No vamos a poder salir del subdesarrollo si desconocemos nuestra propia identidad. Y no solo eso. Además, si no sentimos orgullo por nuestra identidad. Y a pesar de tanta presión por querer parecernos o sentirnos parte de una órbita occidental desconocemos nuestro propio sincretismo. Somos una fusión de tres visiones distintas. La indígena, la española y la africana.
De esta mezcolanza adquirimos una conducta de vida, una forma de ver y entender el entorno y también una forma de sobrevivir. Si nuestra identidad no la tenemos clara, entonces el ímpetu por ser lo que no somos atenta contra nuestra propia naturaleza y nos hará vivir en un conflicto permanente de insatisfacciones.
Nuestro ideal occidental chocará contra nuestra identidad mestiza o sincrética. Y no es por razones de no escoger las mejores prácticas, las mejores tecnologías, las mejores instituciones de otras regiones o culturas. Los países ni las culturas son islas, reciben constantemente un intercambio de ideas, conceptos, prácticas. Lo que hacen es construir sobre su propia identidad y no la ajena. Es la fractura mental heredada del colonialismo.
Una percepción de un occidente superior y una necesidad de adquirir sus instituciones, prácticas, conductas e ideas. Poco desconocemos del carácter hegemónico de esa visión y el daño irreparable que causa en nuestra identidad. Hoy en día China es una modelo a seguir en cuanto ha podido desarrollar un crecimiento económico y sitiarse como potencia mundial manteniendo su identidad cultural y sus valores tradicionales. No es que hemos de copiar a China. Cada país debe saber identificar su propia identidad y construir sobre ella el futuro que se quiere trazar.
Pretender que ahora nuestro modelo debe ser el suizo o el sueco, desconoce que no somos ni suizos ni suecos sino panameños. País tradicionalmente de tránsito por su geografía y la confluencia de tres grupos humanos que la habitaron y la conformaron a punta de violencia, opresión, jerarquización de los grupos humanos y hegemonía.
Hoy, si bien hemos superados los traumas de nuestros orígenes no hemos podido construir sobre la base de nuestra realidad social. A ello se debe la banal disputa sobre el denominado “clientelismo” para atacar los subsidios, los repartos políticos, las planillas y el nepotismo. ¿Acaso esto es algo nuevo? ¿No convivimos con esta realidad desde la época colonial?
Si esto estuviera presupuestado cuál sería el país que quisiéramos construir mirando hacia adelante. Necesitamos tener orden y dirección y lograr la manera de que todas las fuerzas políticas y económicas lleguemos a acuerdos nacionales. Y luego impedir que ninguna fuerza nos desvíe de esa dirección. Necesitamos un Estado fuerte y un sector económico pujante, con ambiciones transnacionales. Ese binomio y su capacidad de jerarquizar los derechos sociales, nos permitirá ser algo equivalente a un Singapur de las Américas. De otro modo, seguiremos esperando a Godot.
excelente artículo.