Aquí estamos a casi treinta y un años después del retorno al sistema democrático de gobernanza con una paz sin mayores perturbaciones políticas, pero ansiosa en alcanzar niveles de transparencia en la gestión de gobierno y una mejor conducta ética de sus gobernantes. Nadie puede negar que al país le ha ido bien en estos treinta y un años. Todos los indicadores tanto económicos como combate a la pobreza han mejorado sustancialmente.
Pese a los ataques mediáticos constantes a nivel internacional, la economía panameña es la envidia de América Latina. Muchos países y gobiernos parecieran no estar conformes con nuestro crecimiento económico, nuestra transformación urbanística y nuestra estabilidad política. Acostumbrados a ver a la América Latina envuelta en la inestabilidad y vaivenes económicos, se resisten a creer en nuestro crecimiento económico sostenido por tres décadas.
Es por ello necesario buscar una razón de este crecimiento en el campo de la ilicitud, pues de esa manejar es fácil endilgar que siendo un país delincuencial somos beneficiarios de los expolios que justifican nuestro crecimiento económico. Nos tocará seguir construyendo nuestro futuro y no perder el norte pretendiendo complacer a todos estos negacionistas y escrudriñadores ontológicos y nos paralicen.
Ningún país puede permitir que otro determine o le construya su personalidad. No debemos pretender ser a la imagen y semejanza de los que hoy se amparan en principios y valores luego de colonizar, explotar y devastar continentes enteros para su propio beneficio, sin pagar las consecuencias de sus criminales actos. Cada país debe escribe su propia historia.
Y nos corresponde a los panameños escribir la nuestra y como aquel personaje de Charles Dickens estar claros. Debemos ser los héroes de nuestra propia novela y no un personaje accidental o secundario de la novela ajena. Lo que nos hace la labor más difícil es el infantilismo como se maneja nuestra clase política y su estúpido afán de ver al poder político como un mecanismo para ascender de clase o incrementar su patrimonio personal.
Eso ya requiere una reflexión antropológica, pues en las redes sociales lo interesante de todo esto es que se desnudan los códigos y la percepción de la realidad desde el prisma de nuestra población. La tranquilidad como los aspirantes al poder político ven lo inusual como usual o de una validez incuestionable y natural desde la óptica del que alcanza el poder.
Para que una ex primera dama sienta éxtasis por la violencia ejercitada contra un periodista militante e impertinente, es solo parte de esa reflexión antropológica de la sociedad panameña que merece un análisis.
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