WASHINGTON — El avión iba demorado y el escuadrón asesino empezaba a preocuparse. Los listados internacionales mostraban que el vuelo 6Q501 de Cham Wings Airlines, programado para despegar desde Damasco, Siria, a las 19:30 con destino a Bagdad, había salido; pero en realidad, según reportes de un informante en el aeropuerto, el avión seguía estacionado y el pasajero marcado como objetivo aún no llegaba.
Las horas pasaban y algunos de los involucrados en la operación se preguntaban si debían cancelarla. Pero entonces, justo antes de que la puerta del avión se cerrara, una caravana de autos se estacionó en la pista. De uno de los autos emergió el general Qasem Soleimani, el cerebro detrás la seguridad de Irán, y abordó el avión junto a dos guardaespaldas. El vuelo 6Q501 despegó, con tres horas de retraso, rumbo a la capital iraquí.
El avión aterrizó en el Aeropuerto Internacional de Bagdad justo después de la medianoche, a las 0:36 y los primeros en desembarcar fueron Soleimani y su comitiva. Al final de la pasarela lo esperaba Abu Mahdi al-Muhandis, un funcionario iraquí a cargo de las milicias y cercano a Irán. El grupo ocupó dos autos, los cuales se enfilaron hacia la noche, seguidos muy de cerca por drones estadounidenses MQ-9 Reaper. A las 0:47, varios misiles impactaron los vehículos, envolviéndolos en llamas y dejando diez cadáveres carbonizados adentro.
La operación que aniquiló a Soleimani, comandante de la Fuerza Quds de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán, puso a Estados Unidos al borde de una guerra con Irán y sumió al mundo en siete días de turbulenta incertidumbre. La historia de esos siete días, y la planificación secreta de los meses que le antecedieron, figura como el episodio más peligroso hasta el momento en los tres años de la presidencia de Donald Trump.
La decisión del mandatario de escalar décadas de conflicto latente con Irán detonó un drama extraordinario en el ámbito mundial, la mayoría entre bastidores. En las capitales de Europa y el Medio Oriente, líderes y diplomáticos hicieron todo lo posible para impedir una nueva guerra total, mientras que en la Casa Blanca y el Pentágono el presidente y sus asesores ordenaron enviar más soldados a la región.
Los líderes europeos, indignados por no haber sido informados, se movilizaron rápidamente para evitar que Irán intensificara el conflicto. En tal caso, los estadounidenses ya habían desarrollado planes para atacar un barco de comando y control y realizar un ataque cibernético con el objetivo de incapacitar parcialmente el sector petrolero y de gas de Irán.
Sin embargo, Estados Unidos también envió mensajes secretos a través de mediadores suizos, en los que exhortaba a Irán a no responder con tal fuerza que Trump se sintiera obligado a ir aún más lejos. Luego de la respuesta de Irán —dieciséis misiles dirigidos a bases que alojaban soldados estadounidenses y que no causaron ningún herido, en una demostración relativamente inofensiva de fuerza— un mensaje llegó a través de los suizos: no habría más represalias, por ahora. El mensaje, remitido a Washington a los cinco minutos de ser recibido, convenció al presidente de cesar la escalada.
Cuando la semana culminó sin la guerra que muchos temían, Trump se jactó de haber eliminado a un enemigo de Estados Unidos. Sin embargo, la contienda entre ambas naciones no ha terminado. Irán podría cobrar venganza de otras maneras. Los líderes de Irak podrían expulsar a las fuerzas estadounidenses, por lo que, con su muerte, Soleimani conseguiría lo que intentó y nunca logró en vida.
El incidente le ofreció un breve motivo de celebración a los aliados de Trump, además de distraer su atención del inminente juicio en el Senado por el proceso de destitución. Sin embargo, Trump enfrenta cuestionamientos, incluso entre sus colegas republicanos, sobre las distintas justificaciones que tanto él como su equipo de seguridad nacional han ofrecido para el ataque. El secretario de Estado Mike Pompeo inicialmente sostuvo que había sido necesario anticiparse a un ataque “inminente”, afirmación que el presidente amplificó al decir que cuatro embajadas estadounidenses habían sido marcadas como objetivos.
Sin embargo, funcionarios del gobierno afirmaron que no sabían realmente cuándo o dónde podría ocurrir este ataque. Algunos comandantes del alto mando militar se sorprendieron de que Trump eligiera lo que ellos consideraban una opción radical con consecuencias imprevisibles.
Este recuento —basado en entrevistas con decenas de funcionarios del gobierno de Trump, oficiales militares, diplomáticos y analistas de inteligencia de Estados Unidos, así como de Europa y el Medio Oriente— ofrece nuevos detalles sobre los que podrían ser los siete días más trascendentales de la presidencia de Trump.
