La mayoría de las historias de terror contienen mucha sangre, pero en esta aparece en cantidades crueles y despiadadas. Hay tanta sangre que los torniquetes y el poderoso salvador Dwayne “La Roca” Johnson resultan inservibles pues la sangre en esta historia no sale a chorros de nuestros cuerpos moribundos, ni salpica las baldosas frías del suelo como quisiéramos.
En lugar de eso, simplemente se acumula de manera profunda y perjudicial en nuestras mejillas y enrojece nuestros rostros con un calor infernal hasta que el villano de la historia nos mira y dice: “¡Ay, te sonrojaste!”, o “Dios mío, qué roja estás”.
Si no comprendes por qué el hecho de ruborizarse durante una reunión de negocios es una verdadera pesadilla, entonces no sueles sonrojarte con frecuencia. Me imagino que es maravilloso.
El resto de nosotros nos sentimos traicionados por nuestros cuerpos cuando nos ruborizamos, nuestras entrañas se calientan y enrojecen nuestra piel con un tono delator.
Lily McCausland, de 23 años, asistente independiente de producción, lo expresó perfectamente cuando me dijo: “La naturaleza física del rubor en mi cara de verdad se siente como si se encendiera una caldera. Mi rostro se irrita al principio y luego, dependiendo de la intensidad de la emoción, se pone rojo como si me hubiera quemado bajo el sol. Siempre sé cuándo me voy a sonrojar porque sucede justo en el peor momento”.
Eso es lo distintivo de ponerse colorado. Sucede cuando menos quieres que suceda. Además, empeora cuanto más pienses al respecto y luego solo quieres desaparecer o que te rescate Johnson y te lleve adonde puedas estar a salvo.
Pero, esta es la parte más injusta, ¡ya estás a salvo!
En términos generales, las situaciones cotidianas no contienen nada peligroso (mucho menos de vida o muerte) que provoque los sonrojos, lo que significa que no hay ningún motivo para que nuestro sistema nervioso simpático se active y acelere el flujo sanguíneo. Pero así son las cosas…
— ¡¿Por qué a mí?!
Tanya Azarani, psiquiatra y psicoterapeuta para adultos de Brooklyn, explicó en un correo electrónico que ruborizarse es parte de la reacción de lucha o huida de nuestros cuerpos y sucede cuando sentimos vergüenza, incomodidad o enojo, lo cual suele ocurrir cuando sentimos que nos pillaron violando una norma social.
“Cuando una transgresión real o imaginaria detona sentimientos de vergüenza, las glándulas suprarrenales liberan adrenalina y provocan una vasodilatación de los vasos sanguíneos en el rostro y el cuello. A medida que más sangre llega al rostro, aparece una tez rojiza y una sensación cálida”, escribió.
Además, hay una razón científica de por qué nos sonrojamos más cuando estamos conscientes de ello: “Cuanto más ansiosos nos sentimos con respecto a ruborizarnos, nos enardecemos más a nivel neurológico, y más nos sonrojamos, lo cual nos hace entrar en un círculo vicioso que se perpetua a sí mismo”.
Si te sonrojas muy seguido y eso te provoca una angustia emocional e interfiere con tu vida diaria, podría ser un indicio de un trastorno de ansiedad social más profundo. Azarani explicó que “la gente que padece el trastorno de ansiedad social tiene una fobia de las situaciones sociales en las que podría ser juzgada, asume que sus acciones la llevarán a ser humillada, y a menudo evita interactuar con otras personas”.
Si te sonrojas cuando hablas en público y/o cuando empujas una puerta que dice “jale”, no te preocupes: hay medidas que pueden ayudarte a sentir que tienes más control de tu cuerpo.
— Algunos consejos (algunas cosas que sí puedes controlar)
Solemos ruborizarnos más durante la adolescencia, es por eso que los adultos expertos en sonrojarse tienen muchos remedios caseros: hemos tenido muchos años para pulir nuestras técnicas.
