MEDINA, Arabia Saudita — En el tema del trabajo de la mujer, la ley de esa tierra era muy clara. Pero los padres de Raghda y Rafaa Abuazzah habían determinado lo contrario.
“¿Qué dirá la gente? ¡Estarán en público!”, dijo su padre después de que las hermanas escandalizaran a sus padres anunciando que querían trabajar en una cafetería en Medina, Arabia Saudita, la segunda ciudad más sagrada del mundo islámico, donde se dice que murió el profeta Mahoma. “Está bien trabajar en una oficina porque nadie puede verte allí. Pero, ¿cómo vas a trabajar con hombres?”.
Dos años y muchas cosas después, Raghda Abuazzah sirve café con diseños de espuma de leche en una cafetería del centro comercial y Rafaa Abuazzah organiza reuniones de la comunidad en un espacio de eventos al otro lado de la calle. Sus compañeros de trabajo y clientes son tanto hombres como mujeres. Aunque su cabello permanece oculto, sus rostros están al descubierto. Y sus padres, para sorpresa de todos, lo están aceptando. Más o menos.
“Mis padres están en contra de que trabaje aquí. Pero se siente tan bien finalmente ser yo misma”, dijo Raghda Abuazzah, de 21 años. “Ahora soy libre. Por fin puedo hablar con la gente sin cubrirme la cara”.
Para los occidentales, que tratan de ver a Arabia Saudita a través de un vasto paisaje de historias sobre mujeres oprimidas, el Islam ultraconservador y los abusos de los derechos humanos, este reino en el desierto a menudo deja una única y condenatoria impresión: se trata de un país del que las mujeres están desesperadas por huir.
Pero los cambios impulsados por el príncipe heredero Mohamed bin Salmán, el gobernante de facto del reino, han hecho más compleja esa imagen en los últimos años, promulgando para las mujeres el derecho a conducir, asistir a eventos deportivos y viajar sin el permiso de un hombre, entre otros. A medida que los códigos sociales que durante mucho tiempo gobernaron sus vidas se relajan, más mujeres llevan el cabello descubierto y se mezclan abiertamente con los hombres, al menos en las grandes ciudades.
Pero que la realidad esté a la altura de la ley depende de los azares del nacimiento. Día a día, en muchos hogares, las mujeres siguen teniendo que negociar sus libertades con los padres, maridos, hermanos e hijos que les sirven de tutores legales.
Incluso antes de los cambios legales, las mujeres sauditas de familias tolerantes rara vez tenían roces con sus tutores masculinos para que aprobaran sus planes de conseguir un empleo o de viajar al extranjero. Para ellas, el permiso casi siempre se concedía.
Aunque el príncipe heredero Mohamed ha hablado de desmantelar el sistema de tutela, las mujeres siguen siendo menores de edad ante la ley cuando se trata de casarse, vivir por su cuenta y otros asuntos. Las mujeres de familias más tradicionales siguen estando subyugadas a tutores hombres para quienes el temor a Dios, al cambio o a lo que piensen los vecinos a menudo supera la letra de la ley.
Durante mucho tiempo, Raghda y Rafaa Abuazzah parecían destinadas a seguir el camino de sus cinco hermanas mayores: matrimonios arreglados cuando aún eran jóvenes; hijos poco después y rostros cubiertos con el nicab, el velo negro que solo muestra los ojos. Sus hermanas que trabajaban lo hacían en el aislamiento de las oficinas, segregadas de los hombres que son sus compañeros de trabajo.
Las hermanas más jóvenes no lo esperaban con ansias.
“Raghda y yo estábamos tan deprimidas”, dijo Rafaa Abuazzah, que es más joven pero con un carácter más fuerte. “Pensamos: No podemos hacer nada. No tenemos opciones. Esta no es la vida que queremos vivir”.
Comparadas con las chicas que habían visto en Yeda, la ciudad portuaria saudí, donde las costumbres sociales menos rígidas permitían a las mujeres salir a la calle sin usar velo, llevar sus túnicas abiertas sobre los pantalones de mezclilla y convivir con los hombres en público, las hermanas se sentían anónimas, olvidables.
“No teníamos autoestima” dijo Raghda Abuazzah, “porque todas nos veíamos igual”.
Los triunfos que podrían parecer triviales fuera del reino se perciben enormes dentro de él, especialmente en las pequeñas ciudades y aldeas donde vive la mayoría de los saudíes, lejos de las cosmopolitas Riad y Yeda.
Las mujeres baristas no existían en Medina cuando las hermanas fueron contratadas en una cafetería cuyo dueño decidió desafiar las costumbres. Pero como le inquietaban sus rostros descubiertos y le ponía nervioso sus interacciones amistosas con los chicos, las despidió poco después.
Para entonces, sin embargo, otros cafés habían abierto con personal masculino y femenino. Las hermanas encontraron nuevos trabajos: Raghda Abuazzah en Dasoqa, una cafetería cuyo nombre significa “mariquita”, y Rafaa Abuazzah en Blink, un espacio cercano donde hay eventos comunitarios.
Sus padres han cedido un poco, pero se han preocupado mucho. Temen por la reputación de la familia tanto como por el alma de sus hijas.
“Nuestro padre dice: ‘¿Y si mi familia viniera y te viera aquí trabajando, preparando café y bebidas?’” dijo Raghda Abuazzah. “¡Verán tu cara!”.
Para las hermanas, ese era el punto. El cabello de Raghda Abuazzah permanece bien recogido bajo una mascada lila, y el de Rafaa Abuazzah bajo una negra. Pero sus rostros, a veces la gente todavía las voltea a ver dos veces cuando las ve, están desnudos.
“Mi cara es mi identidad”, dijo Rafaa Abuazzah.
No solo fueron sus padres los que se opusieron. Cuando esperaban un Uber después del trabajo, los jóvenes que merodeaban por el centro comercial a menudo las molestaban, sospechando de sus rostros descubiertos y su maquillaje ligero.
“¿Qué haces con esos tipos?”, preguntaban cuando las hermanas charlaban con sus amigos varones.
La falta de encuestas públicas fiables y de libertad de expresión dificulta poder medir cómo los saudíes ven el cambio de estatus de la mujer. Pero un estudio de 2018 sugirió que el miedo al estigma social puede impulsar la oposición más que la resistencia personal.
Se descubrió que la mayoría de los maridos saudíes aprueban que sus esposas trabajen fuera del hogar, pero subestiman cuántos otros hombres también lo apoyan. Decirles que más hombres lo apoyaban en realidad era suficiente estímulo para que inscribieran a sus esposas en un servicio de reclutamiento laboral.
El problema es persuadir a los tutores legales individuales de que las actitudes están cambiando.
No todos los cambios han sido difíciles de impulsar en Arabia Saudita.
Muchos saudíes, habiendo viajado y vivido en el extranjero o visto el mundo a través de Internet, ya estaban preparados para una forma de vida más permisiva. Otras personas, como Rafaa y Raghda Abuazzah, estaban presionando por ello.
“Creo que es una ola enorme que nuestros padres no pueden detener”, dijo Rafaa Abuazzah. “Incluso si quisieran, no pueden”.