“Todos amamos a Jesús, todos queremos seguirlo, pero debemos estar siempre atentos para mantenernos en su camino”, dijo.
El papa Francisco advirtió a los 13 nuevos cardenales que recibieron este sábado el título cardenalicio en el Vaticano sobre la tentación de caer en “la corrupción” durante la vida religiosa y sobre todo de sentirse una “eminencia”.
“Piensen en todos los tipos de corrupción que se pueden encontrar en la vida religiosa”, lanzó el pontífice durante la ceremonia en la basílica de San Pedro para la investidura de los 13 nuevos cardenales, de los cuales dos ausentes, debido a que no pudieron viajar por la pandemia de coronavirus.
“Todos amamos a Jesús, todos queremos seguirlo, pero debemos estar siempre atentos para mantenernos en su camino”, dijo.
“Por ejemplo, el rojo púrpura del hábito cardenalicio, que es el color de la sangre, puede convertirse, por el espíritu mundano, en una distinción eminente. Así uno no se siente más pastor sino una eminencia. Cuando sientas eso, te sentirás fuera del camino”, advirtió.
Francisco entregó luego el título cardenalicio así como el anillo y la birreta a los nuevos purpurados, entre ellos nueve electores, es decir con derecho al voto en un futuro cónclave para la elección de su sucesor.
La ceremonia estuvo marcada por la pandemia de coronavirus, por lo que los once nuevos cardenales, todos con sus trajes litúrgicos rojos, asistieron con mascarillas, sentados a distancia para evitar la propagación del virus.
Los nuevos purpurados son seis italianos, un mexicano, un maltés, un español, un estadounidense, un filipino, un ruandés y uno de Brunei.
En la lista destacan el arzobispo de Santiago de Chile, el español radicado en ese país, Celestino Aós, y el obispo emérito de San Cristóbal de las Casas (México), el mexicano Felipe Arizmedi Esquivel, quien supera los 80 años y no podrá participar en el cónclave.
Esos dos nuevos purpurados tuvieron que cumplir una estricta cuarentena de 10 días en el Vaticano y someterse a pruebas de diagnóstico del covid para recibir la alta distinción, que los convierte en “príncipes de la Iglesia”, en esta ocasión de la iglesia que desea Francisco, más humilde y cercana a los pobres.