Tenemos camisas de cuello redondo y de tortuga (para quienes se ruborizan hasta el cuello); el corrector verde, una estrategia cosmética que oculta los tonos rojos del rostro; el cabello largo que puede posarse sobre las mejillas sonrojadas; la ropa azul, verde, negra, café y gris, que atenúa el enrojecimiento; los ventiladores pequeños y silenciosos en nuestro escritorio; y las confiables botellas de agua para beber agua fría y posarlas sobre nuestras mejillas cuando nadie nos está viendo. También tenemos terapeutas.
“A fin de cuentas, la terapia cognitivo conductual es el mejor tratamiento para el ruborizado patológico”, dijo Azarani. También es la mejor opción para tratar la eritrofobia, que es el miedo a sonrojarse, así como los trastornos de ansiedad social.
La terapia cognitivo conductual, o TCC, es una forma común de terapia conversacional. Para quienes se sonrojan, Azarani explica que la TCC puede ayudarles a “mirar la relación entre sus preocupaciones sobre sonrojarse, sus pensamientos y la manera en que se comportan cuando se sienten ansiosos al respecto”, esto representa una solución a largo plazo, en lugar de una a corto plazo como tomar una pastilla.
Porque, efectivamente, existen pastillas para esto. Sin embargo, Azarani advirtió que “cuando se toman medicamentos sin terapia, pueden ayudar a reducir la frecuencia del ruborizado a corto plazo, pero quizá refuercen la ansiedad a la larga y te impidan aprender a manejar por tu cuenta la ansiedad que te genera ruborizarte”.
Pero volviendo a lo de las pastillas (antes de tomar cualquier medicamento o remedios herbales, consulta a tu psiquiatra). Para los síntomas graves, se podrían recetar betabloqueantes como el propranolol. No obstante, si has escuchado que tomar un antihistamínico, como loratadina o cetirizina, te ayuda a controlar el ruborizado, piénsalo bien. Si bien bloquean la histamina, que puede vincularse a las reacciones inflamatorias, no son recomendables en estos casos.
Sin embargo, si descubres que sonrojarte forma parte de un trastorno de ansiedad social, quizá tu médico te recete Zoloft (sertralina), u otro inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina.
En casos extremos, incluso someterse a una operación puede ser la solución. “La simpatectomía torácica endoscópica (ETS, por su sigla en inglés) es un procedimiento quirúrgico en el que se destruye una porción de los nervios simpáticos en la parte superior del pecho para evitar que las señales del cerebro lleguen a los nervios del rostro que hacen que nos ruboricemos”, explicó Azarani. Sin embargo, al hacerlo, se pueden alterar otros nervios que regulan la temperatura del cuerpo, el ritmo cardiaco y la sudoración, lo cual puede acarrear algunos efectos secundarios que, francamente, suenan peores que sonrojarse (entre ellos, hay uno llamado “sudoración compensatoria alarmante”).
— La buena noticia
La próxima vez que empieces a ruborizarte durante una presentación en el trabajo o cuando un grupo de personas odiosas, pero bienintencionadas, te canten feliz cumpleaños, no pienses en tus mejillas coloradas como un fenómeno delator traicionero. Porque, ¿adivina qué? ¡A la gente le caen bien las personas que se ruborizan!
Algunos estudios demuestran que la gente que se ruboriza es percibida como más genuina y digna de confianza. (Azarani lo expresó de la siguiente manera: el ruborizado comunica un sentido de humildad, que “a su vez, evoca compasión y confianza en el observador y lo motiva a aceptar en lugar de rechazar al que se sonroja”).
Además, toda la secreción de adrenalina que corre en silencio por nuestras venas les demuestra a los demás que nos interesan. Y si estás saliendo con alguien o estás cerca de una persona que te resulta atractiva, sonrojarte puede interpretarse como una señal de emoción positiva (y no olvidemos que, históricamente y hasta la fecha, algunas personas de hecho quieren ese rubor rosado en sus mejillas. No por nada el producto de maquillaje se llama “rubor”).
Algunas sugerencias —y conmiseración— para todos los que se sonrojan con frecuencia. (Jocelyn Tsaih/The New York Times)