bailes y fiestas. En 1947, en una boda, conoció a Hope, su futura esposa.
A lo largo de los años, Wisnia siguió enterándose de lo que pasaba con Tichauer a través de un amigo en común. Mientras tanto, su familia creció: tuvo cuatro hijos y seis nietos. En 2016, Wisnia decidió tratar de comunicarse con Zippi. Había compartido la historia con su familia. Su hijo, que ahora era rabino en la sinagoga reformista en Princeton, Nueva Jersey, inició el contacto en su nombre. Finalmente, ella acordó organizar una visita.
Habían pasado 72 años desde que había visto por última vez a su exnovia. Había escuchado que estaba enferma, pero sabía pocas cosas sobre su vida. Sospechaba que había ayudado a mantenerlo con vida y quería saber si eso era cierto.
Cuando Wisnia y sus nietos llegaron a su apartamento en Manhattan, vieron que Tichauer estaba tendida en una cama de hospital, rodeada de estantes llenos de libros. Había estado sola desde que murió su esposo en 1996, y jamás tuvieron hijos. Con el paso de los años, postrada en una cama, poco a poco perdió la vista y la audición.
En un principio, no lo reconoció. Después Wisnia se acercó a ella.
“Sus ojos se abrieron por completo, casi como si hubiera recobrado la vida”, dijo Avi Wisnia, de 37 años, nieto de Wisnia. “Todos quedamos estupefactos”.
La reunión duró cerca de dos horas. Finalmente, tuvo que preguntar: ¿tuvo algo que ver con el hecho de que logró sobrevivir en Auschwitz todo ese tiempo?
Alzó su mano y mostró sus cinco dedos. Su voz sonó fuerte, con un marcado acento eslovaco. “Te salvé cinco veces de un mal destino”, le respondió.
“Sabía que era ella”, les dijo Wisnia a sus nietos. “Es totalmente asombroso. Sorprendente”.
Pero aún había más. “Te estaba esperando”, dijo Tichauer. Wisnia quedó pasmado. Después de que escapó de la marcha de la muerte, lo esperó en Varsovia. Había continuado con el plan, pero él jamás llegó.
Lo había amado, le dijo en voz baja. Él también la había amado, le dijo.
Wisnia y Tichauer nunca volvieron a verse. Ella murió el año pasado a la edad de cien años. En su última tarde juntos, antes de que Wisnia se fuera de su apartamento, ella le pidió que le cantara. Él le tomó la mano y le cantó la canción húngara que ella le enseñó en Auschwitz. Quería mostrarle que recordaba la letra.