El amor, un "algo sin nombre" que conmociona al cerebro humano

El amor,  un "algo sin nombre" que conmociona al cerebro humano

El sentimiento desencadena procesos fisiológicos que nos llevan a actuar y pensar de manera diferente. Algo más en qué pensar el Día de los Enamorados

El amor, sin duda un gran misterio en la vida. Alrededor de este sentimiento se conjugan una serie de emociones que van de un extremo al otro de la gama de sensaciones con su secuela de efectos en los balances químicos del cuerpo humano. Euforia, placer, bienestar, confianza, ansiedad… las famosas mariposas en el estómago. Desde la atracción sexual hasta el puro afecto.

Pero todo el proceso implica un complejo mundo de laberintos que incluyen  genética, cultura o incluso a la situación socioeconómica. Y también actúa la fisiología.

“Es biológicamente complejo puesto que el cerebro supone un sistema funcional, no un conjunto de procesos aislados”, dice Ignacio Morgado , catedrático en Psicobiología de la Universitat Autònoma de Barcelona. En un artículo que publicó el portal  www. La Vanguardia.com

La vida en rosa que veía la enamorada Édith Piaf se debía, en parte, a un cóctel de endorfinas. El bienestar que produce el estado amoroso tiene que ver con estas sustancias, conocidas como opiáceos endógenos porque imitan el efecto que tales drogas ejercen en el cerebro.

“Al principio se pensaba que la dopamina era el neurotransmisor del placer. En realidad son las endorfinas”, explica Luis Carretié, catedrático en Psicobiología en la Universidad Autónoma de Madrid. Según él, al buscar una recompensa -la persona que nos gusta- entra en juego la dopamina, pero al recibirla están funcionando preferentemente las endorfinas.

Las caricias, los abrazos o una expresión facial amable fomentan que se liberen estas sustancias ansiolíticas y capaces de reducir el dolor. Tales opiáceos endógenos se convierten en reforzantes y presentan un carácter adictivo. “Cuando uno pierde a la pareja, aparece un cierto síndrome de abstinencia”, dice Ignacio Morgado.

A las endorfinas hay que añadir el papel de las hormonas. Ejercen una función reguladora en el deseo sexual, que suele suponer una parte del enamoramiento. “Ahí entran en juego las partes del cerebro de la motivación sexual, situadas en el hipotálamo, que contribuyen a su producción”, explica Morgado.

En los hombres se segrega sobre todo testosterona, mientras que la principal hormona sexual de las mujeres es el estradiol. Aunque, en relación con la motivación sexual, ellas también producen hormonas masculinas.

Pero la estrella es la oxitocina . La hormona media en el establecimiento de apegos, por ello también es importante para las relaciones parentales y maternales. En el cerebro actúa de neuromodulador, es decir, ejerce un efecto sobre el funcionamiento de las conexiones neuronales.

 “Tenemos un sesgo atencional hacia todos los estímulos emocionales, como las arañas o si escuchamos un golpe fuerte. Es algo evolutivo que provoca que nos capture la atención. El ser amado pasa a ser un estímulo emocional de primer orden”, explica Carretié.

Todos estos procesos sufrirán una evolución con el paso del tiempo en la que la parte química se relaja para dejar paso a un apego más emocional. Los enamorados podrán así recuperar de nuevo su córtex prefrontal y su juicio. Los adolescentes lo tendrán algo más difícil: las hormonas mandan.

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