¿En dónde están los partidos políticos? Seguramente esta es la última pregunta que se nos ha cruzado por la mente en medio de la pandemia por la covid-19 y de todas las ansiedades complementarias. Y no es para menos.
Recientemente se publicó la encuesta realizada por el Centro Internacional de Estudios Políticos y Sociales (CIEPS) realizada entre el 23 y 31 de marzo, donde la Asamblea Nacional queda rezagada en el último lugar en cuanto a su actuación frente a la pandemia con apenas un 14.9% de valoración.
Este resultado puede entenderse también como una baja calificación hacia los partidos políticos tomando en cuenta nuestra percepción de ellos a través de las actuaciones de los diputados y diputadas en la Asamblea Nacional que en su mayoría son afiliados a algún partido, incluso con en posiciones directivas.
Esto puede ser contradictorio con el “sexteto virtuoso” de la misma encuesta, donde de los seis mejores evaluados, cuatro son instituciones públicas donde gran parte de la fuerza laboral tiene alguna afiliación partidista. Aunque es bien sabido que la valoración positiva hacia estas instituciones va mucho más allá de la afiliación partidista de sus funcionarios, es importante reconocerlo porque ésta es precisamente una de las funciones clásicas de los partidos. Hacer operativo el sistema.
No es ningún misterio que los partidos políticos están en crisis. Hablar de partidos políticos es hablar de lo peor de los males de la sociedad. Generan desconfianza y son irrelevantes a los ciudadanos en la intermediación entre el gobierno y la sociedad; pero también “culpables”.
De acuerdo al politólogo irlandés Peter Mair, “la tendencia al declive de las identidades colectivas en el seno de los electorados occidentales, fruto de procesos socioeconómicos o socioculturales más o menos compartidos, se ha visto acentuada a nivel político por el comportamiento y las estrategias de partidos políticos rivales, y una de las consecuencias de esto ha sido debilitar los fundamentos partidistas en la elaboración política y en el gobierno. Dada la falta grupos de apoyo coherentes y relativamente duraderos no queda mucho que permita a los partidos construir o identificar alineamientos estables”.
No es que lo señalado por Mair sea el origen de la crisis de los partidos políticos o la única razón; pero ciertamente el rompimiento con las ideologías, con las identidades colectivas y que sean percibidos únicamente en función de la recolección de votos electorales tiene mucho que ver.
No han podido escapar a las exigencias (críticas) de desvincularse al subsidio estatal en apoyo a las necesidades sociales y a la desigualdad que se hacen más evidentes y graves por la pandemia. Pero no como muestra solidaridad, sino como una forma de castigo para que paguen por sus culpas pasadas, presentes y futuras.
En medio de la pandemia, la crisis de los partidos se profundiza aún más. En sentido amplio, no han logrado ser capaces de desvincularse de sus estrategias partidistas, que no está mal que las tengan, pero que no se relaciona con el cambio social que vivimos. Así mismo, tampoco han logrado cohesionar la política partidista con otras fuentes de conocimiento, como la científica, por ejemplo, dando entonces la impresión que no tienen nada más a ofrecer que una oposición crítica o un partido gobernante silente.
En octubre de 2019 el CIEPS publicaba la encuesta “Valores, instituciones y economía en la sociedad de la hiperdesconfianza”, donde un 79.2% de los encuestados dijeron que se gobernaría mejor si las decisiones se dejarán en manos de “expertos y profesionales”. Solamente un 20.8% valoró positivamente a los partidos.
Este dato y otros pueden ser muy importantes en un proceso de reingeniería interna de los partidos políticos. No es hacerse a un lado como lo sugieren muchos motivados por sentimientos antipartidistas. Es adaptarse a una “nueva política” que está demandando ver otras cosas que no sean las anticuadas y agobiantes luchas por espacios de poder. Un poder que ni siquiera es el mismo de antes.
Aún en la crisis, las personas los siguen reconociendo como articuladores del “juego político” y de estructuras organizativas que permiten el funcionamiento del sistema.
Como señalan los politólogos Alcántara y Freidenberg, “se critica a los partidos, se promueven modos de representación alternativos, pero hasta el momento no se han propuesto otras formas de democracia que puedan operar sin el curso de los partidos, por lo que éstos continúan siendo los que articulan la competencia electoral, crean un universo conceptual que orienta a los ciudadanos y a las élites en cuando a la comprensión de la realidad política, ayudan a concretar acuerdos en torno a políticas gubernamentales (muchas veces de manera coyuntural, como alianzas fantasmas y hasta por políticas específicas, pero lo hacen), establecen acciones para la producción legislativa, proveen de personal a las instituciones y hacen operativo el sistema político.”
El deterioro de la credibilidad de los partidos no es fácil de reparar y tomará tiempo. Pero existen alternativas para su fortalecimiento. Los expertos y los profesionales de los partidos existen. Y tal vez sea un buen momento para activarlos y visibilizarlos. Profesionalizar la política partidista.