El pez cofre amarillo no se ve muy ágil. Al ser achaparrado y rectangular, parece un contenedor de plástico con aletas. Incluso sus colores sugieren torpeza, los juveniles son de color amarillo brillante con puntos negros, como si dijeran: “¡Abran paso!”.
Sin embargo, en el arrecife de coral, encontrarás a estas criaturas con forma de cubo saliendo y entrando rápidamente de espacios estrechos, atrapando camarones ocultos en grietas y virando con la misma habilidad que un campeón de ciclismo. La combinación del diseño de sus cuerpos y su estilo de natación “realmente aturde la mente”, dijo Pim Boute, candidato doctoral de la Universidad de Wageningen en los Países Bajos.
También ha inspirado décadas de investigaciones sobre cómo, exactamente, pueden moverse con tanta agilidad. La última incursión, que realizó Boute junto con algunos colegas cuando era estudiante de maestría en la Universidad de Groninga y que publicó la revista Royal Society Open Science la semana pasada, expone la influencia de un elemento poco estudiado: la aleta caudal del pez.
La mayoría de los peces, desde los pececillos hasta los tiburones, tienen cuerpos flexibles, que ondulan para viajar en el agua. No obstante, los peces cofre portan un conjunto de placas óseas rígidas, llamado caparazón. El caparazón actúa como una armadura, pues los protege de depredadores, pero restringe su flexibilidad. Por lo tanto, si quieren moverse, “solo pueden usar sus aletas”, explicó Boute. También les da su forma extraña: otras especies de peces cofre parecen carteras, frisbis o camas otomanas.
En 2015, un grupo de investigadores, entre ellos los dos coautores de Boute, publicaron un estudio que indicaba que estos caparazones hacían que los cuerpos de algunos peces cofre fueran inestables en el agua por naturaleza. (Otros estudios han llegado a la conclusión opuesta: que la rugosidad del caparazón, de hecho, les da más estabilidad).
Si ese es el caso, las aletas no solo impulsan y guían a los peces, sino que también los estabilizan, comentó Boute. Con base en estudios previos, así como en sus propias exploraciones submarinas, dedujo que la aleta caudal era “bastante importante” para ajustar la guiñada o el bandazo: las desviaciones rápidas que se hacen en un plano horizontal. (Por ejemplo, cuando un auto pasa por hielo en la carretera y se derrapa, realiza un bandazo).
Para poner a prueba esta teoría, Boute y sus colegas usaron modelos de plástico tridimensionales de peces cofre amarillos. (Estos modelos son comunes en este tipo de estudios, dijo, porque es difícil medir las fuerzas que actúan en un pez vivo). Colocaron cada modelo en un tanque, sujetos a una caña los mantenía fijos, y les dirigieron agua que fluía como si estuvieran nadando, mientras que un sensor media la fuerza rotacional que experimentaba el pez falso.
Hicieron esto varias veces, y en cada ocasión, cambiaban el ángulo del pez cofre con respecto al flujo del agua. Después, volvieron a hacer las mismas pruebas con los modelos, pero les agregaron una aleta caudal. Pusieron a prueba la aleta en una posición tanto abierta como cerrada —cuando la aleta caudal de un pez cofre se abre, su tamaño es de más del doble— y en una serie de posturas, de totalmente extendida a un poco torcida a la derecha o a la izquierda.
Los investigadores descubrieron que, sin una aleta caudal, los peces cofre quedaban a merced del flujo del agua: si no hubieran estado atados a una caña, los habría empujado a la izquierda o a la derecha. Sin embargo, la aleta caudal abierta estabilizaba al pez, sin importar el ángulo en el que estuviera su cuerpo. La aleta caudal cerrada tenía un efecto más sutil, pues contrarrestaba el impulso del agua que venía en dirección opuesta, con distintos grados de intensidad, dependiendo de la posición del pez. Las medidas de fuerza también indicaron que cuando la aleta giraba, el pez también lo hacía.
Esto indica que, al abrir, cerrar y girar su aleta caudal, el pez cofre puede “controlar el sistema inestable que es su cuerpo”, pues se inclina en algunas curvas y corrige la dirección en otras, dependiendo de adónde quiera ir, explicó Boute.
También refuerza el argumento de que la forma del pez cofre es inestable por naturaleza, lo cual Boute ya veía venir, debido a que el cuerpo del pez se mueve de un lado a otro con mucha velocidad, dijo.
Malcolm Gordon, profesor retirado de Ecología y Biología Evolutiva de la Universidad de California, campus Los Ángeles, se refirió a los nuevos resultados como “refinamientos científicamente sensatos” en una búsqueda que por decenios ha intentado entender el funcionamiento del pez cofre. Sin embargo, sigue favoreciendo el lado contrario del debate sobre la estabilidad, y piensa que el caparazón ayuda al pez a mantenerse estable.
No obstante, el pez cofre sigue haciendo lo que mejor se le da: distraer a los científicos con sus movimientos inverosímiles. En cuanto observas a uno de ellos tratar al arrecife como un campo de deportes extremos, “es obvio que usan la aleta para girar”, afirmó Boute.
“Pero cuantificar eso… sí requirió bastante trabajo”.