NUEVA YORK — Hace unas semanas, Samuel Logan, un ejecutivo de la industria de la moda, se puso un cubrebocas y tomó el subterráneo hacia Greenwich Village para una cita clandestina muy esperada. En plena tarde soleada, se reunió en secreto con su peluquero en una calle desierta para que le hiciera un corte de cabello y le arreglara la barba.
La cita no tuvo nada que ver con un corte habitual. Subieron en silencio por un tramo vacío de escaleras, caminaron por un pasillo oscuro hacia una barbería desocupada, sus persianas estaban cerradas para ocultar la actividad que transcurría dentro. Logan trajo consigo dos artículos que le parecieron esenciales: desinfectante en aerosol, en caso de que la silla del peluquero necesitara una rociada contra gérmenes, y una gorra de béisbol para ocultar la evidencia de su nuevo corte al salir de ahí.
“Sentí como si hubiera acordado comprar una caja de ginebra de contrabando”, dijo Logan.
Fue sigiloso con buena razón. Los salones de belleza en Nueva York han estado cerrados a petición del gobierno desde finales de marzo, al igual que en el resto del país. (En unos cuantos estados, incluido el de Georgia, se les permitió reabrir hace poco). Desde entonces, el anhelo por un corte profesional se ha convertido en uno de los temas más comentados en redes sociales, por lo que se ha compartido una avalancha de imágenes de cabellos desaliñados y descuidados, y tristes intentos de cortes caseros, junto con videos tutoriales de cómo hacértelo a ti mismo en casa.
Inevitablemente, algunos estilistas y sus clientes regulares, como Logan, han empezado a circunvalar las restricciones del gobierno.
“La posibilidad de que los peluqueros salgan a hacer cortes de cabello es muy real”, afirmó Damon Dorsey, presidente de la Asociación Estadounidense de Peluqueros, una organización sin fines de lucro con varios miles de miembros en todo el país. “Habrá gente que simplemente diga: ‘Me arriesgo’ y algunos peluqueros dirán lo mismo”.
El ritual de un corte de cabello en estos momentos suele enfocarse más en la eficacia que en el placer. Hace poco, una clienta frecuente de un salón de belleza en el vecindario de Westwood en Los Ángeles —vamos a llamarla Michelle ya que solicitó mantener su anonimato debido a que estaba esquivando las regulaciones gubernamentales— se reunió con su estilista para que le hiciera un corte muy necesario en su espacio cerrado.
Michelle se había lavado el cabello en casa para acelerar el proceso; la plática relajada que siempre compartían fue más breve, en gran medida debido a que sus rostros estaban ocultos tras cubrebocas.
“Estaba ansiosa por hacerlo y ya”, comentó. “No quería disfrutar el momento. Quería que fuera entrada por salida”. Se fue de la misma manera en que llegó: escabulléndose por un callejón hacia su auto estacionado en un lugar discreto para luego conducir por una carretera sin tráfico.
Algunos estilistas están yendo a las casas de sus clientes regulares y a menudo hacen los cortes en su jardín o patio. Joey Silvestera, propietario de los salones Blackstones en el centro de Manhattan, agendó su primera cita hace unos días. Su peluquería fue el jardín trasero de la casa de un cliente, a 15 minutos en auto de East Hampton, Nueva York, donde Silvestera se ha estado quedando con su familia desde que las dos sucursales de Blackstones cerraron a mediados de marzo.
En lugar del atuendo normal de trabajo que constaba de una camiseta negra y una chamarra de cuero, se puso su versión de un traje protector: un overol de algodón de Dickies que en una entrevista describió como “un mameluco”. La cita fue el piloto para los cortes semanales que planea agendar con clientes leales, a quienes evaluará por medio de una lista de preguntas de salud que, en tiempos más tranquilos, solo usaría un consultorio médico.
“Esto no es un juego”, afirmó Silvestera. “Si siento que no están en la misma sintonía que yo, no iré a verlos”.
Julien Howard, un peluquero que vive en el barrio de Long Island City en Queens, está planeando hacer cortes discretamente en la azotea de su edificio de apartamentos o en las terrazas de los clientes. Ya hizo uno de estos cortes, en el techo de su apartamento ubicado en el último piso de su edificio, con una versión improvisada de equipo de protección personal que incluía guantes negros de nitrilo y un par de lentes de sol redondos marca Saint Laurent.
“Siento que al aire libre hay menos probabilidades de entrar en contacto con gérmenes que en un ambiente cerrado como el baño de alguien”, comentó Howard.
Para el servicio en la azotea, trajo su equipo completo que incluyó un calentador y esterilizador de toallas y una botella de vidrio de desinfectante Barbicide. “Fue toda la experiencia de ir a la peluquería, pero al aire libre”, dijo.
En lugar de una transacción electrónica por Venmo o en efectivo, a Howard le pagaron con un puñado de cubrebocas N95, junto con un aparato protector que un grafitero usaría para cubrirse de los gases de la pintura en aerosol.
Howard está acostumbrado a hacer cortes fuera de un salón. Antes del cierre de emergencia ya ofrecía servicios a domicilio a través de Vélo Barber, una empresa que él fundó. Esas citas se han suspendido desde que cerraron los salones de belleza de la ciudad, entre ellos Blind Barber en el East Village donde él trabajaba ciertos días de la semana.
Otros negocios que suelen ofrecer cortes en casa —como la aplicación y sitio web por pedido Glamsquad y Paul Molé, la respetada peluquería en el Upper East Side, que mandaba estilistas a las casas de la gente— también han suspendido sus servicios a domicilio por el momento.
Si bien la mayoría de los salones de belleza están siguiendo las órdenes del gobierno al pie de la letra, la tentación tanto para los estilistas como para sus clientes sigue siendo palpable.
“Hasta que no haya suficientes pruebas diagnósticas, no podemos romper los protocolos del distanciamiento social con la conciencia tranquila”, explicó Steve Marks, propietario de Persons of Interest, una cadena de tres peluquerías en Brooklyn. “Dicho esto, la gente no puede esperar hasta julio para cortarse el cabello, así que encontrarán una manera”.
Dijo que se enteró de que uno de los peluqueros de su salón ubicado en Williamsburg planea atender a clientes en el jardín de su casa cerca de ahí. No se va interponer en su camino.
No jodan; pensé que darían algún dato de Panamá.
¿como hacemos los que no tenemos “peluquero”, ni a nadie a quien confiarle el corte?