CIUDAD DE MÉXICO — Casas sin tejado. Vecindarios sin electricidad. Residentes que huyeron y siguen en exilio.
Diez meses después de que el huracán Dorian destruyó la zona norte de las Bahamas, esas islas continúan luchando para recuperarse, incluso mientras comienza la nueva temporada anual de huracanes. Sin embargo, la reconstrucción, que siempre es un proceso lento, se ha desacelerado aún más este año debido a un desastre de otra índole: la pandemia del coronavirus.
“Eso frenó por completo las labores de reconstrucción”, dijo Stafford Symonette, pastor evangélico cuya casa en la isla de Gran Ábaco quedó gravemente dañada tras el paso del huracán… y sigue así.
“Todavía hay mucha gente que vive en tiendas de campaña y refugios temporales”, agregó.
Las Bahamas —al igual que otros países propensos a los huracanes en el Caribe y el Atlántico Norte— se encuentran en un dramático punto de convergencia entre una pandemia devastadora y una temporada de huracanes en el Atlántico que, según los pronósticos, será más activa de lo normal.
La pandemia ha afectado en demasía todos los aspectos de la preparación y la respuesta ante huracanes, lo cual ha dejado a las naciones aún más vulnerables al impacto de las tormentas.
Ha complicado los proyectos de reconstrucción emprendidos a causa de temporadas de huracanes anteriores. Ha paralizado las economías nacionales en la región, muchas de las cuales dependen en gran medida del turismo. Ha forzado la redistribución de los escasos recursos gubernamentales —dinero y personal de trabajo que, de no ser por la pandemia, se destinarían a labores relacionadas con los huracanes— para hacer frente a la crisis de salud pública.
Esto significa que, si se desatara una tormenta amenazante, los centros de evacuación y los refugios ahora podrían convertirse en vectores peligrosos de contagio de coronavirus, lo cual obligaría a los gobiernos y a las agencias de ayuda humanitaria a establecer nuevos protocolos para mantener a las personas evacuadas a salvo.
Estos desafíos cada vez mayores han abrumado a muchos de los gobiernos y agencias de ayuda humanitaria de la región, que están apresurándose a preparar todo para la próxima gran tormenta.
“¿Estamos preparados para esta temporada de huracanes?”, preguntó Ronald Sanders, embajador de Antigua y Barbuda en Estados Unidos y en la Organización de los Estados Americanos. “La respuesta es no. Y no me importa si alguien dice lo contrario. No hemos podido destinar ni un centavo a la preparación para huracanes este año”.
“Estos países están en apuros y así han estado desde hace tiempo”, continuó. “La realidad es que estamos en una situación desesperada”.
Los climatólogos del gobierno estadounidense predijeron que durante esta temporada de tormentas en el Atlántico, que comenzó el 1.° de junio y se extenderá hasta el 30 de noviembre, habrá un máximo de 19 tormentas con nombre, de las cuales seis podrían crecer hasta convertirse en huracanes de categoría elevada. Una temporada de huracanes promedio tiene 12 tormentas con nombre y tres huracanes de gran magnitud.
La temporada ha comenzado sin preámbulo, pues hasta ahora ha habido cuatro tormentas con nombre.
La región inició la temporada en condiciones económicas precarias. La pandemia arrasó con la industria del turismo, uno de los principales motores de la economía en gran parte del Caribe. Los hoteles cerraron, los cruceros atracaron y los aviones se quedaron en tierra. El Banco de Desarrollo del Caribe estimó que la actividad económica regional podría contraerse hasta un 20 por ciento este año.
Sanders dijo que le preocupaban las repercusiones de que la región sufriera algo parecido a lo que pasó en 2017, cuando varios huracanes impetuosos devastaron el Caribe.
“Si eso sucediera de nuevo este año, creo que estas economías colapsarían por completo”, sentenció.
La pandemia también ha planteado varios desafíos de salud pública para los gobiernos y los grupos de ayuda humanitaria que se preparan para enfrentar los huracanes, tales como la necesidad de garantizar el cumplimiento del distanciamiento social durante las evacuaciones y en los refugios, y el suministro adecuado de equipos de protección para los trabajadores de emergencia y las personas evacuadas.
Los funcionarios de salud también están tratando de acopiar medicamentos y otras provisiones a fin de estar preparados para posibles brotes de coronavirus entre los evacuados.
“Sin lugar a dudas, tendremos una mayor tasa de contagios cuando enfrentemos una amenaza natural como un huracán, sobre todo con respecto a la COVID-19, entre otras enfermedades que podrían surgir”, advirtió Laura-Lee Boodram, funcionaria de la Agencia de Salud Pública del Caribe, durante un panel de debate que hace poco llevo a cabo la Organización de Turismo del Caribe.
El territorio de las Bahamas está particularmente rezagado en cuanto a los esfuerzos por ponerse a salvo ante la amenaza de huracanes de este año.
La pandemia del coronavirus irrumpió en la región tan solo unos meses después de que Dorian, uno de los huracanes más poderosos que se han registrado en el Atlántico, tocó tierra, el 1.° de septiembre de 2019, para luego cobrar decenas de vidas en las islas Ábaco y Gran Bahama, destruir miles de estructuras y causar daños por miles de millones de dólares.
Los esfuerzos de recuperación estaban en plena marcha cuando el país registró su primer caso de coronavirus el 16 de marzo. Sin embargo, menos de dos semanas después, ya que la cifra de contagios no dejaba de ascender, el gobierno cerró las fronteras de la nación y empezó a imponer una serie de restricciones al desplazamiento, que incluyeron toques de queda, confinamientos las 24 horas del día y una prohibición a los viajes entre las islas del archipiélago.
Si bien las medidas ayudaron a frenar la propagación del virus —las Bahamas solo ha confirmado 104 casos hasta el momento—, ralentizaron la recuperación, retrasaron los preparativos para la nueva temporada de huracanes y, combinadas con la paralización global de la industria del turismo, hundieron más al país en una crisis económica.
El gobierno bahameño declaró que prevé incurrir en un déficit de 1300 millones de dólares este año fiscal, lo cual equivale a alrededor del 11,6 por ciento de su producto interno bruto y sería el déficit más grande en la historia de las Bahamas.
“Cualquier afectación significativa a causa de las tormentas este año nos pondría en una situación muy grave en términos de previsiones presupuestarias”, afirmó esta semana Peter Turnquest, vice primer ministro y ministro de Finanzas de las Bahamas, en una entrevista.
Una de las principales preocupaciones de los encargados de proyectos de emergencias en esta temporada de huracanes es que no hay suficientes refugios contra tormentas en ciertas partes de las Bahamas. Muchos quedaron afectados tras el paso de Dorian y no se han reparado.
La Organización Internacional para las Migraciones anunció en un informe en mayo que solo 13 de los 25 refugios oficiales en las islas Ábaco y Gran Bahama podían utilizarse y que solo tenían suficiente capacidad para albergar al 2 por ciento de la población.
“Rogamos que no haya tormentas este año”, comentó Turnquest.