Ejerciendo el poder, rezando por la muerte de un mártir
La confrontación quizá haya empezado por accidente. Durante años, Irán ha promovido fuerzas asociadas en Irak, buscando competir con la influencia de las tropas estadounidenses que llegaron durante la invasión de 2003. A partir de finales del año pasado, las milicias apoyadas por Irán comenzaron a lanzar misiles a las bases iraquíes que alojaban a soldados estadounidenses, medida que activó alarmas más que causar verdadero daño.
Así que cuando algunos misiles impactaron la base militar K1 cerca de Kirkuc el 27 de diciembre y ocasionaron la muerte de Nawres Waleed Hamid, un contratista civil estadounidense, además de dejar muchos otros heridos, la única sorpresa fueron las bajas. Hezbolá, el grupo paramilitar apoyado por Irán responsabilizado por la agresión, había realizado el mes anterior al menos otros cinco ataques con cohete a bases con estadounidenses, sin resultados letales.
Los funcionarios de inteligencia de Estados Unidos que vigilaban las comunicaciones entre Hezbolá y la Guardia de Soleimani descubrieron que los iraníes querían mantener la presión sobre los estadounidenses, pero no tenían previsto escalar el conflicto de baja intensidad. Según funcionarios estadounidenses, los misiles cayeron en un lugar y en un momento en el que el personal iraquí y estadounidense normalmente no estaba allí, por lo que la muerte de Hamid fue solo muy mala suerte.
Pero eso no les importó a Trump y su equipo. Había muerto un estadounidense, así que el presidente, que en junio canceló un ataque de represalia a diez minutos de suceder y que normalmente se ha abstenido de aplicar acciones militares en respuesta a las provocaciones de Irán, ahora debía tomar una decisión.
Sus asesores le dijeron que Irán quizá había malinterpretado su renuencia a usar la fuerza como una señal de debilidad. Para restablecer el poder de disuasión, Trump debía autorizar una respuesta contundente. Dos días después, el presidente accedió a atacar cinco lugares en Irak y Siria, lo que causó la muerte de 25 miembros de Kataeb Hezbolá y dejó heridos a unos 50 más.
Dos días después, el 31 de diciembre, manifestantes pro-Irán apoyados por muchos miembros de la misma milicia, respondieron con la irrupción en las instalaciones de la embajada estadounidense en Bagdad y provocaron incendios. Preocupados por la posibilidad de que se repitiera una situación como la toma de la embajada en Irán en 1979 o el ataque de 2012 en un puesto diplomático en Bengasi, Libia, Trump y su equipo ordenaron la movilización rápida de más de 100 marines de Kuwait a Bagdad.
Aun así, Trump siguió mostrándose inquieto y listo para autorizar una respuesta más firme. El mismo 31 de diciembre, cuando apenas habían arrancado las protestas, empezó a circular un documento secreto firmado por Robert O’Brien, asesor de seguridad nacional, en el cual enumera blancos potenciales, incluyendo una planta de energía iraní y un barco de comando y control usado por la Guardia para dirigir pequeñas naves que asedian buques petroleros en las aguas alrededor de Irán. Durante meses, el barco había sido una molestia permanente para los estadounidenses, en especial tras una serie de ataques encubiertos a buques petroleros.
El documento también mostraba una opción más provocadora: marcar funcionarios iraníes específicos como blancos de un ataque militar. De acuerdo con funcionarios que vieron el documento, uno de los blancos mencionados era Soleimani.
Soleimani no era para nada un nombre conocido en Estados Unidos, pero los funcionarios estadounidenses lo consideraban responsable de más inestabilidad y muertes en el Medio Oriente que casi cualquier otra persona.
En su calidad de líder de la Fuerza Quds, Soleimani era, de hecho, el segundo hombre más poderoso en Irán y estaba involucrado en la gestión de guerras “por poderes” en Irak, Siria, Líbano y Yemen, incluyendo una operación de bombas camineras y otros ataques que asesinaron a alrededor de 600 soldados estadounidenses durante el apogeo de la guerra de Irak.
A los 62 años, con un rostro delgado, cabello entrecano y barba recortada, Soleimani había emergido en años recientes, después de la Primavera Árabe y la guerra contra el Estado Islámico, como la figura pública más asociada con el objetivo de Irán de lograr el dominio regional. Comenzaron a circular fotografías suyas en las que aparecía en visitas al frente de combate en Irak y en Siria, durante una reunión en Teherán con el líder supremo de Irán y sentado con el líder de Hezbolá, Hasán Nasrala, en Líbano. Cuando el presidente sirio, Bashar Al Asad, visitó Teherán el año pasado, fue Soleimani quien le dio la bienvenida.
