Huyó de su Siria natal en guerra y vivió en campamentos, antes de fundar su propia asociación en la isla griega de Lesbos. Cuando vio el éxodo de los ucranianos, Omar Alshakal acudió a ayudarles.
“Comprendo el miedo de estas personas porque yo mismo vengo de una zona de guerra”, confiesa el joven barbudo de 28 años, de estatura imponente.
“Trato de ayudar a tantas personas como puedo y darles esperanza para el futuro”, explica a la AFP, temblando bajo temperaturas heladas en el puesto fronterizo de Siret, en el norte de Rumania.
Dice que pasó por las cárceles sirias en su adolescencia por participar en manifestaciones contra el régimen de Bashar Al Asad.
En 2013, mientras transportaba heridos al hospital, una bomba explotó en su camino. Sobrevivió y viajó a Turquía para recibir tratamiento. Decidió con dos amigos lanzarse a nado en el mar Egeo -un viaje de 14 horas que lo llevó a Grecia, puerta de entrada a la Unión Europea, donde soñaba instalarse-.
Después de un breve paso por Alemania, en Lesbos fundó en 2017 la asociación Refugee4Refugees. “Aprendí inglés allí, para poder comunicarme con los demás voluntarios”, destaca.
– Separación –
Emocionado por las noticias de la agresión rusa en Ucrania, Omar Alshakal se organiza, busca medios para apoyar a aquellos cuya angustia conoce bien.
Vuela a Rumania y se dirige al puesto fronterizo de Siret, que desde el 24 de febrero ha visto pasar a más de 130.000 refugiados, en su inmensa mayoría mujeres acompañadas de menores de edad.
El primer día, recuerda, “vi a una niña de unos cinco años, que lloraba y llamaba a su padre”, obligado a permanecer en Ucrania, donde se decretó una movilización general.
“Mirándola, me decía: ¿por qué separar a los hombres de las mujeres? ¿Por qué los hombres no pueden refugiarse en un lugar seguro?”.
Su ONG ha alquilado un albergue a dos kilómetros de la frontera, donde podrán alojarse entre 50 y 100 refugiados.
Con una parka negra -con las letras de la asociación- y un gorro gris en la cabeza, descarga, junto a varios voluntarios, un cargamento de ayuda humanitaria.
Los productos alimenticios y de higiene ya están apilados en un anexo del establecimiento, junto con ropa de abrigo y mantas.
– Una gran familia –
Su pequeño equipo cospomolita, formado por una decena de personas, está llamado a reforzarse, ya que las necesidades sobre el terreno son enormes.
“Quiero hacer que se sientan como en una gran familia, dispuesta a ayudarse mutuamente en estos días oscuros”, confiesa, añadiendo “estaremos juntos, en la alegría y la tristeza”.
Omar Alshakal también desea ir del otro lado de la frontera, donde podría ser “aún más útil”.
Pero viajar con su pasaporte sirio no es fácil. “Ya en la frontera rumana nos preguntaron por qué estábamos allí, qué queríamos hacer”, testimonia.
¿Volverá algún día a su país natal? “Mi vida no está aquí, sino en Siria, con mi familia, a la que no he visto desde hace casi 12 años”, lamenta.
Sus padres, una hermana pequeña y un hermano lo esperan allí. “Pero por ahora vivo día a día, no tengo proyectos personales. Solo espero que un día nadie más necesite ayuda, ese es mi sueño”.
por Armend NIMANI / con Mihaela RODINA en Bucarest