ESTOCOLMO — Ella estaba de pie recargada en su bastón, haciendo una breve pausa entre decenas de jóvenes suecos alegres que disfrutaban al aire libre uno de los primeros días soleados de primavera.
“Estoy tratando de no acercarme mucho a la gente”, dijo Birgit Lilja, de 82 años, tratando de explicar que salió de su casa para recoger una nueva identificación. “Pero confío en que serán cuidadosos conmigo”.
La confianza es importante en Suecia: la confianza en el gobierno, en las instituciones y en los conciudadanos. Cuando el gobierno desafió la sabiduría convencional y se negó a ordenar un cierre total para “aplanar la curva” de la epidemia del coronavirus, los funcionarios señalaron la confianza como su justificación central.
Se puede confiar en que los suecos, afirman, se quedan en casa, siguen los protocolos de distanciamiento social y se lavan las manos para disminuir la propagación del virus, sin órdenes obligatorias. Y, en gran medida, Suecia parece haber controlado al virus con éxito, en comparación con la mayoría de los demás países.
En Suecia, el índice de mortalidad es de 22 personas por cada 100.000 habitantes que es igual al de Irlanda, que ha recibido elogios por su manejo de la pandemia y que es mucho mejor que el del Reino Unido o Francia.
Sin embargo, al menos en este cálido día de primavera, había pocos indicios de que la gente estaba cumpliendo con los protocolos, lo cual se suma al misterio del aparente éxito de Suecia en el manejo del flagelo sin un devastador cierre económico.
Alrededor de Lilja, a lo largo de la calle Skanegatan en el barrio de Sodermalm en Estocolmo, la semana pasada los jóvenes suecos llenaban los bares, restaurantes y un parque mientras bebían bajo el sol.
Reían y disfrutaban de sus libertades, que hasta hace poco se consideraban algo normal en la mayor parte del mundo, antes de los cierres por el coronavirus, las cuarentenas y las restricciones masivas que cambiaron radicalmente las normas sociales. A medida que otras naciones europeas comienzan a pensar en reabrir sus economías, la experiencia sueca parece afirmar la necesidad de menos, y no más, cautela.
“Mis respetos por los que murieron, pero aquí en Suecia lo hicimos bien”, dijo Johan Mattsson, de 44 años, mientras tomaba una bebida en una cafetería en la calle Skanegatan.
El consultor del restaurante alabó las libertades que tenía en Suecia en comparación con otros países. “No estoy viendo estadísticas muy diferentes en muchos otros países. Estoy contento de que no tuvimos que cerrar. La vida tiene que seguir”, aseveró.
Mientras otros países estaban pisando el freno de manera repentina, Suecia mantuvo sus fronteras abiertas, permitió que bares y restaurantes se mantuvieran abiertos, continuaron las actividades de los preescolares y las escuelas de educación básica y no estableció límites en el transporte público ni las salidas a los parques locales. Peluquerías, estudios de yoga, gimnasios e incluso algunos cines continuaron abiertos.
Las reuniones de más de cincuenta personas están prohibidas; los museos están cerrados y los eventos deportivos se cancelaron. A fines de marzo, las autoridades prohibieron las visitas a los asilos de ancianos.
Y eso es todo. Casi no hay multas y la policía solo puede pedirle a la gente que cumpla. A los peatones que usan tapabocas la gente los mira como si vinieran de otro planeta.
El domingo, se cerraron cinco restaurantes por no cumplir los requisitos de distanciamiento social. Sin embargo, no se les multó y se les permitirá reabrir después de aprobar una inspección, comentó Per Follin, funcionario médico regional del Departamento de Control y Prevención de Enfermedades Contagiosas.
A lo largo de la crisis, Suecia ha contado con suficientes unidades de cuidados intensivos para atender a los pacientes de COVID-19, en una entrevista, Lena Hallengren, ministra de Salud y Asuntos Sociales, habló sobre la enfermedad ocasionada por el virus: “Tenemos 250 camas vacías en estos momentos”.
Las cifras de mortalidad compiladas por The New York Times muestran que muchos países no estaban contando miles de muertes por COVID-19, mientras que Suecia solo reportó 400 muertes más de las esperadas entre el 9 de marzo y el 19 de abril.
Esto no quiere decir que Suecia se haya librado de las consecuencias funestas del coronavirus.
La Autoridad de Salud Pública sueca ha admitido que los adultos mayores del país han sido particularmente vulnerables, ya que el virus se propagó en el 75 por ciento de los 101 asilos de ancianos en Estocolmo. Los empleados de los asilos se quejan de escasez de equipo de protección personal.
La autoridad anunció la semana pasada que más del 26 por ciento de los dos millones de habitantes de Estocolmo se habrán infectado para el 1 de mayo. No obstante, incluso esa cifra se presenta como una victoria: una cantidad de infecciones que podría limitar futuros brotes, alcanzada sin padecer una cantidad excesiva de víctimas.
El enfoque más libre no ha aislado completamente a la economía de Suecia, principalmente porque el país depende de las exportaciones, explicó Magdalena Andersson, ministra de Finanzas y agregó que la economía probablemente se contraerá un siete por ciento, “pero por supuesto las peluquerías, los restaurantes y los hoteles se han visto menos afectados en comparación con otros países”.
Desde los primeros signos de la pandemia, la Autoridad de Salud Pública de Suecia decidió que el cierre no tendría sentido. “Una vez que se entra en cierre de emergencia, es difícil salir de él”, afirmó Anders Tegnell, la máxima autoridad epidemiológica del país. “¿Cómo se reabre? ¿Cuándo?”, preguntó.
Científicos como Tegnell, que se ha convertido en una especie de celebridad en Suecia, y no políticos, han impulsado el debate sobre la respuesta del coronavirus.
“Básicamente estamos tratando de hacer lo mismo que la mayoría de los países, frenar la propagación tanto como sea posible. Lo que sucede es que usamos herramientas ligeramente diferentes a las de muchos otros países”, afirmó el epidemiólogo.
Tegnell reconoce que cuando se evalúen las respuestas después de la crisis, Suecia tendrá que hacer frente a su amplio fracaso con las personas mayores de 70 años, que han representado un sorprendente 86 por ciento de las 2194 muertes en el país hasta la fecha.
A falta de recomendaciones de la Autoridad de Salud Pública, un centro de asistencia judía cerca de Estocolmo decidió unilateralmente prohibir las visitas, explicó Aviva Kraitsik, jefa de operaciones, quien pidió que no se revelara el nombre del centro debido a las amenazas que ha recibido.
La autoridad sanitaria incluso llegó a ordenar que se retiraran los carteles de “no se permiten visitas”. Kraitsik se negó. “Les dije que podían meterme a la cárcel. Estaba dispuesta a aceptar mi castigo con tal de proteger a nuestros residentes”, afirmó.
Pero era demasiado tarde. El virus ya estaba en las instalaciones y cobró la vida de once de los 76 habitantes.
Solo después de que el asilo requirió que los empleados usaran protectores faciales y tapabocas cuando trabajaban con todos los residentes, incluso aquellos que no mostraban síntomas, logró detener la propagación de la infección, comentó Kraitsik.
La ministra de Salud y Asuntos Sociales, Hallengren, reconoció que hubo escasez de equipos de protección, aunque también señaló que “muchas personas en el sector del cuidado de los ancianos no están acostumbradas a trabajar con equipo de protección personal”.