Tan pronto como Saba Lurie comenzó a planear que trabajaría desde casa supo que necesitaría hacer ajustes importantes a la manera en la que opera su consultorio de psicoterapia, desde ver a los pacientes mediante una pantalla hasta gestionar a su personal a distancia.
También se dio cuenta de inmediato de que, como su marido gana más, la mayoría del trabajo doméstico recaería en ella.
Las agravantes fueron aumentando rápidamente: su baño se convirtió en una oficina de emergencia.
“Es el único lugar donde puedo cerrar la puerta con pasador”, explicó.
Su marido, que no está acostumbrado a equilibrar su horario laboral con el de ella, olvidó decirle sobre algunas de sus llamadas en conferencia, lo cual dejó a Lurie haciendo todo lo posible para buscar la manera de cuidar a sus dos hijas, de 1 y 4 años.
Su trabajo de consultorio, que tardó años en construir, ha quedado relegado.
“La responsabilidad de lidiar con esto recayó en mí”, dijo Lurie.
Y muchas de sus pacientes le han dicho lo mismo.
“Lo que estoy escuchando es que nosotras como mujeres estamos siendo las que establecemos límites o ideamos planes”, comentó Lurie.
Lurie y sus pacientes forman parte de una generación de mujeres profesionistas que han reorganizado sus vidas domésticas, aunque de manera precaria, para dar cabida a sus carreras de tiempo completo y la crianza de los hijos. Están enfrentando crisis en medio de los años más intensos de la maternidad y en un momento fundamental para crecer y establecerse en sus trabajos. Ahora, pueden hacer las compras a distancia, pero con las escuelas cerradas y las niñeras ausentes, la pandemia las está obligando a enfrentar la dolorosa realidad de la dinámica de género mientras el país se encuentra atrapado en casa.
Incluso antes de la crisis del coronavirus, las mujeres pasaban alrededor de cuatro horas al día haciendo trabajo no remunerado, como el lavado de la ropa, la compra de alimentos y la limpieza, en comparación con aproximadamente 2,5 horas en el caso de los hombres, según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. Esa labor ha aumentado de manera exponencial en las últimas semanas, mientras los estadounidenses educan a sus hijos en casa y ayudan a otros miembros mayores de la familia y amigos más vulnerables ante el virus.
En entrevistas con más de una decena de mujeres que trabajan como abogadas, escritoras, arquitectas, maestras, enfermeras y administradoras de organizaciones sin fines de lucro, muchas dijeron que se sentían agradecidas de tener algo de ayuda para cuidar a los niños antes de la cuarentena y de poder trabajar desde casa, pero las había sorprendido un poco darse cuenta de que se espera que sean ellas quienes organicen y gestionen todas las necesidades domésticas de su familia, mientras mantienen una carrera profesional de tiempo completo como parte de una pareja con una carrera dual.
Después de todo, fue el feminismo de las generaciones anteriores el que declaró: “lo personal es político”. Entonces, el hecho de que la crisis haya golpeado después de apabullantes derrotas políticas de las candidatas presidenciales se suma al incómodo ajuste de cuentas para muchas mujeres demócratas, incluso si habían decidido que el camino más viable para derrotar al presidente Donald Trump era apoyar al candidato restante.
Cuando Elizabeth Warren abandonó la contienda presidencial, Gretchen Newsom se sentó en su auto y rompió en llanto. Seis semanas más tarde, Warren respaldó a su otrora rival político Joe Biden, y Newsom está trabajando, cuidando de los hijos y dándoles clase, porque es madre soltera. Y, como directora política del capítulo de San Diego de la Hermandad Internacional de Trabajadores de la Industria Eléctrica, batalla en todo momento para responder las preguntas ansiosas de los miembros del sindicato.
“Es una especie de bofetada; estamos haciendo todo esto y sin embargo tenemos tan poca representación”, dijo.
Aunque la decepción política puede ser mayor entre las mujeres liberales, el regateo es bipartidista. De hecho, es el tipo de feminismo “de apoyo” que han adoptado personalidades como Ivanka Trump, la hija del presidente, —cuyo libro de 2017 “Women Who Work” básicamente les decía a las mujeres que consiguieran suficiente ayuda para hacerlo todo— el que está enfrentando uno de los giros más discordantes. También es una batalla económica, que desde hace mucho es evidente en las vidas de las mujeres con bajos salarios, que las líderes políticas feministas han criticado desde hace años.
“En el caso de las mujeres, nuestra economía es esta especie de castillo de naipes y se está viniendo abajo”, comentó Cecile Richards, fundadora de SuperMajority, una nueva organización política destinada a motivar al electorado femenino. “Todos los problemas estructurales que todos conocemos intelectualmente podemos verlos en la vida cotidiana de casi todas las mujeres”.
