La información, compartida a través de los servicios de mensajería Line y Whatsapp, quizá salvó su vida y la de las 20 o 30 personas que también se habían refugiado en los baños.
Escondidos en los baños de un centro comercial, escenario de una matanza “sin precedentes” en Tailandia, varios clientes siguieron atemorizados el periplo macabro del asesino, un joven militar, gracias a extractos de las cámaras de seguridad que recibían en sus teléfonos móviles.
Tras haberse atrincherado en los baños del cuarto piso con su esposa y su hija de tres años, Chanathip Somsakul, un profesor de música de 33 años, se mantuvo pegado a su celular.
“Un amigo, empleado en el centro comercial, estaba en contacto con alguien de la sala de vigilancia y tenía acceso a las imágenes de las cámaras de seguridad […] Nos dio informaciones sobre el lugar en el que se encontraba el agresor”, contó a la AFP Chanathip.
La información, compartida a través de los servicios de mensajería Line y Whatsapp, quizá salvó su vida y la de las 20 o 30 personas que también se habían refugiado en los baños.
“Todo el mundo estaba aterrorizado y desamparado. Había tanta información circulando que la gente ya no sabía qué creer”, explicó Chanathip.
Para ellos, este sábado ordinario de compras en Nakhon Ratchasima, una ciudad del noreste de Tailandia, se tornó en horror.
El atacante, un oficial subalterno del ejército, identificado como el suboficial Jakrapanth Thomma, empezó su matanza al caer la tarde en una base militar de la ciudad.
Con un vehículo militar robado, fue a un centro comercial muy concurrido de Nakhon Ratchasima.
Chanathip, que acababa de dar una clase de música, estaba a la mesa de un restaurante con su familia en ese centro comercial, cuando de repente empezaron los disparos. Como los demás, se precipitaron hacia los baños, donde se atrincheraron, bloqueando la entrada. Allí estuvieron encerrados durante una espera interminable que duró varias horas.
El atacante, armado con una ametralladora M60, un fusil de asalto y munición que había robado en el cuartel militar, disparaba a todos lados.
La tensión aumentó aún más cuando alguien empezó a golpear la puerta del baño.
“Creía que podía ser el agresor. Una mujer preguntó ‘¿quién es?’, pero no hubo respuesta. Ella quería abrir la puerta pero entre todos la convencimos de que no lo hiciera”, recuerda Chanathip.
A las 21H00 (hora local), la policía les permitió salir del lugar, y lo hicieron inmediatamente.
Pero cuando estaban llegando al aparcamiento, volvieron a oír disparos, y se pusieron a correr.
– Meditar para guardar la calma –
Un gran número de personas, que se habían quedado atrapadas en el centro comercial, se escondieron bajo las mesas de los restaurantes o en los almacenes, e iban informando de los movimientos del atacante por las redes sociales.
“Tenía mucho miedo, porque el lugar en el que nos quedamos atrapados estaba justo encima del lugar en el que el agresor retenía a unos rehenes”, contó Aldrin Balquing, un profesor filipino que logró meditar para guardar la calma. Según una información no confirmada, el agresor habría retenido a varias personas como rehenes.
Durante toda la noche se oyeron tiroteos, hasta que las tropas de élite pudieron abatir al atacante al amanecer, poniendo fin a su sangriento periplo, que mantuvo al país en vilo durante 17 horas.
El balance: al menos 26 muertos, entre ellos un niño de 13 años, y unos cuarenta heridos.
La masacre, “sin precedentes” en la historia del país, fue perpetrada por motivos “personales”, declaró el primer ministro tailandés, Prayut Chan-O-Cha.