Para finales de 2019, Soleimani podía presumir numerosos logros iraníes: Al Asad, un aliado iraní de mucho tiempo, había asegurado su posición en el poder en Damasco, la capital siria, tras ganar una guerra civil sangrienta, librada en diversos frentes y durante varios años, y la Fuerza Quds tenía una presencia permanente en la frontera de Israel. Además, el Estado Islámico había sido derrotado en Siria e Irak —en parte gracias a fuerzas terrestres que él había supervisado—, un área en la que él y Estados Unidos compartían intereses.
Según funcionarios, durante los últimos dieciocho meses habían hablado de la posibilidad de atacar a Soleimani. Para el momento en que la tensión con Irán alcanzó su punto más álgido en mayo, debido al ataque a cuatro buques cisterna petroleros, John Bolton, quien era entonces asesor de seguridad nacional del presidente Trump, solicitó a las fuerzas armadas y a las agencias de inteligencia que estudiaran nuevas opciones para desalentar la agresión de parte de Irán. Entre las opciones presentadas estaba matar a Soleimani y a otros líderes de la Guardia Revolucionaria. A partir ese momento, las labores para rastrear los viajes de Soleimani se volvieron más intensas.
Para septiembre, el Comando Central de Estados Unidos y el Comando Conjunto de Operaciones Especiales fueron incorporados al proceso de planear una posible operación. Los agentes reclutados en Siria e Irak comenzaron a presentar informes sobre los movimientos de Soleimani, de acuerdo con un funcionario involucrado.
Soleimani partió en su último viaje el día de Año Nuevo, voló a Damasco y después continuó en auto a Líbano para reunirse con Nasrala, el líder de Hezbolá, antes de regresar a Damasco esa tarde. Nasrala afirmó en un discurso posterior que durante esa reunión le había advertido a Soleimani que los medios informativos de Estados Unidos se estaban enfocando en él y publicaban su fotografía.
“Esta fue la preparación mediática y política para su asesinato”, dijo Nasrala.
No obstante, recuerda que Soleimani se rio, dijo que esperaba morir como un mártir y le pidió a Nasrala que rezara porque así fuera.
En los cuarteles del espionaje, se ve un ‘efecto mosaico’
Ese mismo día, en los cuarteles de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) en Langley, Virginia, la directora de esa agencia, Gina Haspel, trabajaba para cumplir con esa plegaria.
Haspel recibió información que indicaba que Soleimani se preparaba para trasladarse de Siria a Irak. Algunos funcionarios le dijeron que había inteligencia adicional de que trabajaba en un ataque a gran escala con la intención de sacar a las fuerzas estadounidenses del Medio Oriente.
No existía una sola pieza definitiva de inteligencia. Más bien, según los funcionarios, los agentes de la CIA se refirieron al “efecto mosaico”, fragmentos múltiples de información que juntos indicaban que Soleimani estaba organizando fuerzas de poder en la región, incluyendo Líbano, Yemen e Irak, para atacar embajadas y bases estadounidenses.
Había poca oposición para asesinar a Soleimani entre los asesores sénior de Trump, pero algunos funcionarios del Pentágono estaban asombrados de que el presidente eligiera la que ellos consideraban la opción más extrema, y a algunos funcionarios de inteligencia les preocupaba que no se hubieran analizado a fondo las posibles ramificaciones a largo plazo, en particular si la acción en territorio iraquí motivaba a Irak a expulsar a las fuerzas de Estados Unidos.
Soleimani murió entre fierros retorcidos en el aeropuerto de Bagdad. En total, diez personas fueron asesinadas —Soleimani, al-Muhandis y sus asistentes. Al-Muhandis había ayudado a fundar Hezbolá, la milicia a la que se responsabiliza por el ataque con cohete del 27 de diciembre que mató al contratista estadounidense.
Trump lanzó amenazas belicosas de destruir a Irán si ejercían represalias, incluidos sus tesoros culturales —en violación a la ley internacional—, lo que hizo estallar la indignación mundial y obligó a su propio secretario de Defensa a desmentir de manera pública la amenaza, pues dijo que sería un crimen de guerra.
Trump, en gran medida, estaba solo en el escenario global. Ninguna potencia europea importante expresó su apoyo al ataque con dron, a pesar de que los líderes estuvieron de acuerdo en que Soleimani tenía las manos manchadas de sangre.
