Los políticos en una sociedad capitalista no son más que carroñeros.
Frank Underwood, en la serie House of Cards, lucha por sostener el poder político en los Estados Unidos. Todas las tribulaciones, asesinatos y traiciones no lo hacen entender sino, ya en el ocaso de su carrera política, que el verdadero poder no está en Washington D.C., sino en Wall Street.
Algo similar nos pasa aquí en nuestro mundo tropicalizado, cuando toda la presión de los grupos de interés (mezquinos o solidarios), va dirigida a lograr conquistas o limitaciones o verdaderos cambios, a través de las decisiones políticas. Los políticos en una sociedad capitalista no son más que carroñeros. Sí, igual a los buitres. Aves carroñeras que viven de los restos de la plusvalía del gran capital.
Ese resto o excedente que el capital destina a los carroñeros para mantenerlos ocupados. Llámese impuestos. Una contribución necesaria para saciar el apetito de los detentadores del poder formal y mantenerlos ocupados y entretenidos. Si es eso. Una estrategia de entretenimiento donde caen ingenuos y mal intencionados, prensa local e internacional, ciudadanos y sociedad civil.
La dura realidad es que ese disfraz de derechos individuales con la cual nos vestimos todos, no tiene nada que ver con el desarrollo económico ni el bienestar de los seres humanos. Vivimos dos mundos paralelos. Los gobernantes son los actores. Los verdaderos constructores, diseñadores, inventores, promotores están en un mundo paralelo. Los espacios para producir riqueza deben mantenerse sin mayores perturbaciones. Mientras eso pueda funcionar la parte política puede hacer lo que le venga en gana.
Ni Trump ni Biden. Ni derechos humanos ni transparencia de los fondos públicos. Mientras el excedente esté en los márgenes aceptables, lo único que se necesita son los personajes que sean el motor del desarrollo y la prosperidad. Panamá los tiene. Por eso gobiernos van y gobiernos vienen, roban unos más y otros menos. Se quejan los químicamente puros, La Prensa Secuestrada, los denominados grupos de la sociedad civil y, sin embargo, el país sigue. Podría irle mejor. Claro. Pero ser carroñero es un hábito difícil de cambiar.
Es de la esencia de la política panameña y tenemos que aprender a vivir con ella. De otra forma solo un dictador ilustrado lo lograría y a un costo muy alto. No creo que existe la disposición nacional para un revolcón de ese estilo. Mientras existan los espacios necesarios para producir riqueza, el gobierno puede hacer lo que le venga en gana con los cuatro reales que le avientan. ¿Usted cree que este país va a cambiar cuando el rol en la política es ser carroñero?