WASHINGTON — En el aire cristalino de la economía de la pandemia, los investigadores del cambio climático han estado volando en una pequeña aeronave sobre la carretera interestatal 95 que va de Boston a Washington para medir los niveles de dióxido de carbono. Los científicos también han instalado monitores para medir la calidad del aire en el sistema del tren ligero de Salt Lake City con el fin de generar perfiles atmosféricos en cada intersección.
También, los científicos del gobierno en la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA, por su sigla en inglés) han iniciado un estudio de la calidad del aire COVID para reunir y analizar muestras de una atmósfera en la que los niveles del hollín de las industrias, de las emisiones de los tubos de escape y de los gases de efecto invernadero han descendido a niveles que no se habían visto en décadas.
Los datos, desde Manhattan hasta Bombay, pasando por Milán, ofrecerán conocimientos a los científicos acerca de la química de la atmósfera, la contaminación del aire y la salud pública en las décadas futuras, al tiempo que les proporcionan a los legisladores información para ajustar las leyes y las normas sobre la calidad del aire y el cambio climático con la esperanza de mantener al menos los beneficios vistos en el cierre de actividades global cuando los autos regresen a las carreteras y las fábricas vuelvan a operar.
El gobernador republicano de Maryland, Larry Hogan, ha encargado a su alto funcionario del medioambiente que use los datos sobre la contaminación recabados en vuelos sobre Baltimore por un científico de la Universidad de Maryland para impulsar nuevas políticas en la legislatura estatal este otoño y así promover el trabajo a distancia y promover los vehículos eléctricos.
“Nuestro objetivo no es solo celebrar los beneficios que han surgido, sino aprovechar esos beneficios e institucionalizarlos”, señaló Benjamin H. Grumble, director del organismo del medioambiente de Maryland.
Los expertos en políticas afirman que la nueva información podría incluso fortalecer las luchas legales contra los intentos del gobierno de Trump por hacer retroceder algunas normas importantes sobre la contaminación del aire. Al parecer, los estudios iniciales demuestran que aunque el coronavirus ha cobrado la vida de más de 100.000 estadounidenses, las muertes relacionadas con enfermedades respiratorias más habituales como el asma y las enfermedades pulmonares disminuyeron con el aire limpio, lo que favorece los argumentos de que el retroceso en materia ambiental de Trump contribuirá a que se presenten miles de fallecimientos.
“Este es un experimento global gigantesco que se ha realizado de una manera muy controlada”, señaló Sally Ng, científica atmosférica e ingeniera química del Instituto de Tecnología de Georgia, quien en los primeros días de la cuarentena regresó a su laboratorio en el centro de Atlanta solo para instalar un monitor atmosférico en el techo. “De repente cerramos todo de manera drástica, y ahora estamos volviendo a abrirlo muy poco a poco”.
En India, donde algunos de los cielos más contaminados del mundo se volvieron cristalinos y azules por primera vez en décadas, Sarath Guttikunda, director de Urban Emissions.info, una organización de investigación con sede en Nueva Delhi, pasó el periodo de suspensión de actividades monitoreando la información sobre la calidad del aire recabada por los monitores atmosféricos operados por el gobierno en 122 ciudades del país.
“Este es un muy buen experimento que esperamos no se repita nunca más”, comentó. “Todos los días aprendimos algo nuevo”.
En un país donde gran parte de la población sufre bajo un denso caldo de contaminación, el gobierno de India tiene poca información sobre cuáles fuentes de emisiones —autos, plantas de energía, fábricas o estufas— son las que más contaminan, señaló Guttikunda. Pero cuando la suspensión de actividades sacó a los autos de las carreteras y detuvo el funcionamiento de las fábricas, las plantas de carbón y las estufas siguieron emitiendo. Eso permitió que Guttikunda y sus colegas desarrollaran una semblanza más precisa de la contaminación, fuente por fuente, ciudad por ciudad, región por región.
“Si se desea eliminar el problema de la contaminación, se tiene que saber cuál objetivo atacar”, comentó.
Entre lo más sorprendente de las observaciones de Guttikunda es que en algunas ciudades, cuando disminuyó la contaminación del tráfico vehicular y de los tubos de escape, de hecho se dispararon los niveles de ozono, uno de los principales contaminantes que producen esmog.
Guttikunda afirmó que el pronunciado incremento validaba en la vida real una teoría de la química atmosférica que dice que el ozono —el cual se asocia con el asma, las enfermedades cardiacas y la muerte prematura— aumentará, al menos temporalmente, cuando disminuyen las emisiones de los contaminantes óxido de nitrógeno y dióxido de azufre procedentes de los tubos de escape.
