BAHÍA DE GUANTÁNAMO, Cuba — Cheryl Bormann, abogada de uno de los hombres acusados de conspirar para llevar a cabo los ataques del 11 de septiembre de 2001, había logrado pasar los dos filtros de seguridad necesarios para ingresar al tribunal de máxima seguridad cuando el dobladillo de su abaya negra comenzó a descoserse.
“Tengo un problema con una prenda”, exclamó en el vestíbulo del juzgado. “¡Cinta adhesiva!”.
Bormann, una civil que ha dedicado su carrera a combatir las sentencias de pena de muerte, había comprado hacía poco la túnica estilo saudita por 50 dólares en una tienda cercana al Pentágono, pero no había tenido tiempo de hacerle bien el dobladillo. Las grapas que había usado como solución provisional se estaban cayendo.
Una vez arreglada la túnica, la cerró sobre su cuerpo, cubrió su cabello pelirrojo y entró al tribunal militar en la bahía de Guantánamo donde otras ocho mujeres, la mayoría abogadas y asistentes jurídicas de los acusados, también se ocultaban el cabello por respeto a sus clientes: los cinco hombres acusados de conspirar para cometer el peor ataque terrorista en la historia de Estados Unidos.
La decisión de las mujeres de hacer eso muestra hasta qué punto el choque cultural sigue vigente, incluso tras más de una década de procedimientos en el tribunal de guerra en esa base naval remota de Estados Unidos. Los juzgados siempre son escenarios, y aun cuando poca gente observa el desarrollo de las audiencias, sigue siendo una plataforma para una combinación de ideas y perspectivas particularmente difíciles.
Las abogadas afirman que deben respetar las sensibilidades religiosas de sus clientes para poder defenderlos. Las familias de las víctimas del 11 de septiembre dicen sentirse ofendidas por el hecho de que estas mujeres occidentales se cubran y acepten las normas culturales de hombres acusados de asesinato en masa.
Pasar tiempo en el tribunal militar a medida que se acerca el juicio de los hombres acusados de orquestar los actos del 11 de septiembre, un procedimiento que ha llevado años, es ver esos conflictos y otros de muy distintas maneras, incluso a través de las prendas que visten y los mensajes que envían.
Hay fiscales de traje y corbata, y soldados en uniforme de camuflaje color verde olivo y botas de combate, y un juez que viste la tradicional toga negra.
Están los prisioneros, entre los que sobresale el hombre acusado de ser el autor intelectual de los ataques del 11 de septiembre, Khalid Sheikh Mohamed, que visten el atuendo musulmán tradicional, con accesorios que transmiten mensajes políticos.
Y de manera más controvertida están las mujeres de los equipos de defensoría jurídica que visten de manera sencilla, pero culturalmente sensible, como parte de un esfuerzo, dicen, para desarrollar relaciones respetuosas y de confianza con los acusados, hombres a quienes la CIA torturó antes de traerlos a la bahía de Guantánamo para sus juicios de pena de muerte. Sus atuendos resultan ofensivos para los familiares de las 2976 víctimas de los ataques del 11 de septiembre.
No se permite tomar fotografías de los procedimientos al interior del tribunal, donde la selección del jurado para este caso está programada para enero de 2021. Así que The New York Times llevó a una ilustradora, Wendy MacNaughton, a Guantánamo para mostrar cómo lo que comenzó como un procedimiento inconfundiblemente militar cuando los acusados fueron procesados en 2012, se ha convertido en un procedimiento en el que la manera de vestir, entre otras cosas, ha cobrado importancia.
Los equipos de defensoría jurídica que hace siete años estaban compuestos principalmente por miembros del Ejército estadounidense, ahora se componen casi en su totalidad de civiles. Dos fiscales militares que comenzaron como miembros del Cuerpo de Infantes de Marina y la Armada siguen siendo parte del equipo del gobierno como civiles y acuden al tribunal vestidos de traje.
