Venidos de Europa y Asia, son cientos de miles, en parejas o en familia, los que convergen en esta inmensa tundra con la esperanza de encontrarse con el “verdadero” Papá Noel.
Cada invierno, los visitantes extranjeros invaden la Laponia finlandesa, como un ejército de sombras que se desplaza por la nieve, entre cafés y tiendas, bajo la brillante luz azulada de los abetos.
Venidos de Europa y Asia, son cientos de miles, en parejas o en familia, los que convergen en esta inmensa tundra con la esperanza de encontrarse con el “verdadero” Papá Noel, ver una aurora boreal, o encarar el frío a bordo de un trineo.
El turismo es vital para este espacio ártico poblado de alces, osos y lobos. Pero los habitantes locales, en especial los samis, los criadores de renos autóctonos –antes designados bajo el nombre ahora peyorativo de Lapones–, se preocupan por los efectos de esa invasión en su modo de vida y en el medio ambiente de una región que está en la primera línea del calentamiento global.
En Rovaniemi, el “Santa Claus Village” es un parque de atracciones mágico, donde los turistas pasean en motos de nieve o en trineos tirados por renos, se refugian del viento en castillos de hielo, saquean las tiendas de “souvenirs” o degustan vino caliente con canela junto al fuego.
Desde los años ochenta, los responsables locales del turismo han convertido a Rovaniemi en el país oficial de Papá Noel.
En el interior, un elfo vestido de rojo y verde llamado “Vanilla” anima una visita turística hacia la fabulosa guarida del hombre de la barba blanca. Papá Noel, con su atuendo rojo, los acoge mientras suenan las melodiosas notas de una melodía navideña.
– Lucrativos mercados –
El flujo de visitantes no deja de crecer cada año. En 2018 fueron contratadas 2,9 millones de noches de hotel contra 2,2 millones en 2010.
“Los turistas franceses prefieren los trineos tirados por perros y los largos paseos, a los británicos les interesan las motos de nieve y los asiáticos prefieren las auroras boreales” explica a la AFP Sanna Kärkkäinen que dirige la oficina de turismo de Rovaniemi.
Nuevos mercados muy lucrativos se abren para los operadores. El número de turistas chinos se ha cuadruplicado desde 2015, para llegar a 45.000, y se triplicará en las próxima década gracias a la multiplicación de los vuelos de la compañía nacional Finnair entre Asia y Europa, vía la capital Helsinki.
Tian Zhang, instalada en el Gran Norte de Finlandia desde hace 17 años, ha realizado la mayor inversión extranjera en la hostelería local tras constatar, junto a otros amigos chinos, que faltaban plazas hoteleras en Rovaniemi.
El Nova Skyland Hotel, encantador establecimiento de vidrio y madera, abrió sus puertas en noviembre de 2017 y sus 33 habitaciones suelen estar ocupadas.
Sus clientes vienen de todo el mundo, españoles e ingleses antes de Navidad, “rusos en enero y los chinos en el Año Nuevo chino” explica Zhang.
Las estadísticas demuestran que los chinos gastan en promedio tres veces más que los demás visitantes de otras nacionalidades. El gobierno de Pekín, deseoso de asentar su presencia en el Ártico, publicó en 2018 un informe alentando a las empresas a instalarse en la región.
También los países de Medio Oriente muestran un creciente interés. “Esta semana tuvimos el primer vuelo directo de Turkish Airlines procedente de Estambul, lo que automáticamente abre Rovaniemi a otros 20 nuevos países” se congratula Sanna Kärkkäinen.
– Turismo de masa –
El maná turístico ha reducido el desempleo en Rovaniemi a su menor nivel en 30 años. Pero el turismo de masa preocupa a la población, amante de su tranquilidad y de su privilegiada relación con la naturaleza.
La prensa publica habitualmente artículos sobre turistas poco delicados que dejan basura bajo los pinos, o sobre las ruidosas hordas alojadas en Airbnb, que turban las noches de la localidad.
Los samis, presentes desde hace tres milenios en las inhóspitas regiones del Ártico en Finlandia, Noruega, Suecia y Rusia, ven con aprensión esta emergencia de un turismo industrial, por el que son tratados como “indígenas”.
“Casi cada día hay gente (…) preguntando +donde se pueden ver chamanes o donde están las brujas samis?+”, se indigna Tiina Sanila-Aikio, presidenta del parlamento sami de Finlandia. “Es una falsa leyenda, creada y alimentada por la industria turística”, dice.
Representantes de la comunidad acusan a los operadores turísticos de hacerse pasar por samis, o vender artículos o productos atribuyéndoles poderes mágicos.
En 2018, el Parlamento sami publicó recomendaciones para un comportamiento “ético y responsable” del turismo.
Los samis reprochan también a los perros de los trineos, tan queridos por los turistas, que asustan a sus rebaños. Asimismo rechazan las centrales hidroeléctricas y la industria minera.
Valentijn Beets, un Botsuanés que creó “Bearhill Husky” en 2012 con su esposa finlandesa Veronika, cerca de Rovaniemi, asegura que trabaja suficientemente lejos de las comunidades, y así no las molesta.
Ademas, dice, “un equipo de perros bien entrenados, que trabaja con responsabilidad, no debe provocar tantos problemas a los vecinos”.
– Calentamiento climático –
Con su voz cubierta por los ladridos de los 120 perros de su jauría, el hombre explica que el trineo atrae a visitantes seducidos por una forma más ecológica de turismo.
El aislamiento geográfico de Laponia y las largas distancias interiores favorecen las emisiones de efecto invernadero en una región que, según los científicos, registra un ritmo de calentamiento dos veces más rápido que la media mundial.
“Somos muy dependientes del avión” admite Satu Loiro del consejo regional de Laponia finlandesa, que se plantea hacer pagar a los turistas de una forma u otra para limitar las emisiones y financiar transportes públicos.
Los inviernos cada ve más cortos ya empiezan a sentirse. El año pasado, los operadores tuvieron que renunciar a ciertas actividades por falta de nieve en noviembre.
En el pueblo de Papá Noel, los últimos visitantes de la noche abandonan su guarida. Entonces, el hombre de la barba blanca habla.
“Estamos en el círculo ártico, y esta época del año es mágica. Me tengo que organizar para estar en millones de lugares diferentes al mismo tiempo”, explica. “Hace siglos que lo hago, y creo que no lo hago mal del todo”.