“Es una teoría que los químicos atmosféricos aprendieron en la escuela, pero no hemos visto que funcione en tiempo real”, afirmó Guttikunda.
A 12.800 kilómetros de distancia, los científicos que monitorean el aire de Los Ángeles observaron el mismo fenómeno.
“El aumento de ozono ha despertado mucho interés”, señaló Michael Benjamin, director del laboratorio que monitorea la atmósfera en el organismo para el aire limpio de California.
Benjamin señaló que eso podría tener implicaciones sorprendentes para California que ha liderado la implementación de políticas estrictas para generar aire limpio en el país. A medida que este estado siga reduciendo su contaminación vehicular, podría pasar por un periodo en el que, de hecho, empeoren algunos aspectos del esmog “debido a la extraña química del aire”.
No obstante, manifestó optimismo.
“Este es un magnífico experimento en el mundo real que valida cómo sería nuestra ruta hacia un aire más limpio”, comentó.
En el corredor noreste de Estados Unidos, Xinrong Ren de la Universidad de Maryland y Colm Sweeney de la NOAA usaron la suspensión de actividades para ayudar a comprobar los modelos científicos que son primordiales para entender la participación que tiene el ser humano en el cambio climático y la calidad del aire.
Los científicos aún no tienen un sistema confiable para medir los cambios diarios de las emisiones de dióxido de carbono, el principal responsable del calentamiento global, originadas por el hombre. Pero durante los últimos dos años, Ren y Sweeney han estado monitoreando los niveles de dióxido de carbono sobre Boston, Nueva York, Filadelfia, Baltimore y Washington desde un dispositivo instalado en las alas de dos pequeños aviones que vuelan por la Costa Este. Tan pronto como comenzó el cierre de actividades, regresaron a sus laboratorios de vuelo.
El gobierno de Obama usó esos modelos para justificar las primeras normas federales del país encaminadas a contrarrestar el cambio climático mediante límites más estrictos de las emisiones vehiculares y de las plantas de energía. Cuando el gobierno de Trump atenuó o eliminó esas normas, los funcionarios minimizaron el modelo del cambio climático o lo calificaron de impreciso o poco fiable.
Ahora, los opositores de esos intentos tendrán más argumentos para combatirlos.
“Esta información es muy contundente”, afirmó Grumbles, el funcionario en materia ambiental de Maryland. “Fortalece los argumentos políticos para que existan controles más enérgicos y decididos”.
Los aliados del gobierno se burlan de la idea de que tres meses de investigaciones sobre los niveles de las emisiones puedan lograr alguna diferencia en la calidad de los modelos científicos.
“No veo cómo esto pueda fortalecer los modelos del cambio climático”, comentó Steven J. Milloy, quien funge como asesor informal de políticas ambientales para los miembros del gobierno de Trump y es autor del libro “Scare Pollution: Why and How to Fix the EPA” (Amedrentar a la contaminación: por qué y cómo arreglar la EPA).
“Sé que estos tipos buscan cualquier excusa para conseguir más dinero y tener algo que hacer”, añadió, “pero no creo que esto valide nada”.
Los funcionarios del gobierno recomendaron prudencia, pero no fueron tan displicentes.
Andrea Woods, vocera de la Agencia de Protección del Medioambiente (EPA, por su sigla en inglés), escribió en un comunicado por correo electrónico: “La EPA, junto con muchos otros organismos federales, incluyendo la NOAA y la NASA, está usando la oportunidad que se presenta durante el brote del coronavirus para mejorar nuestros conocimientos sobre cómo la actividad del ser humano afecta potencialmente la calidad del aire. Se están recabando muchos torrentes de información. Se necesitará que todos se integren a un análisis exhaustivo y sistemático antes de que se pueda actualizar cualquier modelo o de que se llegue a conclusiones.
Los científicos dedicados a la salud pública están estudiando otro aspecto del aire más limpio durante la pandemia. Un informe publicado por la Oficina Nacional de Investigación Económica calculó que la reducción de la contaminación ha evitado cerca de 360 decesos mensuales en Estados Unidos originados por padecimientos como el asma, las enfermedades pulmonares y las enfermedades cardiacas, una disminución de aproximadamente 25 por ciento.
“En definitiva esto no tiene ningún lado positivo, de ninguna manera se compara con las más de 100.000 muertes ocasionadas por el COVID-19 en Estados Unidos”, señaló Steve Cicala, economista de la Universidad de Chicago y autor del informe. “Pero 25 por ciento es mucho. Ese sería el ahorro que se lograría en términos de vidas si existiera una manera menos costosa de mejorar la calidad del aire”.