La batalla del Cerro de La Negra Vieja en Bejuco fue “la prueba de fuego” para quien hiciera sus pininos en el batallón “Alcanfor” y posteriormente ocupase tres veces la presidencia de la nueva república.
Sin pretender subestimar, me atrevo a decir que el periplo de Belisario Porras y Emiliano Herrera, los muertos y heridos, así como las penurias sufridas durante las contiendas en el occidente panameño desde que Barba Azul (capitán del Momotombo), los apeara en San Bartolo (Punta Burica), fue una y otra vez coronado de triunfo. Estas conquistas entusiasmaban a bisoños del istmo que, con la esperanza de acabar con la tiranía conservadora, se enrolaban en sus filas engrosando el parvo ejército restaurador.
Ya recorrido gran parte del istmo, a finales del mes de mayo del año 1900, estando en Capira con 500 hombres mal armados y sin resguardo seguro para lidiar una batalla, el Consejo de Oficiales Superiores, luego de debatir si continuar hacia La Chorrera como proponía Herrera, o retroceder a Bejuco, atrincherarse y esperar refuerzos como Porras planteaba, decidió por la primera opción.
De madrugada, bajo una fuerte lluvia, llega a galope un oportuno jinete y entrega a Porras la misiva que enviara Eusebio Morales desde Ecuador, confirmando el reciente envío de material bélico. Ante esta noticia Porras, despierta a todos, vuelve a convocar al Consejo, los convence y se ordena la contra marcha hasta Bejuco para esperar allí la tan necesaria ayuda.
Unos 800 conservadores de los batallones Quinto de Cali, Colombia y Ulloa, desembarcan en Chorrera; rápidamente llegan a Capira y les van pisando las huellas; luego se adelantan y acampan en El Espavé, muy cerca de Bejuco. Un torrencial aguacero que provoca la crecida de varios ríos impide que los dos bandos (estando tan cerca) se encuentren ese día.
El viernes 8 de junio se desata la lucha. La caballería liberal queda diezmada al recibir un fuerte ataque en El Palmar del río Lagarto; luego el batallón Conto fue obligado a retroceder abandonando los altos de Las Paredes; más atrás el batallón Robles luchaba y apenas resistía la embestida conservadora. El turbado General E. Herrera con sus prismáticos desde lejos observa la lucha y… “deja el plumero”.
“Fíjese Dr., cómo que se nos vienen encima los godos, envolviendo en su avance a todo el ejército. Mejor sería arreglar las maletas”. Serenamente le respondió Porras: “Aquí debo caer o aquí debo triunfar, mi deber está aquí”. Quinzada y Mendoza lo apoyaron a dúo: “Belisario, aquí caeremos juntos, aquí envueltos en nuestra bandera”.
Mientras Herrera abandona la lucha, (“sin importarle un comino por la suerte de las tropas que resistían la poderosa ofensiva”) abajo en el ejido, apoyados por los batallones Azuero y Libres de Chiriquí, los Robles recobran la colina perdida por el Conto y la balanza se inclina ligeramente para el lado restaurador.
La minoría Liberal, en sangrienta lucha venció a los batallones experimentados que comandaban Sotomayor, Losada y Sarria, por la estratégica ubicación de sus armamentos, apertrechados en Cerro La Cruz, Las Paredes y La Negra Vieja. No menos valiosa fue la ayuda del “Cristo de Chame”, (“Cuentan que, durante las horas de la batalla cabalgaba sobre un hermoso caballo pinto… y quedó su cruz solitaria en aquella iglesia”).
Estando los liberales bien resguardados en la curumba de los oteros, los conservadores pusieron más muertos al acometer por la planicie a pecho descubierto. La fuerza Liberal, aunque diezmada se levantó con la victoria. A las cuatro y media de la tarde la victoria Liberal es contundente. Por El Palmar los godos ponen pies en polvorosa, sin que, por falta de caballería, se les persiga.
Mientras en su residencia (“hospital de sangre”), la audaz Nieves Gálvez apoyaba al Dr. Abadía en la recuperación y saneamiento de los lesos.
La batalla del Cerro de La Negra Vieja en Bejuco fue “la prueba de fuego” para quien hiciera sus pininos en el batallón “Alcanfor” y posteriormente ocupase tres veces la presidencia de la nueva república.
Exhorto a las autoridades locales para que, además del busto del Dr. Porras que engalana el parque de Bejuco, en el campo de batalla se erija un monumento que evoque este episodio; se señale la ubicación de los cerros y se coloque una leyenda que honre la valentía en la residencia propiedad de la familia Gálvez.