El retiro de Trump del acuerdo nuclear de 2015 con Irán ha sido un importante punto de controversia. Los líderes europeos resintieron de manera profunda la retirada unilateral, al considerarla como un error grave que disparó un ciclo de sanciones y recriminaciones que llevaron a esta confrontación de siete días y ahora al reinicio del programa nuclear iraní.
El país europeo más importante en estos siete días resultó ser Suiza, que ha fungido como intermediario entre Estados Unidos e Irán desde que rompieron relaciones diplomáticas en 1980.
Horas después del ataque, Markus Leitner, el embajador suizo en Teherán, se dirigió al Ministerio de Asuntos Exteriores iraní, de acuerdo con un analista suizo. Los estadounidenses habían enviado una carta a los iraníes a través de los suizos para advertirles contra cualquier represalia por el ataque con el dron que pudiera incitar mayor acción militar de parte de Trump.
Los estadounidenses “dijeron: ‘Si desean vengarse, cobren venganza en proporción a lo que hicimos”, dijo a la televisión estatal iraní Ali Fadavi, vicecomandante de la Guardia Revolucionaria.
Lo que no sabían los iraníes es que Trump había acordado atacar los otros sitios originalmente considerados —la instalación de gas y petróleo y la embarcación de comando y control— como parte de cualquier represalia que pudiera ser necesaria si Irán respondía al ataque con dron.
El 7 de enero, el Centro de Misiles Especiales y Astronáutica de Defensa, parte de la Agencia de Seguridad Nacional obtuvo múltiples fragmentos de información, incluyendo imágenes aéreas y comunicación interceptada, para concluir que un ataque con misil iraní en bases iraquíes era inminente, dijeron funcionarios. El centro envió la alerta a la Casa Blanca.
El vicepresidente Mike Pence y O’Brien se dirigieron de inmediato a la sala de situaciones de emergencia en el sótano, posteriormente se les unieron el presidente y Pompeo. En el Pentágono, el secretario de Defensa Mark Esper y todos los integrantes del Estado Mayor Conjunto, encabezado por su presidente, el general Mark Milley, se reunieron en una sala de conferencias en el tercer piso y analizaron cómo mover tropas y familias en la región a ubicaciones más seguras.
Poco después de las 17:30, una voz casi robótica se escuchó en el altavoz de la sala de situaciones de emergencia. “Señor, tenemos órdenes de un lanzamiento a las 22:30, tiempo Zulu, desde el oeste de Irán en dirección a Irak, Siria y Jordania”. Los reportes comenzaron a llegar más rápido. Los misiles fueron escalonados, pero la mayoría impactaron hacia la base aérea Al Asad en Irak, hogar de dos mil efectivos del Ejército de Estados Unidos.
El bombardeo terminó después de una hora, pero los comandantes de la base ordenaron a los soldados que permanecieran bajo resguardo por si se lanzaban más misiles. Cerca de las 7:30, alrededor de una hora después de que los ataques concluyeron, Esper y Milley se dirigieron a la Casa Blanca para reunirse con Trump.
Los misiles dañaron un helicóptero, algunas carpas y otras estructuras, pero, gracias a la alerta anticipada, no causaron bajas. Además, otro mensaje llegó mediante los suizos: Eso era todo. Esa era la venganza de Irán.
Los estadounidenses estaban sorprendidos por la velocidad de la comunicación, que se entregó a Trump y Pompeo cinco minutos después de que los suizos la recibieron de Irán.
A la mañana siguiente, Trump dirigió un mensaje a la nación desde la Casa Blanca, y aunque criticó duramente la “campaña de terror” de Irán, aclaró que no habría más represalias de parte de Estados Unidos.
“Irán parece cesar operaciones”, dijo, y agregó que estaba “listo para aceptar la paz con todo aquel que la busque”.
Después de siete días de amenazas y nuevos despliegues de fuerzas armadas, la marcha inmediata a la guerra había terminado. Sin embargo, dentro de la clase dominante en cuestiones de seguridad, pocos consideran la crisis como concluida. En los próximos meses, esperan que Irán se reagrupe y encuentre maneras de contestar el ataque.
“Soleimani como persona inspiró a las masas. Fue un icono nacional. Simbolizó la lucha”, dijo Ali Alfoneh, un profesor sénior en el Instituto de Estados del Golfo Árabe en Washington que estudia a Irán. “Pero también era una parte muy pequeña de una organización muy grande”.
“Sí, está acéfala”, agregó, “pero la organización no fue destruida”.
El secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, realiza una conferencia de prensa en el Departamento de Estado en Washington, el 7 de enero de 2020. (Erin Schaff/The New York Times)