En el mar Negro, una fragata francesa y otra rumana navegan conjuntamente. Los socios de la OTAN efectúan maniobras y ejercicios. A algunas millas náuticas, un navío ruso observa sin intervenir, guardando la distancia, pero sin discreción alguna.
Desde el 13 de diciembre y durante tres semanas, la fragata Auvergne, un buque de 140 de eslora y 6.000 toneladas de acero, equipado con dispositivos de vigilancia, torpedos y misiles de crucero, recorre este vasto espacio marítimo haciendo un “juego de equilibrios”, dice su comandante Pierre du Vignaux, el único a bordo cuyo nombre se puede desvelar.
El capitán asegura que es esencial mostrar el compromiso de París con sus socios a orillas del mar Negro. “Francia no está en conflicto con nadie actualmente”, asegura el comandante, al que todo el mundo llama “el Pacha”.
“Usamos nuestro derecho de navegar sin ingenuidad, con una actitud firme pero no provocadora”, explica. “La situación es compleja, no haría falta gran cosa para hacerla bascular”.
Este mar se resiente de las tensiones internacionales entre Occidente y Rusia, acusada de acumular tropas en la frontera con Ucrania y de preparar una eventual invasión.
La fragata, cuya misión está prevista de hace tiempo, llega en un momento clave para observar “todo lo que salga de lo ordinario, bajo o encima de la superficie”, dice el comandante.
Y su presencia se encuentra con una respuesta rusa a la altura.
– “No somos cowboys” –
Escoltada por la fragata y cuatro cazas rumanos, acompañados a último momento por dos aviones italianos, la fragata Auvergne se abre paso por aguas internacionales. A su lado, dos fragatas de dimensiones similares rusas siguen sus movimientos.
El 21 de diciembre, dos cazas rusos sobrevuelan el buque francés, pero sin pasarse de la raya, guardando la distancia.
Ante la inestabilidad de la situación, con Rusia en la mira de los diplomáticos europeos y estadounidenses, todos los movimientos de la fragata francesa son medidos al detalle.
“Vamos a prestar atención para que nuestros vuelos no sean mal interpretados por los países ribereños”, confirma el lugarteniente Cyril en el Caiman, el helicóptero con el que cuenta el buque para ampliar su capacidad de inteligencia.
En toda la tripulación está presente el delicado contexto geopolítico, lo que supone una presión suplementaria.
“No somos cowboys, es importante no equivocarse”, asegura el capitán de fragata Pierre-Alban.
En su memoria persiste el accidente trágico ocurrido en 1988, en plena guerra del Golfo, cuando un avión comercial fue abatido por error por un crucero estadounidense, causando casi 300 víctimas, entre ellas numerosos niños.
“Lo más difícil es comprender lo que ocurre”, precisa el segundo del comandante. “Hay el ruido de fondo que debemos escuchar (…) y, cuando se acelera un poco, encontrar la anomalía”.
– Tiempos inciertos –
En la pasarela del Auvergne y en el centro operacional, la tripulación trata de interpretar en tiempo real las informaciones recibidas por su arsenal de sensores. Allí queda claro que la fragata no está sola.
En azul aparecen los amigos. En rojo, los adversarios (los rusos en este caso). Y en verde, los actores neutros como buques de mercancías o pescadores. En blanco quedan algunas embarcaciones sin clasificar.
Un oficial interpreta lo que dicen los ordenadores y también escruta con sus propios ojos el horizonte.
“Estamos en un periodo de crisis. Es mucho más complicado apreciar el momento de inflexión” que en tiempos de guerra en el que “desde que llega el enemigo, disparamos”, explica el capitán de cubierta Yann.
“Podemos encontrarnos en una situación que no es de guerra pero en que hay misiles volando”, asegura.
De allí la importancia de repetir hasta el infinito los ejercicios para que cada uno en su puesto sepa exactamente qué debe hacer. El tercero en la línea del mando lo reivindica: “Hay que estar preparado para reaccionar. Y lo estamos”.