La ropa de los acusados también ha cambiado. Hace siete años, los soldados llegaban a sus comparecencias con ropa holgada de color blanco, kipás y pantuflas de lona, que les proporcionaban en prisión. Ahora los cinco hombres acusados de asociarse con los secuestradores aéreos se presentan ante el tribunal vestidos con túnicas y pantalón o togas acompañadas de chalecos. Se cubren la cabeza con kipás, capuchas y bufandas.
Mohamed se tiñe la barba de naranja, como el profeta Mahoma. En ocasiones, tuerce una bufanda negra a rayas como un turbante sobre su kipá blanca. Otras, viste una kipá de la región de Sind, en Pakistán, proveniente de Baluchistán, con lo cual muestra su afinidad con la tribu de su tierra natal.
Algunos de los familiares se quejan de las instalaciones donde el Ejército resguarda a los sospechosos de terrorismo. Los custodios despejan la galería pública a la hora de la alabanza para darles privacidad a los acusados y a los miembros del equipo defensor que rezan con ellos.
Sin embargo, lo que más molesta a algunos familiares es la forma en la que las mujeres que forman parte de la defensa se visten cuando sus clientes comparecen ante el tribunal.
“No me importaría si de hecho fuera su religión y creyeran en eso”, comentó Kathleen Vigiano, cuyo esposo, Joseph, detective policial, y su cuñado John Jr., bombero, perdieron la vida tratando de rescatar gente del World Trade Center.
En su opinión, el atuendo es “irrespetuoso” y comentó que cuando viajó a Guantánamo este verano en el mismo avión que las abogadas, ninguna de ellas llevaba el cabello cubierto.
“No se visten así en el avión. No se visten así en la base; la vestimenta de negocios es la vestimenta de negocios”, aseveró Vigiano.
Las mujeres en el equipo de Mohamed visten mayormente faldas largas y otro tipo de prendas holgadas con una serie de pañoletas, chalinas y velos coloridos y, al menos en una ocasión, un hiyab de una sola pieza que se pone encima de las demás prendas de vestir.
“Honestamente me parece que parte del malestar está enraizado en la islamofobia”, comentó Rita Radostitz, una de las cinco abogadas que representan a Mohamed en el tribunal. Ella comentó que las abogadas defensoras que se especializan en los casos de pena de muerte como ella adoptan algunas medidas de manera instintiva, para crear y mantener una relación profesional.
El equipo jurídico de Walid bin Attash, encabezado por Bormann, prefiere usar la austera abaya negra de Arabia Saudita, que es donde nació su cliente.
Representa “la cultura de la que proviene”, explicó Bormann. “Es lo que lo hace sentir más cómodo. Cuando tienes que hablar con alguien, quieres que la otra persona se sienta cómoda”, agregó.
En los casos específicos de pena de muerte, las abogadas dicen que tienen el deber de buscar un terreno común respetando las tradiciones de sus clientes.
Bormann compró la abaya nueva, cuyo dobladillo pegó con cinta adhesiva, para sustituir una negra lisa que se llenó de moho en su oficina, ubicada en el complejo del tribunal de guerra sobre una pista aérea obsoleta de la Armada.
Dado que el asfalto está agrietado se forman charcos de lodo de vez en cuando y hay cuatro complicados escalones para subir a la letrina del tribunal, Bormann dejó de usar sus tacones marca Christian Louboutin en Guantánamo hace años. A pesar de ello, su nueva abaya está decorada con diamantes de imitación, un toque de estilo que le pareció adecuado para combinar con unos zapatos Valentino de imitación.
Bormann comentó que había usado la toga cada vez que había estado en la presencia de bin Attash y no tenía planes de cambiar la práctica una vez que se eligiera al jurado.
“Definitivamente espero que ninguna de las personas que juren defender la justicia vaya a tomar a mal que yo vista una toga negra y un velo”, comentó.
Gary Sowards, abogado defensor en delitos que se castigan con la pena capital representa a Khalid Sheikh Mohamed, quien ha sido acusado de ser el autor intelectual de la conspiración para cometer el ataque del 11 de septiembre. (Wendy MacNaughton/The New York Times)