Ahora, aquellas que pueden trabajar en casa han creado nuevas oficinas en automóviles, armarios que no se usan y, como en el caso de Lurie, baños. Millones de mujeres más, como enfermeras y cuidadoras a domicilio, se encuentran en el frente del combate del virus, lidiando con riesgos de salud graves. Y como las mujeres ocupan casi dos terceras partes de los empleos de salario mínimo, la mayoría en la industria de servicios, muchas se han quedado sin ningún ingreso.
Según la Oficina de Estadísticas Laborales, más de una tercera parte de las mujeres que trabajan, en comparación con solo 15,7 por ciento de los hombres que trabajan, laboran en dos industrias que se han visto particularmente afectadas por el virus: la industria de la salud y la asistencia social, así como la industria del ocio y la hospitalidad. En ambos campos, a las mujeres se les paga menos que a sus pares masculinos, según la investigación del Instituto de Políticas Económicas.
“Espero que repensemos muchas estructuras después de esto”, comentó Candace Valenzuela, candidata demócrata al Congreso en los suburbios de Dallas. “Espero que al salir de esta crisis reconsideremos la remuneración tanto para las mujeres como para la gente a la que tradicionalmente se le otorgan trabajos pagados con salario mínimo”.
Hasta marzo, Valenzuela pasó horas llamando a donantes desde la sede de su campaña. Ahora, está en casa cuidando de sus hijos, de 1 y 4 años. Su suegra, quien vive con la familia y suele ayudar con los niños, está enferma, y aunque no se ha confirmado si se trata de coronavirus, está en cuarentena en otra parte de la casa. Como el espacio es un lujo, Valenzuela guardó su rizador del lavabo, trajo una pelota de yoga y convirtió el baño en una oficina improvisada en el futuro inmediato.
Valenzuela se considera afortunada porque sus hijos todavía son pequeños y puede evitar darles clases. Y su marido ya había asumido buena parte de las tareas del hogar desde que ella comenzó a hacer campaña el año pasado. A pesar de ello, dijo: “La manera en la que como mujeres hemos forjado nuestras carreras haciendo malabarismo de la nada está en riesgo a causa de una pandemia mundial”.
La crisis se ha convertido en un momento para reconsiderar los avances a nivel social.
Lurie, la terapeuta, recordó el día en que votó por Hillary Clinton en 2016, sosteniendo a su hija de un año. Dijo que, desde entonces, ha tenido que: “Recalibrar, recalibrar y recalibrar. Lo que le prometí a mis hijas no es algo que pueda cumplir y eso es algo muy doloroso de considerar”.
Dori Howard, que ayuda a dirigir un espacio de trabajo conjunto para mujeres en Los Ángeles, dijo que veía la pandemia como un regreso del feminismo a los “años cincuenta con las mujeres atrapadas en casa”.
Afirma que muchas de sus amigas y colegas han suspendido proyectos profesionales porque sus maridos tienen los ingresos más altos. De hecho, las investigaciones demuestran que las mujeres suelen sufrir una caída significativa de sus ingresos después de tener un hijo, lo cual no sucede en el caso de los hombres.
“Por supuesto que sus maridos ganan más que ellas, debido a la brecha salarial”, exclamó Howard. “Es un ciclo de desesperación”.
El nuevo conjunto de desafíos se presenta en un momento en el que más familias estadounidenses dependen de una mujer como sostén de la familia. Las madres son el principal o el único sostén del 40 por ciento de los hogares con hijos menores de 18 años, comparado con el 18 por ciento en 1987. Casi una cuarta parte de las familias está liderada por una madre soltera, el segundo arreglo familiar más común en Estados Unidos después de la familia compuesta por dos padres.
Amy Pompeya, de 46 años, ha logrado compatibilizar su trabajo como enfermera en el Centro Médico Wexner en el estado de Ohio con ser una madre soltera desde que su marido murió hace casi una década. Su hija, estudiante de segundo año de la universidad que ahora está en casa, ayuda a Pompeya a cuidar de su hijo de 10 años.
“Muchas de mis compañeras de trabajo no pueden darse ese lujo”, dijo.
Hasta ahora, el hospital en el que trabaja no se ha visto inundado de pacientes que luchan contra el virus, pero sus hijos no dejan de preocuparse.
“Todos estamos en una situación muy estresante, pero los hombres con los que trabajo, en su mayoría, van a casa y se relajan, hacen algo para despejar la mente”, dijo Pompeya. “Nosotras no podemos hacer eso”.